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Tribuna:EL IMPACTO DE LA CRISIS PETROLERA
Tribuna
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Esas décimas tan buenas para la salud

Soledad Gallego-Díaz

Estos son días en los que la mayoría de los ciudadanos de la Unión Europea deseamos con todas nuestras fuerzas que los dirigentes del Banco Central Europeo (BCE) sean astutos economistas, con fino olfato y gusto exquisito por los pequeños detalles De sus decisiones, de su habilidad para decidir al milímetro cuánto deben subir los tipos de interés para cortar la evidente tendencia inflacionista que existe en los once países del área euro, dependerán esas décimas de crecimiento económico que son las que permiten que se renueve o no el contrato temporal de cientos de miles de personas, especialmente de jóvenes menores de 30 años.

Hay que reconocer que se trata de decisiones nada obvias. El BCE fijó en 1998 su objetivo de inflación para la zona euro en un 2%. Ahora algunos especialistas dicen que es un objetivo algo severo y estricto, pero entonces nadie protestó. La economía de Estados Unidos llevaba meses creciendo, con poca inflación, y la de los países europeos no había aún arrancado.

Ahora, cuando parecía que la bonanza había alcanzado también de forma sólida a la UE, las circunstancias internacionales varían, el precio del barril de petróleo se dispara, Oriente Próximo arde en llamas y la moneda única pierde su escaso aliento. Que España llegue al 3,7% de inflación es malo para la Unión, pero peor aún que Francia sobrepase el 2,2% y Alemania el 2,5%. Sigue siendo, sin duda, una tasa de inflación baja (menos relevante todavía si se descuenta el punto entero que supone la repercusión de los precios de la energía), nada que ver con la pesadilla de los años 70, pero aun así es evidente que el objetivo del BCE corre serio riesgo.

Es probable que todo dependa de la velocidad de los acontecimientos. Ojalá en Oriente Próximo funcionara el criterio de los web-year: años que sólo duran tres meses. Ojalá se tratara de una web-crisis y dentro de dos o tres meses el precio del petróleo estuviera otra vez estabilizado por debajo de los 30 dólares. Pero si no es así, si el mundo virtual no ha llegado a Jerusalén y a la historia, el BCE tendrá dos posibilidades: modificar su objetivo de inflación o seguir subiendo las tasas de interés para añadir hielo y enfriar más la economía. (Ya se sabe que "enfriar" es sinónimo, para la mayoría de la población, de congelación salarial y amenazas de cortar la creación de empleo).

No hay grandes dudas sobre cuál será la posición de Wim Duisenberg y de sus colegas: mantener la credibilidad del BCE por encima de todo. Así que los principales centros de análisis económico del mundo ya han empezado a quitar décimas a las cifras de la UE. J.P. Morgan ha rebajado dos décimas a las expectativas de crecimiento europeo y la propia Comisión calcula un 3,5% para ese año y algo por encima del 3% para el 2001. Es decir, 0,3 menos de lo previsto para el 2000 y medio punto menos de lo que se esperaba para el año que viene.

El FMI, que había hecho cálculos a 25 dólares el barril, ha revisado sus previsiones de crecimiento mundial también en medio punto a la baja. Japón, que depende en un 80% del petróleo de Oriente Próximo y que sólo creció un 0,8% el último cuatrimestre frente al 3,7% de la UE, ha anunciado que intentará defender su suave recuperación con una decidida política de estímulos económicos.

No conviene exagerar y creer que esas décimas que se quedan en la cuneta van a ser una tragedia en Europa. Al fin y al cabo, es muy posible que la UE sea capaz de mantener el 3% de crecimiento del PIB, que no está mal, sobre todo si Estados Unidos también modera algo su crecimiento. Pero tampoco conviene engañarse. En situaciones como la española, con tasas de paro todavía tan altas, esas décimas son la esperanza de muchas personas y la salsa de muchos hogares. Las vamos a echar mucho de menos.

solg@elpais.e

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