Un tema de otra época
Los árboles mueren de pieDe Alejandro Casona. Intérpretes, Amparo Rivelles, Empar Ferrer, Amparo Pamplona, Víctor Valverde, Francisco Piquer, Pilar San José, Carlos M. Díaz. Dirección, Gerardo Malla. Teatro Olympia. Valencia.
Alejandro Casona es un autor que viene de las Misiones Pedagógicas de cuando las esperanzas -tan estimulantes- republicanas y que cuenta con dos obras de cierto impacto político y sociológico en el teatro de su tiempo: La sirena varada, donde subyacía una cierta poética surrealista, y Nuestra Natacha, un texto tímidamente feminista, según convenía a la condición del autor y a su época. Su obra mayor, que instaura en la dramaturgia de su época una especie de prosa poética en los diálogos que después se revelaría muy útil para los propósitos de Antonio Gala, se desarrolla durante el periodo de entreguerras, y después, ya en el deambular de su exilio americano, para congraciarse con los grandes y pesados textos en l964, dos años después de su regreso a España, con El caballero de las espuelas de oro, tal vez un texto quevedesco en clave.
En esta obra, destinada a ser remontada una y otra vez así que pasen cien años, no tanto por su clasicismo como por el primor del dibujo de la principal protagonista y por la metáfora que alienta una resistencia vital más allá de toda desventura, late el compromiso, a propósito de lo que pudo ser y no fue, entre una época de grandes expectativas y una realidad menos exultante, que era la del autor exiliado al término de la segunda guerra mundial. No es el momento de entrar en disquisiciones sobre si Casona se traicionó para propiciar su regreso o si, como ocurrió entre muchos otros, vivió los episodios centrales del siglo como una desgracia tan desmedida como inexplicable. Lo cierto es que este montaje hace honor al título de la obra y a los propósitos del autor, con una dirección de Gerardo Malla que trata de recuperar, subrayándolos, aromas de otro tiempo, con el concurso de una Amparo Rivelles que se las sabe todas a estas alturas de su carrera y la ayuda de un plantel de secundarios de lujo que contribuye todavía a hacer verosímil, y acaso pertinente, una historia un tanto antigua. Eso, y el tardío guiño shakespeareano del autor llamando Ariel al doctor que trata de reproducir las condiciones de la felicidad.
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