Rarezas otoñales
A excepción de la gota fría, que ya es como si fuera de casa, este otoño 2000 está resultando un tanto extraño. A ver si me explico: la Feria saca a concurso las nuevas instalaciones con un valor máximo de 8.990 millones y todas las empresas que se presentan se saltan a la torera el tope y proponen 11.000 y pico, con la única diferencia del tamaño del pico. Extraña unanimidad. O los técnicos que elaboran las bases son poco fiables y no tienen ni la más remota idea de lo que cuesta el metro cúbico de cemento (cosa difícil de aceptar), o las empresas no se han molestado demasiado en afinar el presupuesto, tal vez porque se les ha acostumbrado a que 2.000 millones arriba o abajo, siempre que se trate de dineros públicos, no tiene demasiada importancia. Un poco raro, ciertamente.Como es raro que, de acuerdo con los últimos datos del Banco de España, nos enteremos ahora de que la única comunidad autónoma, de las consideradas equivalentes a la vía del artículo 151, que aumenta ininterrumpidamente su deuda pública (en relación al PIB) es la valenciana, la cual, ya en el año 1999, se situaba en el 9,1%, por encima de todas ellas. ¿Consecuencia?: mientras que, en 1996, a cada valenciano le tocaba la módica cantidad de 113.792 pesetas de deuda, en el año 2000 le corresponderá la nada despreciable cifra de 206.793.
Claro que podría mantenerse que esta cifra, por sí sola, no indica, necesariamente, algo negativo, puesto que pudiera deberse a la realización de importantes inversiones estratégicas en infraestructuras físicas, o a algún contundente plan de investigación y desarrollo tecnológico, por poner algunos ejemplos. Y efectivamente, podría mantenerse; pero sólo durante el breve espacio de tiempo que transcurre entre su expresión oral y la contrastación con los hechos, porque ocurre que, miren por donde, el porcentaje de presupuesto que se dedica a las inversiones reales ha caído de modo significativo durante el periodo, pasando, desde el 13,3%, a finales de 1995, hasta el 11,2% en el 2000; y de la I+D no hablemos; baste con echar una ojeada al informe que el llamado Alto Consejo Consultivo de la Generalitat para la Ciencia y la Tecnología ha presentado recientemente. Sólo Turquía está peor que nosotros y, desde luego, ellos sí tienen poderosas razones económicas para justificarlo.
La sorprendente conclusión es que aquí tenemos cada vez más deuda y menos inversiones. Extraordinario; esto no lo mejora ni David Copperfield. Debe ser el único caso en el mundo, desde la época de Abraham Lincoln, en que algo parecido le sucede a un gobierno. ¿Y por qué pasa? se preguntarán algunos; pues porque, también en esto, somos innovadores, se responderán ellos mismos, pletóricos de autosatisfacción incontenible. ¿Quién dice que la deuda se deba dedicar sólo a la inversión? Tópicos anticuados, como tantos otros, propios de la época socialista que-todos-queremos-olvidar; sin duda.
Ahora que, para raro, raro, lo que está pasando con Terra Mítica; o sea que, como el socio tecnológico no viene, pues nosotros le llamamos; y, claro, ya se sabe que no es lo mismo ir a vender que nos vengan a comprar. De modo que la Paramount manifiesta, al parecer, que no quiere muchas acciones ni implicarse demasiado en la gestión (como, sin embargo, sí ha hecho Estudios Universal, tomando un porcentaje más que significativo de Port Aventura). Así que ofrece sus servicios por 1.500 millones y pelillos a la mar, si te he visto no me acuerdo. De ser cierto, esto no es un socio tecnológico, esto es una risa, le guste o no a sus responsables. Claro que lo que mal empieza, generalmente, mal acaba. Tengan cuidado los socios capitalistas, en particular las cajas, porque las cosas se pueden complicar. Dentro de un año, más o menos, hablaremos.
También resultan un poco raros los insistentes rumores que circulan sobre el cambio de accionariado de algunas de las ITV privatizadas, ¡en tan breve espacio de tiempo! Si éstos respondieran a la verdad, la pregunta oportuna sería ¿por qué se han vuelto a vender? Si ha resultado tan buen negocio comprarlas, para luego venderlas, ¿no será que el precio de adjudicación en su momento fue algo bajo, cuando menos? No pretendo molestar a nadie, pero me parece una pregunta legítima que requeriría alguna respuesta razonable.
Podríamos referirnos, asimismo, a las desviaciones en el gasto realizado en la Ciudad de las Ciencias, sobre todo por la gran aportación innovadora que ha supuesto el añadido de las Artes, cuyo efecto inmediato (estoy seguro de que no deseado) es el de que los potenciales visitantes se sientan confundidos, sin saber muy bien si han de acudir a escuchar ópera o a entretenerse observando bacterias con un microscopio electrónico. Y así sucesivamente; la lista podría llegar a ser tan larga como la de una carnicería en hora punta.
En todo caso, me consta que hay miembros del gobierno (el nuestro) a quienes no les gusta que se digan estas cosas en público, y que no entienden que su magnífica gestión no sea debidamente reconocida y valorada todos los santos días del año; pero qué quieren que les diga, muchos de los que están ahora gestionando la cosa pública, se dedicaban, en otros tiempos, a montar unos cirios de grandiosa magnitud, por un quítame allá ese parque tecnológico, o esa Mediterrània. Son los inevitables costes de la política. Yo, como bien deben recordar, lo viví en mis propias carnes y ahora, contra todo pronóstico, sobrevivo, tan ricamente, rodeado del afecto de mis alumnos y la agradable compañía de mis libros. Deberían probarlo. Hasta Pimentel, aquel ministro tan simpático que se creyó lo del giro al centro, se ha pasado a mi bando y se dedica a escribir novelas; y, además, bastante buenas.
O sea que no es tan grave. A las críticas, si no son rigurosas, se les responde con argumentos; y si lo son, pues se asumen, se rectifica, y no pasa nada. Esto es lo moderno en política. ¿No ven lo bien que le va a Rodríguez Zapatero en las encuestas con este nuevo talante? Desde luego yo, si fuera ustedes, me pondría rápidamente a la faena para intentar enmendar los desvaríos que pudiese, sobre todo porque los años pasan muy rápidamente; y en política, más. Como dijo un insigne humanista: nosotros podemos matar el tiempo, pero él nos acaba enterrando. Incuestionable.
Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.
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