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LOS FINES DEL DESARROLLO La libertad como objetivo FERNANDO GÓMEZ-BEZARES

El desarrollo económico, dice el autor, debe ir más allá de la simple acumulación de riquezas y potenciar la libertad individual.

Parece bastante aceptado en nuestra cultura, a caballo entre dos milenios, que la actuación libre de los individuos resulta eficiente desde un punto de vista económico. Los agentes, relacionándose libremente en el mercado, son más eficientes en la creación de riqueza. Esto no va en contra de que el mercado deba ser regulado, completado y corregido por la autoridad económica, pero sí podemos afirmar que "existen abundantes pruebas empíricas de que el sistema de mercado puede ser un motor de rápido crecimiento económico y de mejora del nivel de vida", tal como ha afirmado, entre otros muchos, Amartya Sen, Premio Nobel de Economía de 1998. Las restricciones arbitrarias en los mercados pueden llevar a la pérdida de importantes oportunidades.Las experiencias que el siglo XX nos ha proporcionado respecto al funcionamiento de las economías centralizadas, como ha sido el caso de las comunistas, han puesto de manifiesto su menor eficiencia, lo que no hace sino confirmar el argumento teórico que postula al mercado como un mecanismo más eficiente para transmitir la información relevante y motivar adecuadamente a los agentes económicos.

Con todo, la eficiencia económica no debe ser el único ni tal vez el principal argumento a favor del mercado. Aun suponiendo que un dictador benevolente tomando todas las decisiones económicas fuera tan eficiente como el mercado, el ejercicio de la libertad económica que el mercado presupone inclinaría la balanza a su favor. La sociedad debe garantizar la libertad económica como una forma más de la libertad de los individuos, y no se deben limitar las posibilidades de hacer transacciones, salvo que existan razones de peso para ello.

De lo anterior se desprende que la libertad, que es un medio para el desarrollo económico, bajo determinados supuestos puede entenderse que también es el objetivo del desarrollo. El profesor Sen, en su reciente libro Desarrollo y Libertad, concibe el desarrollo "como un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos". Desde esta perspectiva, el desarrollo exige la eliminación de las fuentes de privación de libertad: pobreza, tiranía, falta de oportunidades... Visto de una manera similar, a la luz de los diferentes pronunciamientos sobre los derechos humanos, el desarrollo trataría de que todos los seres humanos pudieran ejercitar libremente sus derechos. Centrándonos en lo económico, el desarrollo ha de llevarnos a que los individuos tengan garantizados unos mínimos para vivir con dignidad (alimentación, vestido, vivienda...), acceso a la educación, a la sanidad y a la cultura, posibilidades de progresar económicamente, etc.

La forma más usual de medir el nivel de desarrollo económico ha sido la renta, lo que es reduccionista, aunque revelador. Sin duda es más completo hablar de calidad de vida, lo que guarda bastante relación con el enfoque basado en la libertad que defiende Sen. Aristóteles ya puso de manifiesto que la riqueza no es el bien que buscamos, sino un medio para conseguir otro fin. Con todo, la mayoría de los individuos nos esforzamos por aumentar nuestro nivel de riqueza, en la confianza, bastante lógica por otra parte, de que una mayor riqueza nos permitirá ser más libres para llevar el tipo de vida que deseemos.

La sabiduría popular, la historia, y por supuesto la literatura, nos dan abundantes ejemplos donde se pone de manifiesto que una mayor riqueza puede llegar a hacernos esclavos de ella, pero pensamos que esta no es la norma general.

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Los economistas solemos ser muy amigos de las simplificaciones, lo que nos permite construir modelos sencillos y elegantes, algunas veces dotados de una notable capacidad predictiva. Pero es bueno que seamos conscientes de que tales simplificaciones impiden abarcar la enorme complejidad del mundo que nos rodea. Cuando medimos el grado de desarrollo de un país por su nivel de renta, hacemos una enorme simplificación; también es importante su distribución, los bienes y servicios que tienen garantizados los ciudadanos, el nivel de educación, la esperanza de vida, etc. Y todas estas variables no están tan claramente relacionadas entre sí. Algo parecido sucede cuando tratamos de explicar el comportamiento de los agentes económicos basándonos únicamente en la búsqueda del beneficio económico. Es normal que los psicólogos nos critiquen por tal reduccionismo; incluso a los economistas se nos ocurre que los individuos pueden buscar otras cosas con su actuación, como puede ser el bien de sus semejantes, estando dispuestos a sacrificar parte de su riqueza (real o potencial) por ayudar al prójimo. El enfoque de desarrollo como proceso en el que se van alcanzando mayores cotas de libertad es compatible con todo esto.

Creo que marcar como objetivo a los economistas el hacer más libres a los seres humanos es ya algo suficientemente elevado, y aquí podría terminar esta reflexión. Pero creo que quedaría incompleta si no pensamos sobre qué necesitamos para ser libres y cómo podemos ejercitar esa libertad. Me parece que una sociedad que estimule exageradamente la acumulación de riqueza no hace más libres a sus integrantes. Por otra parte, si en unos países se acumula mucha riqueza y se derrochan recursos, en otros países ocurrirá lo contrario, pues muchos de nuestros recursos son limitados. Ignacio Ellacuría, mártir jesuita y teólogo de la liberación, hablaba de una "civilización de la pobreza" frente a la civilización de la riqueza; quizá sea más correcto hablar de una "civilización de la grata austeridad", tal como propone otro jesuita, José Sols. Podemos ser incluso más libres siendo más austeros, y podemos ser más felices si vemos que esa austeridad repercute en el bienestar de los menos favorecidos.

En palabras de Henri Nouwen, hemos de asumir la "mentalidad de la abundancia", desterrando la "mentalidad de la escasez", que nos lleva a la necesidad de acumular bienes, conocimiento, amistades e ideas. El miedo a perder lo que tenemos y la necesidad de seguir acumulando dibujan un escenario bastante alejado de la libertad que teóricamente perseguimos. ¿Alguien puede creer que un político o un ejecutivo en plena carrera para ascender, o dedicado a consolidar su posición, es un ejemplo de disfrute de libertad? Viene a mi mente aquel chiste en el que un millonario, de vacaciones en una playa del Caribe, trata de estimular a un indígena que está descansando al sol: "Yo empecé sin nada, como tú, y ahora ya ves, tengo grandes factorías, camiones, barcos, inversiones en acciones, mucho dinero en el banco...". El indígena no ve gran interés en todo eso y el millonario trata de convencerle de su utilidad, hasta que al final exclama: "Y así puedo estar de vacaciones quince días en esta isla", a lo que el indígena responde: "Ya veía yo que todo eso no era bueno, pues yo puedo estar de vacaciones todo el año". Un cierto nivel de bienes materiales, y de otro tipo, nos hace más libres, y su consecución es un estímulo positivo, pero debemos ser prudentes en los sucesivos objetivos que nos vamos marcando.

Pero la libertad hay que ejercitarla, para lo que se precisa, en primer lugar, un acuerdo sobre los límites que la sociedad debe imponer en su ejercicio (reglas que debemos cumplir); y, sobre todo, es necesario que se ejercite para algo, para cumplir un proyecto vital, pero todo esto supera ya el objetivo de estas líneas.

Fernando Gómez-Bezares es catedrático de Finanzas de la Universidad de Deusto.

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