La fortaleza
Escribo estas líneas afectado por la impresión negativa de cuatro acontecimientos recientes: el debate sobre la modificación de la Ley de Extranjería en el Parlamento español para hacerla más restrictiva, los intentos desesperados de llegada masiva de población africana a las costas andaluzas, la deportación por el Gobierno español de muchos de estos ciudadanos "sin papeles" en bodegas de carga de barcos destinados al transporte de mercancías y la declaración de Goytisolo como persona non grata en la población de El Ejido, bien conocida por el estallido xenófobo de hace unos meses. Y no puedo evitar que se me reproduzca la imagen de una Europa occidental convertida en fortaleza alambrada para evitar la invasión de la amenaza del Sur. Por esa razón no me resisto a echar una ojeada a la actual situación de las relaciones entre las dos orillas.La frontera sur de la UE constituye un espacio geopolítico que ha vuelto a recobrar su plena dimensión tras la caída del muro de Berlín. Pero para los europeos requiere atención (y obligación) creciente porque es zona de ruptura Norte/Sur. Pese a los indudables avances socioeconómicos y políticos registrados en algunos países como Marruecos, Túnez, Egipto, Chipre o Turquía, los indicadores de diversos organismos internacionales evidencian la enorme distancia que separa al conjunto de países del Magreb y el Masrek, del grupo de países mediterráneos que forman el Arco Latino de la UE. El profesor Massot, en un excelente trabajo lo señalaba recientemente: los 11 países de la ribera sur con acuerdos de cooperación con la UE, "... apenas significan hoy el 5% del PIB de los Quince (del cual casi un tercio corresponde a Turquía). Si comparamos el PIB de los estados mediterráneos que son miembros de la UE con el del resto, de nuevo se ve confirmada la cesura económica: los cinco Estados miembro multiplican por nueve la riqueza de sus vecinos de la otra orilla. El crecimiento anual de la población en los países del sur y del este mediterráneo es de cerca de 5 millones de personas, con unas tasas anuales de más del 2% y del 3% (contra apenas el 0,6%, de media de los países industrializados)" (Vid. A. Massot en Bacaria y Tovias eds., Librecambio euromediterráneo. Icaria, 1999).
Los serios problemas estructurales de unas economías en transición, con la manifestación de unos niveles insoportables de paro, que previsiblemente se han de incrementar en los próximos años a causa de las políticas de ajuste, y alimentado por un crecimiento demográfico que se prevé importante en el medio plazo, explican la incontenible corriente migratoria de gentes desesperadas hacia una UE que pretende impermeabilizar sus fronteras ante la creciente percepción de "amenaza" procedente del Sur.
Se trata de países cuyas economías dependen básicamente de los mercados europeos. Sus balanzas comerciales deficitarias demuestran que existe una interdependencia comercial claramente asimétrica a favor de la UE. La estrategia de reforma económica, apertura comercial y promoción de la inversión directa, ha favorecido en algunos países el desarrollo del sector manufacturero, como lo demuestra la presencia de empresas españolas y francesas en Marruecos, pero los resultados son insuficientes.
Existen importantes obstáculos internos, no siempre suficientemente ponderados en los análisis, que dificultan el desarrollo económico y social de los países heterogéneos. A medida que estos obstáculos internos sean superados, mejore el entorno institucional y se afiance la estabilidad social y política en los países del área, se apreciarán resultados más positivos en sus niveles de desarrollo. Pero existen dificultades externas que no podemos ignorar y que derivan de los propios compromisos de intercambio que establece la UE. La política euromediterránea, en sus diferentes etapas y adaptaciones, presenta realizaciones muy modestas. La limitada ayuda financiera destinada por la UE a estos países ha sido claramente insuficiente. Y, sobre todo, los acuerdos bilaterales del pasado y los que ahora se hallan en fase de negociación y ratificación, mantienen la "excepción agrícola". Eso significa que uno de los sectores con más posibilidades de especialización y más intensivos en mano de obra, tiene limitadas sus posibilidades de acceso a los mercados europeos por la política proteccionista de la antigua Política Agrícola Común y de la reformada.
Existe amplia coincidencia en señalar la necesidad de liberalizar los intercambios agrícolas entre los países terceros mediterráneos y la UE. El desarrollo agroalimentario y rural tiene una importancia fundamental para el desarrollo económico y la estabilidad social en estos países. Sin embargo, el comercio agroalimentario permanece estancado. Los países del Magreb producen menos del 40% del trigo que consumen y se registra un saldo neto favorable a la UE. Los países del área registran una marcada dependencia alimentaria y un deterioro de su posición relativa en los mercados mundiales. La revisión del régimen de intercambios agrícolas en el contexto de la OMC y la nueva negociación de intercambios agroalimentarios entre los países terceros mediterráneos y la UE van a permitir modestos avances, pero la UE continúa bloqueando las posibilidades de exportación de esos países y mantiene un marco de intercambio que será desigual en el corto y medio plazo.
La cuestión agrícola sintetiza, mejor que ninguna otra, las contradicciones y dificultades que han de afrontarse en el futuro inmediato. Los Países Terceros Mediterráneos reclaman la inclusión del libre comercio de sus producciones agrícolas en el marco de sus acuerdos bilaterales con la UE como camino más adecuado para afianzar sus economías y reducir los flujos migratorios. Al mismo tiempo, temen la mayor liberalización agrocomercial mundial, la creciente orientación europea hacia el Este y la política de cooperación exterior de la UE, porque puede erosionar sus relaciones preferenciales en vigor.
Por su parte, muchas regiones mediterráneas europeas dependen a su vez del mercado europeo y sus producciones agrarias compiten con las de los Países Terceros Mediterráneos en un contexto de pérdida progresiva de rentas para sus agricultores. Como consecuencia de los acuerdos de desprotección gradual asumidos en el seno de la Organización Mundial de Comercio y de los acuerdos bilaterales establecidos por la Unión Europea con Países Terceros Mediterráneos, muchas de esas regiones especializadas en la exportación de frutas y hortalizas y frutos secos, pueden ver empeorada su situación a medio plazo. No se olvide que además se trata de cultivos cuyos productores apenas reciben compensaciones a través del FEOGA-Garantía.
La posición de España en el nuevo contexto de apoyo comunitario a las economías del Magreb es muy importante. Puente natural entre las dos riberas, a la vez país exportador y receptor de inmigración, sintetiza las contradicciones de una UE que tiene la responsabilidad de equilibrar objetivos e intereses sectoriales muy diversos y no siempre fácilmente conciliables entre los propios Estados miembro y a la vez favorecer de forma prioritaria la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones que habitan una región que tiene serias implicaciones geopolíticas, morales, sociales, económicas, medioambientales, de paz y seguridad y culturales.
Joan Romero es catedrático de Geografía Humana en la Universidad de Valencia.
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