Una vida en las cárceles yugoslavas
ENVIADO ESPECIALAdem Demaci, todo un símbolo de la lucha por los derechos de los albaneses en la antigua Yugoslavia, lo que pagó con un total de 28 años de prisión, hizo ayer un apasionado llamamiento a relegar toda consideración sobre la identidad nacional en favor del respeto incondicional a todo individuo como ser humano. Demaci, tantas veces considerado por los serbios como uno de sus peores enemigos y de hecho durante décadas un nacionalista radical, pronunció una insólita conferencia multitudinaria, nada menos que en Belgrado, en la que reconoció que gran parte de su vida ha estado "esclavizado por la forma de pensar nacionalista" y pidió a los nuevos dirigentes serbios que sepan reconocer la oportunidad histórica que se les ofrece para abrir un capítulo totalmente nuevo en las relaciones entre el pueblo serbio y el albanés de Kosovo.
Demaci, considerado el Nelson Mandela albanés, pidió a ambos pueblos que dejen de someter su actuación en el presente a su trágico pasado común y que sólo recurran a la historia como lección para evitar sus errores. "Tenemos toda la historia detrás como advertencia para no repetirla. Hay opciones para crear en el futuro un clima en el que la libertad y la concordia sean compartidas, con la misma lógica con que aceptamos que el sol es de todos. Rechazar de una vez por todas ese proverbio serbio que dice que 'el amanecer de unos es el crepúsculo de otros'. Hay que lograr soluciones buenas para ambos pueblos porque no hay soluciones buenas para uno solo".
Demaci aludió sin mencionarlo al nuevo presidente yugoslavo Vojislav Kostunica, que, aunque utilizando diferente lenguaje dependiendo de en qué foro se encuentre, insiste en la reintegración de Kosovo bajo la soberanía serbia y se autodefine como nacionalista. El intelectual kosovar, que en 1993 defendió, sin ser escuchado, la creación de una Balcania en la que Serbia, Montenegro y Kosovo mantuvieran una confederación en régimen de igualdad, reconoció que desde entonces "han sucedido demasiadas cosas, ha corrido demasiada sangre" como para que esta propuesta pueda ser realizable a corto plazo. Y dejó claro que considera que la ocasión histórica de reconciliación entre los dos pueblos pasa por una previa independencia de Kosovo para encauzarse después hacia la integración de toda la región de los Balcanes. Sugirió que la insistencia de Kostunica en no aceptar esta vía podría hacerle incurrir "en los errores del pasado" y advirtió que el moderado Ibrahim Rugova, vencedor en las elecciones kosovares, "no puede hacer concesiones" en lo que a la voluntad de independencia de los albaneses se refiere. Las autoridades serbias no debieran errar en su juicio al respecto, señaló. Después de lo sucedido, el proceso es irreversible. A partir de la constatación de este hecho hay que buscar fórmulas de reencuentro para que llegue el día en que no importe si se vive en Kosovo o en Serbia.
Pero si sus consideraciones políticas eran previsibles -y son compartidas por la práctica totalidad de los albaneses kosovares-, fueron las reflexiones personales sobre el nacionalismo e identidad las que causaron gran impresión. "Si pensara aún como antes, me preguntaría qué hago yo hoy aquí en Belgrado. Pero ahora vengo como persona, no como albanés, para hablar con personas, y todos somos seres humanos por encima de cualquier otra identidad. Tengo que agradecer a los antiguos regímenes de Belgrado que de los 28 años que me han tenido en la cárcel, cinco me mantuvieran en aislamiento. He tenido tiempo para reflexionar y ahora soy ante todo un ser humano que no quiere ver sufrir a nadie porque sufro yo también". Demaci manifestó ser consciente de que en Kosovo se le atacará por sus palabras cuando regrese, porque las heridas siguen abiertas, pero que considera su deber advertir de que, tras la caída de Milosevic, existe una oportunidad sin precedentes para lograr la convivencia pacífica. Pasa, dijo, por una reflexión individual y colectiva de los serbios sobre cómo fue posible que se cometieran tantos crímenes en su nombre y por una voluntad común de serbios y albaneses de anteponer su condición de seres humanos a la de miembros de una nación. Nadie debiera esperar que el llamamiento de este viejo luchador nacionalista cambie de un día para otro los sentimientos en unas sociedades anegadas de odio y resentimiento, pero sí que, viniendo de quien viene, sea un revulsivo para muchas conciencias.
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