La guerra se ha metido en casa
La guerra de las calles se ha deslizado poco a poco en los hogares y en la vida cotidiana de israelíes y palestinos; todos comienzan a sufrir los rigores y las incomodidades de un peligroso conflicto que acaba de cumplir dos semanas.La vida económica y social empieza a tambalearse y las comunidades extranjeras que viven en la zona acarician la idea de una evacuación, siguiendo el ejemplo de los estadounidenses y de los funcionarios de la ONU no imprescindibles, que ayer abandonaron precipitadamente la región.
"Este mes me he quedado sin sueldo", comenta Tahar, un palestino domiciliado en Ramala pero que se gana la vida en el oeste de Jerusalén como mozo de limpieza. El cierre de las fronteras de los territorios le ha cogido por sopresa en zona palestina. Ahora deberá esperar a que finalice el conflicto y se alcen las barreras para intentar recuperar su empleo y su sueldo.
Tahar no es una excepción. Los propios sindicatos israelíes han denunciado que el 45% de los palestinos -unos 150.000 en total- que trabajan habitualmente en áreas israelíes no recibieron sus sueldos al final de septiembre; así lo indican los ordenadores del Gobierno.
Pero lo peor aún está por llegar: sobre los trabajadores palestinos gravita la amenaza de un despido masivo, originado por las leyes de un mercado y de una industria que se hallan al borde del colapso por la falta de mano de obra.
El sector de la construcción es el más afectado. Los 25.000 obreros palestinos que a diario trabajan en el sector judío de Jerusalén no han podido incorporarse a sus obras desde hace 15 días. Las edificaciones están paralizadas. La patronal asegura que, si todo continúa igual, el sector perderá sólo en un mes cerca de 650 millones de shekels (unos 35.500 millones de pesetas).
Los empresarios sugieren como única solución a corto plazo la contratación urgente de mano de obra extranjera, tan barata o más que la palestina, preferentemente originaria de países asiáticos. El sector de la construcción reclama que se abran de inmediato las fronteras con los territorios palestinos o que se autoricen los 20.000 nuevos obreros.
El conflicto afecta también al hasta ahora boyante sector turístico. Los mejores y más modernos hoteles de Cisjordania y Gaza permanecen prácticamente desiertos, mientras que los de Israel se vacían poco a poco. Todos los especialistas aseguran que, de continuar el clima prebélico que azota la región, se alcanzarán en breve índices de desocupación similares o peores a los conseguidos durante la guerra del Golfo, hace 10 años.
En la zona turística del Tiberiades, la desocupación hotelera es de un 80%; en el mar Muerto, de un 60%, y en Haifa, en la costa, se llega al 40%.
"Vamos a cerrar las puertas hasta nueva orden", han anunciado los responsables del hotel Marriot de Nazaret, en la región israelí de Galilea. El edificio, construido hace dos años con un coste aproximado de 25 millones de dólares (unos 4.750 millones de pesetas), es el orgullo de una ciudad peregrina por excelencia. La actual crisis entre israelíes y palestinos les ha forzado a echar el cierre, pues los únicos ocupantes de sus 245 habitaciones son su personal de seguridad. Todos estos empleados perderán el trabajo.
El Gobierno israelí ha suspendido su campaña para fomentar el turismo; la de la Autoridad Palestina hace tiempo que está congelada. Los aviones civiles empiezan a volar semivacíos, aunque la compañía nacional israelí, El Al, sostiene que el descenso de viajeros extranjeros queda compensado con otros; en total admite una pérdida del 1% en el volumen de ocupación.
"¿Ha visto cómo se ha puesto el kilo de tomates?", protestaban ayer algunas mujeres en el mercado de Ben Yehuda, el más popular y abigarrado de Jerusalén. Los últimos compradores de la mañana trataban de aprovecharse de las oportunidades y de los saldos antes del inicio de la fiesta religiosa del sabath.
El cierre de los territorios palestinos ha dejado desabastecida de vegetales y hortalizas a la comunidad ultraortodoxa (Haredim), especialmente meticulosa cuando se trata del consumo de los productos kosher, es decir, cultivados siguiendo las normas religiosas.
El Gobierno israelí manejó en un principio la posibilidad de efectuar importaciones masivas de verdura procedentes de Europa y Jordania; pero esta idea ha quedado paralizada. El Ejecutivo de Barak ha optado por abrir una pequeña brecha en el cierre de los territorios palestinos y permitir la entrada de 300 toneladas de estos productos.
Otra víctima es la cultura. El llamado Festival Alternativo de Teatro de Acre, que cada año reúne a unos 25.000 visitantes, fue suspendido. Los responsables de la cooperación española en Jerusalén han aplazado su intención de llevar a Ramala y Gaza a un grupo de animación catalán.
La comunidad extranjera observa con inquietud toda esta situación. Ayer se produjo la evacuación de los ciudadanos estadounideses y del personal de Naciones Unidas, cerca de un millar de personas. A los funcionarios de la ONU los trasladaron a Viena en avión. Ninguno podía llevar más de 15 kilos de equipaje. Detrás se han quedado los considerados imprescindibles.
Para los demás extranjeros sólo hay consejos oficiosos: salir de los territorios palestinos, abandonar el este de Jerusalén, protegerse en las zonas judías, extremar la seguridad y sobre todo no viajar por el país.
La crisis no se puede llamar guerra; pero los efectos y sus miedos ya se parecen mucho.
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