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Entre luz y formas

JOSU BILBAO FULLAONDOHace pocos días se ha vendido la fotografía Lágrimas de cristal. Es una obra excepcional del pionero y surrealista Man Ray (1890-1976). Un coleccionista cuyo nombre no se ha revelado ha pagado 190 millones de pesetas. Quizás pueda entenderse como indicio de un mercado que se anima, pero uno quiere moderarse y, mientras estos picos publicitarios se apaciguan, sentir el latido de lo que ocurre todos los días con esta modalidad artística. Una factura similar a esta alharaca financiera ofrece la exposición de Herbert List (Hamburgo 1903-Múnich 1975) que tenemos ocasión de visitar en la sala Sanz Enea de Zarautz. Es una recopilación de trabajos escogidos que dan sobrada cuenta del ingenio de un realizador con alma de poeta, una sensibilidad cautiva de la luz y las sombras.

List realizó estudios de arte y literatura en Johanneum, una afamada escuela privada en Heidelberg. De vuelta a casa se incorpora a la empresa familiar de café. En 1929, hace amistad con Andreas Feininger quien, formado como fotógrafo en la Bauhaus, le enseña múltiples aspectos técnicos. De esta manera, en los años treinta, su devoción por la fotografía se hace profesión. Por motivos políticos -es contrario a las posturas nacionalsocialistas-, en 1936 abandona Alemania para trasladarse a París y luego a Londres. Durante este exilio intelectual realiza sus primeras exposiciones. Viaja a Grecia y prepara lo que más tarde será su libro Luz sobre la Hélade. Sus fotos son solicitadas por Verve, Vogue, Life y Harper's Bazar. Finalizada la guerra mundial se instala en Múnich. Desde allí retoma su actividad fotoperiodística con intensidad. Sus temas preferidos son reportajes de gentes y viajes y retratos de artistas. Trabaja por su cuenta y riesgo, rara vez acepta encargos; es una forma de no ver coartada su creatividad. Aparte de otras revistas alemanas publica en Flair, Look, Picture Post y colabora con la agencia Magnum. De esta etapa son sus libros Roma, Caribia o Nápoles, este último en colaboración con Vittorio de Sica.

Gran parte de su producción está influenciada por el surrealismo, un legado de la literatura estudiada en sus años jóvenes. A partir de los más diversos objetos establecía combinaciones intencionadas para conseguir ideas asociadas en su labor fotográfica. Es una manera de conformar pequeños escenarios que producen un efecto de choque. Su interés no se encamina hacia los cabarets berlineses, ni hacia los reportajes imparciales o a las perspectivas tremendistas de la Nueva Visión. Sus fotografías denotan un interés general por el surrealismo, pero la vinculación entre los elementos que conforman su cuadro están siempre unidos por una línea imaginaria que establece ciertos limites interpretativos. Los objetos reales implican primero la mirada; luego el espíritu toma alas y viaja por complejos derroteros para poner en marcha todos los recursos intelectuales del observador. De entrada pueden identificarse los objetos que conforman estos sueños fotográficos, después quedamos deslumbrados por la manera en que los ha intercomunicado. Son yuxtaposiciones insólitas las que mantienen fija nuestra mirada. La precisión con la que se han realizado las imágenes y el desborde intelectual que han exigido produce un intenso efecto físico que transporta hacia un cosmos de inquietudes y misterios.

Son territorios creados por una lírica icónica donde el raciocinio pierde espacio ante los impulsos emocionales. Se ponen así de manifiesto estas sensaciones cuando se contempla la sencillez de un par de gafas (cristal transparente y cristal ahumado) sobre una mesa ante un paisaje de montañas sostenidas por el lago de los Cuatro Cantones. Lo mismo ocurre con la escalera y la sombra que genera al estar apoyada contra la peana que soporta una estatua ecuestre cubierta por un lienzo. No se buscan ángulos extraños ni movimientos complicados. Quizás no tenga el atrevimiento, sea más conservador de otros coetáneos de la Nueva Visión, pero desde luego es capaz de cautivar la mirada con el juego de sus formas.

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