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Tribuna
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Histeria

¿Son normales no ya los nacionalistas vascos sino simplemente los vascos? De suscribir el juicio de un corresponsal de un diario de la capital de España, cabría dudarlo. Según él, a los vascos, "desde pequeñitos", se les inculca una idea de superioridad racial que sería risible de no ser por sus efectos. Los "adiestradores" de los "perros de presa" terroristas crean gracias a ella el conveniente cultivo para la barbarie. Los primeros son todos los dirigentes del PNV, sin matiz alguno; contra los segundos apenas da la sensación el autor de malgastar una descarga de adrenalina.El autor de esta carta es un allegado muy cercano de una reciente víctima del terrorismo. El contenido de sus líneas se comprende y disculpa por el dolor; también se justifica que el periódico le diera cabida en sus páginas. Pero la primacía en el dolor no produce de forma automática lucidez en el análisis: se lee el alegato y fácilmente se puede deducir que la inexistencia o extirpación del nacionalismo liquidaría el problema. Eso -una aterradora simplificación- lo puede pensar cualquier sujeto paciente de una cruel violencia ciega. Se entiende incluso que repudie el "ETA, no; vascos, sí" que hasta ahora ha presidido todo tipo de manifestaciones antiterroristas. No se justifica, en cambio, que la televisión pública bombardee a continuación con la insistente repetición de una carta que así pasa a convertirse en argumento tan apodíctico como partidista.

No se trata de una anécdota, sino del testimonio de una tendencia. La frase bíblica de que a los tibios los vomitará Yahvé parece haberse convertido en recurso predilecto de ese género de funambulistas que, procedentes de la izquierda, llevan ya tiempo corriendo hacia la derecha y han dejado atrás la moderada. Hoy empiezan a sugerir la tibieza del PSOE, pero no es seguro que pasado mañana no vayan a levantar acta de acusación contra otros.

Del otro lado, la estridente necedad de los alegatos de Arzalluz sobre el Rh proporciona sobrada munición al adversario. Ha bastado que se haya podido entrever un gesto de cambio en las actitudes nacionalistas para que él mismo haya desbaratado esta esperanza con unas declaraciones que poco tienen que ver con toda la tradición de un partido centenario. Arana no hubiera hecho alusión al Rh por la sencilla razón de que para él, como para tantos en su época, la "raza" era una evidencia científica, pero mucho más imprecisa y genérica. Aguirre o Ajuriaguerra no se habrían decantado de forma tan unívoca por la independencia porque lo característico del PNV ha sido la ambigüedad pendular entre autonomía y autodeterminación cuando ahora ni siquiera ésta le basta a Arzalluz. Con sus declaraciones, ha perdido hasta la sombra de la autoridad moral para poder replicar a sus contradictores cuando le acusen de pensar en una futura limpieza étnica.

Lo más cómodo para un analista es situarse en una posición intermedia entre otras dos a las que ha descartado previamente como inaceptables. En este caso, sin embargo, esta opción viene favorecida por el estricto paralelismo de ambas. Todavía éste se podría acentuar más. En el fondo, quienes las patrocinan saben que están radicalizando y simplificando, pero creen que obtienen a corto plazo rentas con su actitud. Ésos que aparecían denunciados como "cómplices de aquí" en algunos carteles de la última manifestación antiterrorista ¿no serán los mismos que Aznar describe como "aprendices de brujo" en su discurso en Barcelona? Mediante su mensaje radical, ¿no tratará Arzalluz de acentuar el sentimiento de angustiosa persecución que anida en el nacionalismo vasco?

Todo ello -una actitud y la contraria, tan idénticas- es una novedad radical en la vida pública española que rompe con lo consagrado en la transición, un cuarto de siglo después de que se iniciara. Testimonia, además, la existencia de un liderazgo político minúsculo por carente de cualquier magnanimidad. Mientras tanto, el adversario se repite a sí mismo. Como siempre -como ya retrató Gurutz Jáuregui en el mejor libro sobre ETA-, el activismo irracional sustituye a cualquier posibilidad de evolución positiva. Y, desde la otra orilla, sólo parecemos poder responderle con la histeria.

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