Dos teléfonos
Al principio, la gente desconfiaba, no estaba muy segura de si el asunto de los teléfonos móviles llegaría a alguna parte. De hecho, hasta que no pasaron unos meses ni siquiera se habló mucho de la cuestión, excepto para burlarse de los pocos que ya lo usaban -fíjate ése, lo importante que se siente, hablando en medio de la Gran Vía, pero ¿quién se habrá creído que es, un ministro entre dos sesiones del Congreso, un jeque árabe comprando pozos de petróleo?-; para criticar desde todos los ángulos posibles e imposibles el aislamiento y la esclavitud a que esas malditas máquinas sometían, supuestamente, a sus dueños o, en el mejor de los casos, para señalar la incorrección del mismo término "teléfono móvil": lo móvil, se escribió, es, según el Diccionario de la Real Academia, lo que tiene capacidad de moverse por sí mismo, lo que no tiene estabilidad o permanencia. De manera que, para ser exactos, el aparato no debería llamarse teléfono móvil, sino teléfono portátil, o teléfono celular, o tal vez teléfono de bolsillo. Sin embargo, nada de eso sirvió: los móviles se hicieron normales, se pusieron al alcance de casi todo el mundo y, al poco tiempo de haber sido vilipendiados y puestos en entredicho, era ya bastante difícil conocer a alguien que no tuviera uno. Hoy es prácticamente imposible.De acuerdo, ahora todo el mundo tiene dos teléfonos: uno fijo y otro móvil, pero, como en esta vida casi todas las cosas que pueden utilizarse para un fin también pueden utilizarse, en cuanto les das dos vueltas de tuerca, para el fin opuesto, las sospechas han comenzado a extenderse. El teléfono móvil valía para estar localizable en cualquier sitio, dentro o fuera de casa, en horas laborables o en nuestro tiempo libre, en cualquier ciudad y en cualquier situación. Pero resulta que también puede valer justo para lo contrario: para ser un contacto oculto, la forma secreta de ser localizado sólo por unos pocos, el número que no viene en ninguna guía y, en consecuencia, sólo pueden tener quienes nosotros queramos. Ahora, si no tienes el móvil de alguien, olvídate de que eres su amigo. De hecho, no eres nadie. ¿Es que no tienes el móvil de Julia, o de Ramón, o de María Luisa?, te pregunta alguien, y en ese momento te conviertes en un amigo o compañero de segunda clase, uno de esos pobres diablos a quienes los otros no dan nada más que el número de su teléfono fijo, de uno de esos feos y anticuados chismes con aspecto de calavera de vaca o de mariscos muertos.
Si se fijan, desde que el móvil se ha convertido en un colador, hay mucha gente que incluso habla por él de otra forma. Vas por Madrid o estás sentado en una cafetería y, de repente, suena un timbre. ¿Se han fijado en lo que algunos le ponen de timbre a sus teléfonos? Bueno, pues eso es lo que oyes de vez en cuando, no un pitido, ni un zumbido, ni una campanita, sino los acordes de Agua, azucarillos y aguardiente, el himno del Real Madrid, la música de La guerra de las galaxias o la del anuncio de las conservas Isabel. Todo es posible. El caso es que oyes una de esas cosas y ves que la mujer o el hombre que se ponen el teléfono en la oreja no lo hacen como siempre lo habías visto hacer, sino de otra manera, con gestos inequívocos de complicidad, de malicia o de excitación. La suya es una de esas llamadas secretas, elegidas, quien sabe si inconfesables. Si suena el móvil, quien llama es una persona de importancia.
De hecho, la ansiedad que genera todo este asunto ha creado una nueva clase de cazador urbano: el cazador de móviles. Hay quien asegura tener apuntados en una misma agenda el de Almodóvar y el de Maribel Verdú; quien se jacta de tener en su colección el de dos banqueros y un subsecretario; quien jura por lo que haga falta que, si quisiese, en ese mismo momento se ponía a hablar con Cela o con Iker Casillas, dependiendo del nivel y del ambiente de la conversación. Y me dicen que también se están creando las primeras clínicas especializadas en depresiones surgidas del asunto del teléfono móvil. Los psicólogos y psiquiatras de esos centros les aseguran a sus pacientes que no son unos fracasados, que algún día ellos también encontrarán amigos que los quieran y que les den sus números de teléfono móvil sin dudarlo un instante. En algunos casos consiguen superar su tristeza y salir adelante.
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