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Coca o muerte

Tres explosiones silenciaron a un coro de gallos en este remoto rincón del trópico boliviano a la hora exacta de la entrega de una motoniveladora para los productores de hojas de coca que admiran a Evo Morales. Morales es poco menos que una mala palabra en Bolivia, a pesar del anacrónico pacifismo que proclama su peinado beatle y la suavidad con la que expresa su proyecto de combatir al Gobierno de Bolivia y al Gobierno de Estados Unidos. Las explosiones eran fuegos artificiales. Nadie batió una pestaña. "Tenemos que ir acostumbrándonos", bromeó un campesino, "porque los ruidos se-rán de verdad dentro de poco".Evo, un ingeniero de 41 años que fundó el Movimiento Al Socialismo (MAS), el diminuto pero estridente partido que se ha hecho de la vanguardia campesina de la región tropical de Chapare, en el departamento de Cochabamba, asistió imprevisiblemente al acto. Más tarde, en derredor de una mesa donde abundaba pescado, gaseosas y cervezas, habló con comodidad. Morales es uno de esos personajes telenovelescos que a fuerza de apariciones forzadas y ágil libreto termina por convertirse en un héroe al que todo debe perdonarse "porque en el fondo siempre fue bueno". Evo se ríe cuando se le compara con el legendario y enmascarado subcomandante Marcos de Chiapas, en México. Su sonrisa se amplía cuando sus adulones le comparan con el Che. Debe disfrutar del paralelo: en el único salón de Radio Soberanía, La Voz del Cocalero Boliviano, lo que abundan son carteles y consignas guevaristas que compiten en profusión con camisetas falsificadas de Calvin Klein. Chipiriri es, pues, una sede de la contradicción boliviana y Evo, con su camisa de Gap y sus buenos contactos con EE UU, la guerrilla incipiente, su más visible y folclórico embajador.Tres semanas de bloqueos campesinos que paralizaron al país catapultaron a Evo Morales a la cúspide política bajo la bandera indigenista. Si el Gobierno boliviano presidido por el ex dictador militar, el hoy alicaído general Hugo Banzer Suárez, se mantuvo fiel a la política (inducida por Washington, naturalmente) de coca cero, Evo, que es diputado por el MAS y el fuero parlamentario lo protege, de momento, de las innumerables órdenes de arresto, defendió a cal y canto lo opuesto. Invocando el derecho ancestral de mascar las hojas de coca, afirmó que es imposible la erradicación total de la planta. Para Evo y sus seguidores, la consigna de hoy es, demagógica o no, "Coca o muerte". Su voz se está fortaleciendo. Ojo: a Evo Morales conviene verlo de cerca, estudiarlo como un fenómeno andino y, sobre todo, no perderle la pista. Su pronóstico se calibra con cuidado. "Hacia mediados de marzo habrá una guerra. Estamos preparados".

De armas, por cierto, no quiere hablar. Pone oídos sordos cuando se le pregunta si la guerrilla colombiana se brindará a construir un arsenal. De sus contactos con Libia -Gadafi le regaló hace poco 45.000 dólares como premio a su liderazgo- tampoco quiere hacer comentarios.

Su planteamiento es simple y funciona. "Ni acabando con la coca se va a acabar el narcotráfico", dijo en una extensa entrevista con EL PAÍS. "No se puede satanizar a la planta de coca. Hay que satanizar a los que se aprovechan de ella, incluyendo a aquellos empresarios privados que se rasgan las vestiduras gritando que la coca es cocaína. Son lacayos de la Embajada".

¿Se colombizará Bolivia? "Todo depende", afirma en el prólogo de un argumento que no todos los políticos bolivianos desean escuchar. "Eso sí, si los narcotraficantes comienzan a autofinanciar sus operaciones, entonces estamos todos jodidos". "Esto será otra Colombia o algo peor".Morales no es optimista. Desde su punto de vista, si el Gobierno continúa militarizando la región del Chapare -de momento hay planes para construir tres nuevos cuarteles bajo la estricta supervisión de la DEA (agencia antidrogas de EE UU)- el choque será inevitable. Las estadísticas le dan razón: en los últimos 10 días, campesinos armados con viejos fusiles Mauser -una reliquia alemana calibre 7,65 que Bolivia impuso en sus Fuerzas Armadas tras la I Guerra Mundial- atacaron a convoyes de erradicadores de coca. Tres helicópteros militares fueron alcanzados por disparos desde tierra, frustrando el avance de tropas terrestres en por lo menos seis secciones del Chapare.

El balance de muertes en la última espiral de violencia desde septiembre asciende a 14 campesinos muertos. Los heridos pasan del centenar. Cifras oficiales del Ejército dicen que ha habido seis bajas militares, en su mayoría "secuestrados" por los cocaleros. "Bien hecho, bien hecho", decía una rolliza chola de la vecina población de Ivigarzama, otrora próspero centro del narcotráfico que hoy languidece económicamente, como el resto del país. "Que de una vez los gringos nos dejen hacer lo que queramos".

Esto, por supuesto, no está en los planes de la Embajada (en Bolivia desde hace tiempo se usa el singular para la aparentemente única legación diplomática, la de EE UU). Lo que sí se escapa a los diseñadores de la "gran estrategia" contra el narcotráfico continental es la no muy secreta ineficacia de los organismos policiales de Bolivia y el sempiterno efecto de la corrupción gubernamental que, a decir de fuentes bien informadas, infecta incluso a la DEA. En una oblicua admisión de esta situación, un ministro de Banzer, encogiéndose de hombros, comentó a este corresponsal durante una función social en La Paz: "Poco se puede hacer, pues".

Ello, por cierto, no lleva consuelo a las verdaderas víctimas del conflicto, aún en su etapa embrionaria. La economía del Chapare, basada en el llamado Plan de Desarrollo Alternativo (el pomposo título de una vasta burocracia aceitada con fondos y envidiables sueldos norteamericanos) naufraga. Al cultivo de la coca, la venta de la hoja al mercado tradicional, ya se le ha puesto un epitafio. Cultivos "alternativos" como la piña, el palmito, los cítricos, el plátano, etcétera, rinden apenas. Los campesinos han perdido la fe. Basta sentarse en la pequeña avenida de Villa Tunari a las siete de la noche de cualquier día. En los pequeños negocios, los propietarios bostezan. Fuera lo que hay es un desfile de jeeps con las siglas que han convertido al trópico de Cochabamba en una sopa de letras. Al salir, alguien ha resumido la rabia del campesino. Donde hace dos semanas hubo una barricada, hoy hay una pintada mordaz. Dice: "Papito Clinton, mándanos más plata para matar más campesinos".

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