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Un enemigo para toda la vida

Soledad Gallego-Díaz

La revista Forbes, dirigida al mundo de los negocios, proponía en su último número Diez cosas que hay que hacer antes de morirse. Una de ellas, posiblemente la más novedosa, era "hacer un enemigo para toda la vida". Un enemigo, explicaba, viene muy bien a la hora de tener que definirse.Si se aplica la recomendación a Estados Unidos y a Europa se ven enseguida las diferencias. Europa es tan ambigua que ni tan siquiera sabe donde colocar su inquina. Estados Unidos, por el contrario, hace ya mucho tiempo que decidió cuál iba a ser su definición, la libre competencia, y por consiguiente "su enemigo para toda la vida": las concentraciones monopolísticas y los acuerdos empresariales para abuso de posición dominante.

Tanto cree Estados Unidos en ese enemigo que está dispuesto a llevar a los tribunales y a la cárcel a aquellos ejecutivos que conspiren para fijar el precio de las cosas o para impedir que sus competidores tengan la menor oportunidad. Su vigencia es tal que una escuela de negocios ha empezado este año a incluir en su programa de master la visita ejemplarizante a una prisión federal de Las Vegas donde cumplen pena algunos buenos colegas que olvidaron la línea que separa del fraude.

Como ha escrito el periodista Barry James, en Europa, por el contrario, "los carteles han sido tan tradicionales como los clubs de caballeros en Londres" y las cosas, en perjuicio del ignorante ciudadano, "se arreglaban", para bien o para mal, hablando con los gobiernos (una costumbre que ha ido atemperándose en Alemania o en Francia pero que parece continuar vigente en España).

Ni los países individualmente, ni la UE en su conjunto, han adoptado nunca una actitud tan beligerante como la de Washington. Y cuando, hace relativamente pocos años, se decidió acentuar la vigilancia, se optó por confiar el control de esas prácticas a una serie de organismos reguladores de la competencia que habitualmente sólo tienen capacidad para imponer multas.

Quizás porque la globalización de los mercados está propiciando una brutal carrera de concentraciones y de acuerdos entre empresas a nivel mundial, lo cierto es que las cosas parecen estar cambiando y que la Unión Europea empieza a despertar. Por lo menos ésa es la impresión que da el comisario Mario Monti al propiciar una polémica sobre el proyecto de nueva legislación comunitaria en defensa de la competencia. Monti propone que se autorice a la Comisión Europea a "utilizar todas las medidas necesarias (...) incluyendo las estructurales" para acabar con ese cáncer. Algunos especialistas interpretan que la Comisión está reclamando el derecho no sólo a impedir concentraciones entre empresas europeas, o europeas y extracomunitarias, que supongan un control excesivo de un mercado, sino también a exigir la desmembración de las que lleguen a tener una posición abusiva.

Lo extraño es que quienes primero han expresado su preocupación por un eventual reforzamiento del carácter sancionador de la Comisión han sido algunos medios ultraliberales estadounidenses. Llueve sobre mojado porque hace menos de un mes dos miembros del subcomite del Senado encargado de estos temas enviaron una carta a Monti, inquietos por la posibilidad de que Bruselas desarrolle una política de protección de empresas europeas contra eventuales operaciones de compra llegadas del otro lado del Atlántico.

Tampoco deja de ser extraño que Monti se apresurara a contestar a los senadores Dewine y Kohl dándoles todo tipo de explicaciones. "De un total de 1.392 propuestas de absorción de una empresa europea por otra norteamerica la Comision sólo revisó 348 y de ellas 331 recibieron la luz verde y 16 fueron abortadas", aseguró. Bueno, en USA, el ayudante del fiscal general Joel Klein dejó, al abandonar este mes el cargo, una estadística más brillante de sus propias actividades.

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