La imaginación al piano
Hay intérpretes que fascinan desde un rigor y una perfección absolutos siempre puestos al servicio, lo más estricto posible, de la partitura legada. Otros, en cambio, añaden a la creatividad del compositor la suya propia, quizá pensando, como aseguraba Mahler, que "en los pentagramas está todo, salvo lo esencial". Entonces, la aventura del intérprete adquiere extraordinaria importancia y nos da la medida no sólo de un ejecutante, sino más aún la de un músico completo. Éste es el caso de Anatol Ugorski (Leningrado, 1942), que ha reaparecido en el escenario del Auditorio.El programa, de varia y notable belleza, comenzó con un Bach-Busoni (Preludio y fuga en mi bemol, BMW 552) procedente del órgano y transfigurado por el gran pianista y compositor italiano en cosa propia sin necesidad de caer en "alta traición". A partir de aquí, las versiones de Ugorski crecieron en profundidad, interés y hermosura. Bien sabemos que estamos ante un heterodoxo; pero, ¿qué sería del arte sin la heterodoxia? Ugorski no lee, ni siquiera interpreta: recrea, reinventa, imagina esa nueva vida que cada obra inicia cada vez que lo escrito se hace sonido. La Sonata en si menor, de Franz Liszt, impuso su virtuosismo y sus conceptos trascendentes según los entiende y siente el concertista en su desentrañar la letra y el espíritu, el planteamiento y las soluciones de algo tan significativo y complejo como esta Sonata anunciadora de Tristán, un lustro posterior. Ugorski iluminó todos y cada uno de los rincones y espacios de la Sonata en si menor en su contexto dramático y narrativo y en su dinámica inquietante.
Ciclo de Grandes Intérpretes
Scherzo, Canal +-Muzzik, Inaem, Fundación Hosseschrueders. A. Ugorski, pianista. Obras de Bach-Busoni, Liszt, Mozart y Prokofiev. Auditorio Nacional. Madrid, 10 de octubre.
Algo análogo hizo Ugorski con la Sonata en la, opus 82, de Prokofiev, estrenada en Radio Moscú el 8 de abril de 1940. Sobre el autor de Romeo y Julieta han caído no escasas etiquetas capaces de desfigurar su imagen. Tal y como hemos escuchado ahora esta página, queda evidente el pensamiento plural de Prokofiev, su vena lírica, su energía vital y la esplendidez de unas estructuras que admiten -y quizá reclaman- la más larga flexibilidad expositiva: pianismo percutido, aquí; luces y sombras filoimpresionistas, allá; efusión lírica anticonvencional, en tantos momentos. Dentro de un concierto de tan alto nivel como el de Anatol Ugorski, Prokofiev fue cima de su talento y demostración de su identidad. Antes habían lucido en la Fantasía, k. 397, con ese lento misterioso y latente, y en el perfecto Rondó, k. 485 ("Siempre nos quedará Mozart", que decía Luis Cernuda), e incluso en la sorprendente iluminación del Scarlatti ofrecido como propina, distendido, preciosista y abierto en su rigor sin exceso. El éxito fue absoluto y clamoroso, pues Ugorski, entre otras muchas, nos da la gran lección de un arte en libertad.
Babelia
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