Sami y Kautar ISABEL OLESTI
Hace unos días alguien me comentó que no se imaginaba a los niños magrebíes estudiando la historia de Guifré el Pelós, por poner un ejemplo rimbombante de la tradición más catalana. ¿Les enseñan en nuestras escuelas la fantasiosa narración de cómo aparecieron un buen día las cuatro barras o, por el contrario, se molestan los maestros en conocer sus tradiciones o contarles alguna historia de su país? Espinoso y delicado tema, pensé yo, pero vivo en un barrio donde la carnicería de la esquina es marroquí, el súper paquistaní, el todo a cien argelino y el chiringuito de los falafel tunecino.No me resultaba muy difícil satisfacer la curiosidad de mi interlocutor sabiendo que podía conectar con alguno de los niños que corretean por el barrio cada tarde después de las clases. Aunque no es el caso de mis amiguetes Sami y Kautar, de nueve y ocho años respectivamente. Ellos, al salir de la escuela, se van directos a su casa porque a sus padres no les gusta que deambulen solos por Ciutat Vella. Mohamed es el padre de Sami y Kautar. Hace ya bastantes años que se marchó de Tánger con su mujer, tiene una carnicería halal y sus tres hijos han nacido en Barcelona. La carnicería de Mohamed es mucho más que un negocio: nunca está vacía porque, aparte de los compradores, se llena de amigos que charlan o de gente que se detiene un momento para saludarle.
Mohamed me acompañó el otro día a la escuela pública Parc de la Ciutadella, donde estudian sus hijos: Sami está en cuarto y Kautar en tercero. Nos vamos a un pequeño jardín junto a la escuela. No paran de pasar niños y Kautar los saluda a casi todos. Es una niña bellísima a la que le encanta hablar. Me cuenta que en su clase es la única de origen árabe, pero que sus amigos son de Colombia, Inglaterra y Santo Domingo. "Entre nosotros hablamos en castellano porque nos es más fácil, pero en la clase hablamos catalán y en casa árabe. A veces me hago un lío y no sé si tengo que empezar a escribir por la derecha o por la izquierda".
En este momento su padre está organizando unas clases de árabe para niños en un casal de la calle de Alí Bei. Los amigos de Sami también son de Santo Domingo y entre ellos también hablan en castellano. Me cuenta que no hacen la asignatura de religión sino la "alternativa", que no es exclusiva de magrebíes sino de todos los que no practican la religión católica. En la "alternativa" se discute de la familia, los amigos, el comportamiento en la escuela... Mohamed ha propuesto que se lean cuentos árabes para que los niños se acerquen un poco a las tradiciones del país de sus padres. "Una vez fui a la escuela con las manos pintadas de henna y cuando me acercaba a los niños echaban a corren asustados", me cuenta Kautar divertida. "No saben que la henna es medicinal y que en Marruecos las mujeres se la ponen cuando van de fiesta. Me encanta pintarme con henna. Me la pone mi madre, y cuando estoy en Tánger mi abuela".
Una vez al año la escuela organiza la Fiesta de la Diversidad. Se trata de mostrar durante un día la música, la gastronomía, la danza, las religiones... de los distintos países que forman el colectivo de alumnos. "El año pasado una mujer del Senegal nos hizo trenzas y nos contó cómo se comunicaban en la selva", dice Kautar. Más tarde la directora de la escuela corrobora las explicaciones de los niños y añade que se aprovechan las mismas familias de la escuela para organizar ese día tan especial. "En la escuela Parc de la Ciutadella tenemos el 15% de niños hijos de inmigrantes, pero no se puede generalizar porque cada escuela tiene un programa distinto respecto a lo que hay que hacer para la integración. Aquí tenemos la suerte de no tener problemas con los padres de este colectivo, incluso diría que las cosas son más fáciles que con otros padres de aquí".
Sami y Kautar celebran la castañada en la escuela. También han elaborado más de una vez la tradicional mona de Pascua. "Para ellos son fiestas sin ninguna connotación religiosa", explica su padre. "Naturalmente también celebran la fiesta del cordero y el final del Ramadán con toda la familia, más por tradición que por doctrina. Yo sigo los preceptos del Corán como puedo, no soy radical. Sólo voy a rezar los viernes".
¿Habéis montado alguna vez el belén en la escuela?, les pregunto. "¿Qué? ¿Belén? ¿Y esto qué es?", salta enseguida Kautar. "Sí, mujer", le replica su hermano, "lo de las figuritas". Kautar lo asocia enseguida, pero explica que en su clase no lo han montado nunca. Kautar y Sami pasan las vacaciones de verano en Tánger o Larache, donde viven sus abuelos. "A mí me gusta más vivir en Barcelona porque hay más parques y columpios. Pero allá nos dejan correr solos por la calle y aquí no", dice Kautar. En medio de la charla pienso que quizá debería preguntarles si alguien les ha hablado alguna vez de Guifré el Pelós, pero estoy convencida de que no. Sí les pregunto si saben quién era Alí Bei, el señor que da nombre a la calle donde viven. Me ponen cara de póquer y les cuento algo de la historia. La historia de un espía catalán en Marruecos es mucho más entretenida y apasionante que muchas de las que explica la religión católica. Estaría bien que los maestros se la contaran alguna vez.
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