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Violencia doméstica

"María, o mía... o muerta"

Mábel Galaz

María Barrero lleva 14 años visitando comisarías y juzgados en busca de un respaldo legal que blinde su vida de las amenazas del que fue su marido. En su casa de San Cristóbal de los Ángeles (Madrid) acumula cientos de papeles del saldo de una batalla que habla por sí misma: 40 denuncias en comisarías, varios partes de lesiones, dos sentencias de divorcio del mismo matrimonio y otras dos en las que se impone a su ex marido que se aleje de ella. María, que cumplió 47 años el pasado viernes, ya no sabe qué hacer para que el hombre con el que estuvo casada 13 años se aparte de su camino. Todas las acciones que ha emprendido recibieron la misma advertencia de su esposo. "María, o mía.....o muerta".La historia de José R. S. y María nació en el año 1973. "Nos conocimos en un baile. Yo tenía 18 años. Él vivía en Villaverde Bajo, y yo, en San Cristóbal. Acababa de quedarme viuda; mi primer marido murió de un infarto y tenía un hijo. Estuvimos 18 meses de relaciones antes de casarnos. Los primeros años fueron casi normales. Lo único que notaba eran sus celos".

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María justificaba, por aquel entonces, el férreo control de José pensando que era lo normal en un hombre enamorado, aunque confiaba que con el tiempo se le pasara. Pero no ocurrió así. Lo que al principio fueron peleas esporádicas, con el paso del tiempo se convirtieron en diarias. Cuando llegaba el fin de semana, José cerraba la carpintería y se iba con sus amigos de marcha. "Llegaba a casa de madrugada y borracho. Se disculpaba diciendo que sus amigos no le dejaban volver a casa. Poco después descubrí que era alcohólico y... ahí comenzó mi pesadilla".

Desde 1977 hasta 1987, María vivió años de malos tratos. "Me rompió la boca de una paliza; me puso un cuchillo en el cuello, a la vez que gritaba que iba a matarme, y cuando llegaba a casa borracho, me violaba, aunque él nunca reconoció que lo hiciera. Me decía: 'Si eres mi mujer, siempre tienes que estar dispuesta a lo que yo quiera".

Los abusos físicos le han dejado huellas a María en su cuerpo, pero los psíquicos, "aunque no se ven, han sido los peores". "La mía ha sido, sobre todo, una historia de desprecios. Me decía que mis manos daban asco porque las tenía estropeadas de fregar suelos para dar de comer a mis hijos". María y José tuvieron cinco hijos; las dos menores nacieron cuando el matrimonio libraba un batalla en su hogar.

"Las peleas más frecuentes eran por culpa del dinero. Quería dinero para beber, y cuando no tenía se ponía violento. Para que no les faltara nada a mis hijos, además de limpiar, tuve que ponerme a coser por las noches en casa". María cuenta su historia con desapego, como si no fuera propia. "La gente me dice que soy muy fría cuando hablo, pero es que con el tiempo, y con todo lo que he pasado, o te distancias un poco o te mueres. Y yo tenía que sobrevivir por mis hijos".

En 1986, María presentó la demanda de separación y un año después la justicia la dejó libre de José. Pero aquel papel sólo fue un mero formulismo. Sus vidas seguían siendo paralelas. "Tenía seis hijos y ¿dónde iba a ir? Mi marido no quería marcharse de casa, pretendía que lo hiciera yo. Tampoco reconocía la sentencia de separación. 'Yo no estoy separado porque no he firmado ningún papel', me decía. Así que no tuve más remedio que seguir el consejo de mi abogado e iniciar de nuevo los trámites para obtener de nuevo el divorcio".

Once años después de la primera sentencia, en 1998, la convivencia entre María y José se acabó. "Aguanté 11 años a su lado, lavándole la ropa y preparándole la comida porque no tenía dónde ir. Me hablaron de las casas de acogida, pero con tantos niños era imposible mantenernos todos juntos. Hace dos años, en uno de los ataques de furia, mi marido me echó de casa. Tan sólo estaban ya conmigo mis dos hijas pequeñas, los otros se habían independizado. Así que me atreví a dar el paso e iniciar una nueva vida. Alquilé un pequeño piso y me dispuse a pasar página. Creía que la pesadilla había acabado, pero me equivocaba".

La persecución se recrudeció cuando José se encontró solo en casa. "Hagas lo que hagas, siempre serás mía", le dijo. Y el sentimiento de posesión se apoderó de él con más fuerza. Descubrió dónde vivía y montó guardia en su portal para amenazarla. Se presentó en el banco en el que trabaja de limpiadora y recomendó a sus jefes que la echaran. La perseguía hasta la cafetería donde tomaba habitualmente café para decirle: "Te estás cavando tu propia tumba". Marcaba el número de teléfono de su casa para amenazarla de día y de noche. Se agarraba a su coche cuando María intentaba huir en él. Le gritaba: "Te voy a meter un cuchillo de arriba abajo". La llamó puta cuando descubrió que había sufrido una intervención ginecológica.

Durante años, María viene sufriendo una situación de tortura psicológica más sutil, quizás, que las palizas físicas, pero no por eso menos aterradora. José ha sido juzgado repetidamente por coacciones y amenazas y en muchas de ellas fue absuelto. Un juez ha decidido agrupar todas las denuncias y sentencias, de tal forma que se aprecie que no se trata de hechos aislados, sino de una conducta continuada.

"Tan sólo en 1998 puse más de 30 denuncias en comisaría y pedí dos órdenes de alejamiento. No ha servido para nada", se lamenta María, rodeada de los papeles de su batalla legal. "He querido contar mi historia para demostrar la indefensión que sufrimos las mujeres como yo. Me ha amenazado de muerte tantas veces que ya no recuerdo cuántas son. Ni la intervención de los jueces ni de la policía ha servido para nada".

Hace tres meses, María rehízo su vida con un hombre separado. "He encontrado a alguien que me quiere. Me gustaría decir que soy feliz, pero no he podido pasar página. Ahora que sabe que estoy con otra persona, se ha vuelto más violento. Lo último ha sido pegarle un puñetazo a él".

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Sobre la firma

Mábel Galaz
Fue la primera mujer en pertenecer a la sección de Deportes de EL PAÍS. Luego hizo información de Madrid y Cultura. Impulsó la creación de las páginas de Gente y Estilo. Ha colaborado con varias cadenas de televisión y con la Cadena Ser. Ahora escribe en El País Semanal.

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