Angola, un país en el abismo
La ex colonia portuguesa cumple 25 años de independencia sumida en la guerra civil y la miseria
Las ironías del destino han convertido a uno de los países más ricos de África en una inmensa ruina. Sus extraordinarios recursos naturales han sido su desgracia. Veinticinco años después de su independencia de Portugal, el sueño de Angola se ha transformado en una pesadilla. Los 25 años de guerra civil han provocado millares de muertos (no hay cifras oficiales), más de 100.000 mutilados por minas antipersonas, cuatro millones de desplazados y una situación humanitaria catastrófica. Los datos oficiales registran más de un millón de afectados por la malaria, de los cuales mueren unos 25.000 al año; 8.000 casos de lepra, 6.000 de sida, 470.000 seropositivos y más de 100.000 diagnósticos de la enfermedad del sueño. La desnutrición afecta al 80% de los niños y la media de vida se ha reducido a los 46 años de edad.La explotación de sus inmensas reservas de petróleo, las florecientes minas de diamantes o los inagotables bancos de pesca no han impedido que el 82% de la población (unos 12 millones) sobreviva por debajo del denominado índice de pobreza, la mitad duerma a la intemperie, sólo un 37% tenga acceso a agua potable y un 16% a un mínimo servicio de saneamiento.
La apresurada y dramática descolonización portuguesa, tras la Revolución de los Claveles, abrió el camino a un nuevo régimen de liberación nacional-comunista, incapaz de impulsar la economía. Desde ese momento, la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), apoyada entonces por Estados Unidos, se enfrentó al Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA), sin que los diferentes acuerdos de paz alcanzados en Bicesse y Lusaka, con la mediación de Naciones Unidas, acabaran con el conflicto. La posterior transformación del régimen comunista en una economía de mercado y las primeras elecciones libres, celebradas en 1992 y ganadas por el actual presidente, Eduardo dos Santos, tampoco fueron respetadas por el líder de la guerrilla, Jonas Savimbi, quien aprovechó los acuerdos de Lusaka (1994) para rearmarse y regresar a una lucha armada que ahora amenaza con trasladar a los centros urbanos.
Ni la ONU, la mediación de la Iglesia o la poderosa influencia de los Gobiernos de EE UU y Francia, cuyas multinacionales explotan las reservas de petróleo en el norte de Angola, han conseguido paralizar una cruel y olvidada guerra que ha sumido al país en el abismo. Los intereses del actual Gobierno y la explotación de las minas de diamantes, fuente básica de financiación de UNITA, han impedido que el conflicto termine.
Ante el aniversario de la independencia, celebrado ayer, el presidente Dos Santos reconoció que la "reconstrucción del país aún no ha comenzado, aunque la guerra ya no es un obstáculo para ello". Con su mandato concluido en 1996 y ampliado hasta las elecciones del próximo año, Dos Santos reconoció que su objetivo es "consolidar el proceso democrático con la participación de todas las fuerzas políticas" siempre que abandonen la lucha armada. El portavoz del Gobierno, Aldemiro da Conceiçao, afirmó esta semana que el abandono de las armas facilitaría el diálogo y la inclusión de UNITA en las próximas elecciones.
Por su parte, el número dos de UNITA, Paulo Lukamba Gato, calificó de "absolutamente negativo" el balance de estos 25 años. En declaraciones a la agencia Lusa, el portavoz de la guerrilla explicó que "la eliminación de los opositores, la corrupción, la condena de la mayoría del pueblo a la indigencia, la persecución de periodistas o la subordinación de los angoleños a los intereses de potencias extranjeras son claros ejemplos negativos del actual régimen".
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