'Dancer in the dark' abre por todo lo alto una Seminci llena de riesgos
Abundante y variada presencia del cine español en la programación
En parte porque estaba encasillándola con el título poco atractivo de festival escoba y en parte porque el de San Sebastián ha creado este año una sección con filmes triunfadores en otros festivales, éstos han dejado de venir, como era costumbre, a la Semana vallisoletana, que ha optado por una arriesgada programación donde predomina el cine inédito. Abundan las películas españolas en una programación que abrió, poniendo altísimo el listón de las comparaciones, la ya legendaria Dancer in the dark.
Dijo Lars von Trier a raíz del estreno de Dancer in the dark en el Festival de Cannes, donde resultó triunfadora absoluta: "De niño me atraían las películas musicales americanas. Mis padres las despreciaban, las consideraban basura yanqui, pero a mí me fascinaban, sobre todo las de Gene Kelly. Sin embargo, eran obras ligeras, como las operetas. No hacían llorar, hasta que llegó West side story, que fue por fin un musical dramático. En Dancer in the dark he querido romper con esa sistemática ligereza que tenía el musical clásico americano. Antes, la gente lloraba cuando iba a la ópera y he querido rescatar aquí esa emoción. La película está concebida como una forma extrema de melodrama, pero compuesto a la manera de una comedia musical. Se da por sabido que lo que pretende este tipo de películas es entretener, pero yo creo que pueden ofrecer muchas más cosas además de entretenimiento".Estas luminosas palabras de Lars von Trier acerca de sí mismo y de su película sólo tienen una respuesta: es obvio que la comedia musical clásica es hija de la pura musicalidad, pero esto no resulta tan obvio dicho respecto del melodrama, cuando debiera ser igualmente evidente, pues la condición de este género salta de su propio enunciado. Pero en el caso de Dancer in the dark la fusión no sólo es de música y drama sino de música y tragedia, lo que es un paso, y un paso muy grave, más allá de donde pretendió llegar la audacia de Lars von Trier.
El resultado de esta genial pirueta cinematográfica del cineasta danés es asombroso. La libertad con que entra a saco en las viejas y sagradas convenciones del género ha escandalizado a más de un purista, pero este escándalo escolástico es completamente irrelevante comparado con la fuerza de enganche que la libérrima película ha demostrado tener, pues acaba de nacer y ya ha levantado polvaredas de añoranza por el viejo cine musical, además de ensanchar las fronteras formales del género y proporcionarle vías de acceso, que hasta ahora no tenía, a la representación del dolor y de la opresión en sus manifestaciones más extremas.
Inocencia y dolor
Lars von Trier nos hace entrar, sin proporcionarnos barreras de protección, en el calvario y la infelicidad de una mujer en la que deposita una idea de la inocencia absoluta y del dolor igualmente absoluto. La prodigiosa Selma, creada por la cantante islandesa Björk, es una criatura estremecedora que se ha convertido ya en una leyenda del cine moderno. Lo que esta cantante y no actriz ha logrado representar, ninguna actriz profesional lo habría alcanzado. Hace falta ese punto de ingenuidad en el que una persona se representa a sí misma haciendo de otra. Y Björk logra esta identificación con su personaje de forma genial, casi brutal.Lo que el director danés se propone elevar a la pantalla en Dancer in the dark es algo que roza literalmente lo imposible, lo impensable, lo inimaginable, hasta que se ve materialmente incorporado a ella. De ahí procede el aroma de milagro que emana de este prodigioso llanto musical, que ha puesto el listón de las comparaciones muy alto a las películas que, más a ras de suelo, le seguirán los días que vienen en la pantalla del teatro Calderón.
Sobre estas películas de andar por casa flotan también dos monumentos del cine clásico recién restaurados, devueltos a su magnitud originaria, que tendrán dentro de la programación de esta edición de la Seminci su lugar de cotejo con el cine formalmente más evolucionado que se hace ahora mismo. Una de estas películas es Rear window, que aquí se tituló La ventana indiscreta, y que hay quienes desde su estreno en 1954 consideran (y este cronista se adhiere a ellos desde siempre) la obra cumbre, el colmo de la perfección, de la finura y de la hondura de Alfred Hitchcock. La otra película, el otro monumento, es The Misfits, que aquí se tradujo como Vidas rebeldes. Pero ésta, por contar con el complemento de una hermosa exposición de fotografías de rodaje, que tienen auténticas resonancias trágicas, merece crónica aparte.
Babelia
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