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Óscar Tusquets, la mirada divina

El arquitecto publica "Dios lo ve", un conjunto de ensayos sobre arte y vida cotidiana

Tusquets arranca con un viaje al condado de Hertfordshire, en Inglaterra, en busca de un manor construido por el arquitecto Edwin Luytens (1869-1944) en 1901. Por el camino, se detiene en los cementerios y memoriales de la Gran Guerra entre París y Calais y en los británicos de Etaples y Thiepeval -este último debido a Luytens-, y reflexiona sobre la naturaleza de esta arquitectura "para los muertos, o mejor, para los vivos que no quieren olvidar a sus muertos" .

Arquitecto, diseñador, pintor, Óscar Tusquets Blanca (Barcelona, 1941) se dedica también, desde 1994, a la escritura. Su primer libro, Más que discutible (Tusquets, 1994), podía parecer al lector desatento mera sucesión de reflexiones sobre el arte y la vida derivadas de sus ocupaciones profesionales. Pero siguió un segundo volumen, titulado Todo es comparable (Anagrama, 1998), y ya por entonces su amigo escritor, Eduardo Mendoza, le advirtió que se estaba apartando de la senda de la especulación teórica para entrar en terreno literario. Pues bien, Tusquets parece decidido a seguir transitando por él. Acaba de llegar a las librerías una tercera entrega: Dios lo ve (Anagrama; con prólogo, ahora sí, del propio Mendoza).Dios lo ve. Parecería que el relativismo implícito en los dos títulos anteriores ha derivado en certeza, y en cierto modo así es. Tusquets prosigue aquí el viaje iniciado en sus obras anteriores -trata de arquitectura, pintura y escultura, pero también sobre jardinería, toreo y aspectos variados de la vida cotidiana-, aunque ahora ha subido un peldaño en la escala de la autoexigencia: la obsesión por lo que permanece vivo en la obra cuando ya el artista ha muerto recorre los diversos ensayos agrupados en este volumen.-¿Es consciente de que ha escrito un libro sobre la muerte?

-Es un tema que me preocupa mucho y del que trato frecuentemente con mi mujer. Mientras escribía, en efecto, se nos han muerto varios amigos íntimos. Ahora bien, de la muerte sólo se puede hablar desde este lado, el de la vida. Es decir, que hablar de muerte, o de Dios, implica necesariamente pensar en la vida.

Tusquets arranca con un viaje al condado de Hertfordshire, en Inglaterra, en busca de un manor construido por el arquitecto Edwin Luytens (1869-1944) en 1901. Por el camino, se detiene en los cementerios y memoriales de la Gran Guerra entre París y Calais y en los británicos de Etaples y Thiepeval -este último debido a Luytens-, y reflexiona sobre la naturaleza de esta arquitectura "para los muertos, o mejor, para los vivos que no quieren olvidar a sus muertos" . Ya en el manor de Hertfordshire observa un pequeño detalle, apenas visible, bien resuelto por Luytens, y al comentárselo al actual propietario, éste le cuenta cómo el arquitecto aleccionaba a sus proyectistas y colaboradores diciéndoles que aunque mucha parte de la obra quedara oculta al ojo humano, Dios sí la veía. En consecuencia, había que esmerarse igual. De esa anécdota nació el libro.

-¿La arquitectura se explica, pues, como voluntad de permanencia. A eso se le llama voluntad de permanencia frente a la fugacidad de la vida?

-La arquitectura lo es. Hay dos teorías sobre los orígenes de la disciplina: la que asegura que nace de la necesidad del hombre de guarecerse del frío y las fieras y la que piensa que antes surge como monumento funerario, como recuerdo que se niega a desaparecer. Yo creo que resulta de la combinación de los dos aspectos.

-Sin embargo, en este libro se impone más el segundo.

-Este libro parte de la una pregunta que aspira a cierto rigor teórico: qué determina la validez de una obra más allá de su reconocimiento mediático o económico. Pongo varios ejemplos al respecto. Miguel Ángel, mientras esculpe la Pietà Rondanini, es uno de los más impresionantes que conozco: el artista ya es viejo, ha alcanzado el reconocimiento, sabe que va a morir pronto, y sin embargo duda, retoca, suprime una figura... hunde los pies de Cristo en la piedra, sube a la Virgen en una pedalina, deja un brazo colgando de una tercera figura que existía anteriormente. Es el pentimento más hermoso que ha dado la historia del arte.

-Dios ve incluso la ingeniería, la estructura oculta. Dedica a este tema otro capítulo.

-Tengo muy buenos amigos ingenieros, a pesar de la mala relación que se nos supone, debido a que los arquitectos nos apropiamos tradicionalmente de la parte simbólica de la obra y ellos quedan desposeídos. Precisamente este libro subraya que la obra bien hecha está también en lo que no se ve. En respuesta, los ingenieros decían de los arquitectos algo tremendo: que no somos lo suficientemente afeminados para ser decoradores, pero que no tenemos los suficientes huevos para ser ingenieros. Pues bien, a mí me ha gustado incluir en el libro una reflexión sobre la ingeniería.

-En cierto modo está diciendo que el artista debe ser el ojo de Dios, colocarse en su lugar frente a la obra.

-Las emociones surgen de las mitificaciones, desmitificar me parece algo muy triste. La idea es que hay que actuar como si Dios lo viera. Los frisos del Partenón, por ejemplo, conservados en el British Museum contienen detalles que sólo podemos admirar en el museo, nunca mientras formaban parte de la obra original. Y sin embargo allí estaban, para que un día fueran descubiertos.

-Descubre lo mismo. También en el Palau de la Música de Barcelona, en cuya restauración y ampliación usted trabaja desde hace años, descubre esa obsesión por el trabajo como si fuera observado por un ojo superior. [Prepara también la reforma de 45 salas del Louvre, donde se instalarán las artes decorativas].

-Aunque no suelo escribir sobre las obras en las que trabajo, en este caso, Domènech i Montaner me ha parecido un ejemplo claro de la misma tesis. El solar en el que construyó el Palau de la Música era infame, encerrado entre calles estrechas por las que no podía ni pasar el carro de los bomberos si se producía un incendio. Pero él trabajó como si se tratara de un edificio a los cuatro vientos, como Charles Garnier con la ópera de París. ¿Por qué? Pues porque algún día todo eso tal vez podría verse. Y ahora será finalmente así: la plaza que estamos construyendo permitirá ver el edificio en plenitud, como nunca había podido verse antes.

-Un edificio que, antes de la revalorización del modernismo, era tomado como ejemplar de la "época del mal gusto".

-Josep Pla lo veía así. Si este país hubiera sido rico, del modernismo no quedaría nada, lo habríamos derribado. La cuestión del gusto es complicada, Flaubert decía que el mal gusto es el gusto de la generación anterior. Entre una tanagra griega y una figura de Lladró técnicamente no hay mucha diferencia, la segunda también está muy bien hecha. Como también están bien construidos los edificios de Núñez y Navarro . Entonces, ¿dónde está la diferencia entre ellos y el arte? No lo sé, el libro acaba con preguntas más que con respuestas. Pero el elemento distintivo que sugiero es esa forma de trabajar de los verdaderos artistas como si Dios les mirara.

-Al divino Dalí dedica usted un capítulo en el que cuenta la última visita que le hizo, poco antes de su muerte.

-Nos cantó una canción tradicional catalana. Y tras concluirla nos dijo: "Os podéis ir, ya habéis visto una película de Buñuel". Era su manera de encararse a la muerte, de rematar su propia existencia.

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