Cine catalán: ¿la salida del túnel? M. TORREIRO
El observatorio privilegiado en que se ha convertido el festival de cine de Sitges, no en vano llamado "de Cataluña", ha permitido avistar en estos tumultuosos días de comienzo de otoño algo más que un puñado de películas catalanas más o menos interesantes: dejó entrever, premonitorio huevo de serpiente, por dónde transcurrirán en los próximos meses los siempre inciertos caminos (comerciales) del cine producido en el principado.La oferta en cuestión consistió en un ramillete de títulos que esbozan lo que tan denodadamente persiguen los productores del país: una oferta amplia, para todos los públicos; un cine normalizado, el propio de una cinematografía -llamarle industria resultaría abusivo- viable y consolidada. Y si a lo visto en Sitges se le agregan otros dos títulos, el impagable sopicaldo histórico made in Antoni Ribas Terra de canons, que llegó él solo a las pantallas, y Tomándote, el debut en la realización de Isabel Gardela, pasado ya en varios certámenes internacionales, tendremos más o menos completo el panorama: el cine catalán del 2000 apunta, en efecto, maneras de cine plural. Productos independientes, algunos hechos desde una marginalidad asumida -Lola, vende cá, de Llorenç Soler: con sus limitaciones, la propuesta más original vista en Sitges-; pero también proyectos con ambiciones casi ilimitadas.
Otra cosa es, empero, que tal pluralidad lleve a aprobar la sempiterna asignatura pendiente: la conquista del público, más necesaria que nunca, no en vano llevamos años de políticas de subvención sin consecuencias para el fracaso, y no en vano, igualmente, la diferencia de inversión con la cada vez más dinámica industria madrileña está dejando muy en evidencia al languideciente "audiovisual catalán", sobre todo en lo tocante a la cuota de mercado. Permita el lector unos datos incontestables: en 1998 -las cifras se pueden extrapolar a 1999-, el filme catalán que vendió más entradas en el principado, Carícies, de Ventura Pons, llegó a las 37.000 localidades, mientras la española más taquillera, Torrente, era vista por poco menos de 640.000 espectadores y la multinacional de turno, Titanic en este caso, llevaba a las salas a más de 2,1 millones de ciudadanos. Huelgan más comentarios.
Mucho se teme el firmante que novedades, lo que se dice novedades, ni Sitges ni la cartelera han alumbrado ninguna de entidad. Ni lo que podríamos llamar producción independiente -Dones, de Judith Collell; Tomándote-, ni mucho menos ese insigne bodrio artístico que responde por Faust, que el grupo Filmax encargó a un artesano de tercera fila -está hoy el cronista benigno-, aunque eso sí, americano, Brian Yuzna, y que es el buque insignia de un proyecto ambicioso, Fantastic Factory -el nombre inglés ya apunta hacia dónde van los tiros: hacia el anhelado mercado exterior, no importa si sólo es el de vídeo-. Casi 900 millones se invirtieron en esta primera entrega, que tal vez mejore en lospróximos títulos -hay en proyecto otros seis, 4.000 millones de pesetas de inversión total-, pero si son como éste, no cabe augurarle un porvenir brillante a la empresa.
O sea que, sancionada como imposible la vía del socorrido cine histórico -reconozcamos que fracasos como La ciutat dels prodigis o El pianista ablandan el ánimo de cualquiera-, volvemos a caer en la maldición histórica: Cataluña sólo parece capaz de producir cine de género, de consumo rápido, escasos vuelos artísticos y barato -lo de Filmax contrastaría sólo en este último punto-. Un tipo de productos, además, apoyados en pivotes que no funcionan desde hace años -la adaptación literaria del escritor de moda no tiene necesariamente por qué ser un aliciente para un público que cada vez lee menos, por ejemplo-, cuando no buscando en elencos no cinematográficos -Tomándote es un ejemplo- un gancho con el que pescar al televidente, más que al espectador de la pantalla grande.
¿Queda algo, pues, de esa producción normalizada de que hablábamos antes? Tal vez sí. Uno, como los anteriores, industrial: los primeros frutos de la colaboración entre la productora Oberón y la distribuidora (y exhibidora: el dato no es banal) Lauren Films, que, más que la modesta coproducción con Bélgica Pleure pas, Germaine, deberá dejar en el haber películas esperadas, como la próxima de Antoni Chavarrías o Pau i el segu germà, de Marc Recha, en fase de posproducción. Y otro, algunos filmes de fin de carrera, tanto de la ESCAC como del master de documental de la Universidad Autónoma, que fueron justamente premiados en Sitges con un nuevo galardón auspiciado por la SGAE. De ahí, de la renovación por la base, y no de proyectos faraónicos o rutinarios, arrancará la normalización auténtica del futuro cine catalán. Continuará.
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