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La verdadera herencia de Pujol VICENÇ VILLATORO

Quienes hayan transitado por espacios políticos como la izquierda extraparlamentaria o el independentismo radical entenderán mi argumento: hay espacios políticos que parecen condenados al minifundio grupuscular. Poseedores de una cultura de la escisión perpetua, prefieren el pocos pero bien avenidos antes que el muchos. Extremadamente ideológicos, son espacios en los que el partido avanza depurándose y en los que estás siempre en una carrera hacia la radicalidad y la pureza en la que es imposible ganar. Siempre habrá un grupito que será más radical y más puro, que abrirá su propio chiringuito exiguo y compacto. Este modelo de partidos y de movimientos políticos, que buscan por encima de todo la máxima cohesión y la máxima pureza, sirven para dar testimonio, para hacer de oposición en los malos momentos, para atravesar desiertos como el del franquismo. Sirven también para situaciones extrañas, insurreccionales, en las que se puede llegar al poder simplemente, a la leninista, por tener las cosas muy claras y estar muy organizado. Pero en democracia la política se hace de otra forma: se hace construyendo mayorías sociales, tal vez no muy homogéneas, no muy puras, no muy bien avenidas, pero que son capaces de articularse en torno a un proyecto o a una persona.El principal mérito histórico de Jordi Pujol -y del mundo que ha creado, Convergència, CiU, el pujolismo, como quiera llamársele- es que rompe con una cierta tendencia grupuscular del catalanismo y forma una mayoría social. Heterogénea, incluso contradictoria en algún momento, pero unida en torno a algunas cosas básicas: un liderazgo, una concepción del país más o menos difusa, un programa de gobierno, una forma de hacer las cosas. Llamar Convergència a un partido ya se ve que es una cosa un poco rara. Pero responde a este espíritu: un espacio común donde convergen y conviven o se conllevan gentes de procedencia ideológica dispar. Ha sido la habilidad de Pujol: inventarse un espacio político central y amplio donde éste no existía. La segunda de las grandes habilidades que se le atribuyen -conseguir que este espacio quedase identificado con Cataluña y con la idea de catalanismo casi en exclusiva- no es sólo un mérito propio: si se ha llegado a esto ha sido en régimen de coproducción con las izquierdas -dejando ERC al margen- que cedieron amablemente el espacio en un momento dado.

El mérito principal de Pujol ha sido construir esta enorme coalición social. Como el mérito del PSC ha sido también -lo que hacen los partidos grandes- fabricarse un espacio político en la suma de sectores sociales diversos y a menudo antitéticos. Pujol lo ha hecho con el eje del catalanismo. El PSC con el eje de la izquierda. Pero han sido fundamentalmente partidos de suma, convergencias. Y siempre, en uno y otro caso, gracias al enorme valor político de la ambigüedad o, dicho de otra manera más políticamente correcta, gracias a la capacidad para subrayar lo que solidificaba estos espacios y de ignorar lo que los dividía. Pujol ha sido muchas más cosas: hombre de gobierno en Cataluña, pieza clave de la transición española, protagonista directo de una tranformación importantísima de Cataluña... Pero para mí la principal herencia de Pujol es ésta: la de haber construido un espacio político central de la política catalana, lo suficientemente grande y lo suficientemente central para gobernar 20 años y ser la clave de la política catalana.

A medio camino entre la conferencia posnacionalista de Duran Lleida y del congresode Convergència, la pregunta no es quién recibirá la herencia de Pujol. La pregunta es si habrá herencia. Y el mayor bien que heredar, repito, no es el gobierno de Cataluña. Los socialistas podrían gobernar Cataluña y no pasaría nada. La herencia principal es un espacio político de amplio perímetro, diverso pero unido, que se define fundamentalmente catalanista y en el que pueden encontrarse cómodos pensamientos políticos muy distintos. Si este espacio se rompe, si la cultura de la suma es sustituida por la cultura de la división, si se niega la cabida a posiciones soberanistas o si -muy improbablemente- se convierten las tesis soberanistas en las únicas posibles, si una parte del electorado considera que el pacto con el PP difumina las propias señas de identidad, si se pierde la fina combinación de pragmatismo e idealismo que ha caracterizado el pujolismo de los mejores años, no habrá herencia. Sea quien sea el heredero.

La herencia de Pujol no es un trono individual. La herencia de Pujol es un espacio en el que se han sentido cómodos más de un millón de electores catalanes y que, si se mantiene, o gobierna el país o es la principal fuerza de la oposición en un régimen de alternancia. Es decir, es un dato fundamental de la política catalana. Sin Pujol, tal vez este espacio no habría llegado a construirse. Pero ahora resulta que ya existe. No hace falta inventarlo, sino conservarlo. Y no sólo -sería un error de apreciación tremendo- conservarlo frente a la OPA hostil que Piqué puede hacer contra su ala derecha. También frente a las que el PSC y ERC pueden hacer contra sus componentes más mesocráticos, más populares, más nacionalistas. La herencia sólo puede ser entera. Si hay una autoamputación o una dispersión, no habrá herencia. El catalanismo, como concepto, saldrá perdiendo.

Vicenç Villatoro es escritor, periodista i diputado por CiU.

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