Pragmático y posibilista JOSEP MARIA MONTANER
Aunque en los últimos tiempos su influencia había empezado a disminuir, Solans ha sido durante los últimos 20 años el máximo definidor del planeamiento urbano del territorio catalán. Antes del cargo de director general, Solans había sido arquitecto municipal en la Barcelona de la transición, bajo el mandato de Josep Maria Socias Humbert. En aquellos años Solans inició una política de adquisición de suelo público y de promoción de vivienda social que allanó la posterior labor exitosa del Ayuntamiento socialista.La postura teórica de Solans es muy definida: pragmático y posibilista, entiende que la dinámica de la estructura territorial y de la arquitectura de las ciudades va siempre por delante del planeamiento y las ordenanzas. La experiencia empírica, el caso por caso, el estudio en detalle, van permitiendo establecer criterios y leyes, sentar precedentes y jurisprudencia. Durante estos años Solans ha demostrado conocer como nadie todos los recovecos de las ciudades y de las comarcas, intentando que cualquier intervención monumental o plan urbanístico entrase en su interpretación y en sus expectativas sobre el territorio.
Es prematuro analizar esta larga etapa de planeamiento urbano. Para algunos, su posibilismo ha dejado colar las peores intervenciones del Instituto Catalán del Suelo y ha generado una Cataluña caracterizada por una región metropolitana hecha de autopistas, casas adosadas y escasas reservas naturales. Para otros, lo que destaca son sus éxitos, como la colaboración con el Ayuntamiento de Sabadell para una operación tan emblemática como el Eix Macià y el Parc Catalunya, y sostienen que sin Solans, sin su rigor, insistencia, competencia y manías, el territorio catalán sería peor, más disperso e invertebrado de lo que es.
En los últimos años era evidente su pérdida de poder dentro de la estructura del Gobierno autónomo; una pérdida de poder que muchos achacaban al paulatino ascenso de los peores comisionistas y al aumento de la presión inmobiliaria de operadores urbanos y propietarios del suelo. Para ellos la profesionalidad y escrupulosidad de Solans eran un obstáculo. Y ahora su tesón como director del Programa de Planeamiento Territorial ha chocado con la política reaccionaria del Gobierno central y con la indigna cesión de competencias en materia de ordenación territorial y urbana.
En cualquier caso, su dimisión es otro signo de una etapa que se acaba, en un contexto general de crisis y transformación de las teorías y prácticas urbanas y territoriales. Concretamente, explicita la lenta agonía de un Gobierno autónomo cada vez más inoperante. Y seguro que Solans reaparecerá pronto en una nueva plataforma para intervenir en la realidad metropolitana.
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