Caída y/o salida
Milosevic se ha equivocado con las elecciones. Su error se está transformando en su mayor debilidad, como les ha ocurrido a otros dictadores que han querido legitimarse en las urnas. Cuando el genio de la democracia sale de la botella, no se deja fácilmente volver a meter en ella. Milosevic, maestro de la manipulación, del uso del tiempo y de la negociación con cartas ocultas, que ha llevado a su pueblo y a sus vecinos a la ruina en cuatro guerras perdidas, estaba institucionalmente refugiado en la presidencia yugoslava. Quiso, tras la guerra de Kosovo y sus consecuencias, ganar legitimidad ratificándose en el cargo mediante el sufragio universal. Pero la presión de las ansias internas y externas de cambio ha sido tan mayúscula que, a pesar de los enormes fraudes cometidos, Milosevic ha tenido que conceder la derrota en la primera vuelta. Ha perdido. La hora de su caída puede estar próxima. ¿Y de su salida?No es una derrota mínima la que ha admitido Milosevic, sino por un margen suficiente para indicar que el líder de la oposición, Kostunica, puede ser el ganador de la segunda vuelta. Pero la oposición, que ha sacado conclusiones de lo ocurrido en Perú -con trampas, Fujimori robó las dos vueltas, aunque se declaró en cabeza en la primera-, no quiere entrar en un juego perverso con el que Milosevic quiere, ante todo, ganar tiempo, pese a las dudas europeas al respecto, pues algunos consideran que la oposición debería acudir a esa segunda vuelta y ganarla, en vez de dejársela a Milosevic. La oposición no quiere segunda vuelta. Ha sentido, correctamente, que el viento estaba girando, que el juego había cambiado. Y con las masivas movilizaciones, dirigidas hacia una huelga general, en un contexto diferente a las de 1996-97, pretende hacer caer a Milosevic del poder, después de que éste hubiera caído en su propia trampa: no sólo se ha deslegitimado en las urnas, sino que puede haber entrado en un proceso de pérdida de respeto y de miedo.
En México se llama "carga de los búfalos" al cambio de lealtades que arrastra un cambio presidencial. Milosevic ha ido perdiendo apoyos por momentos, desde la iglesia ortodoxa hasta las dudas de Rusia (que puede desempeñar un papel constructivo en su final), pasando por otros sectores o un Montenegro que ha reconocido como vencedor a Kostunica, un nacionalista (como no podría ser de otro modo). Pese a que la oposición -la mayoría ya- esté llena de contradicciones que auguran problemas para el día después, lo importante es que los manifestantes luchan por un futuro, ya no por un pasado. Se trata de poner fin a una de las últimas herencias de una guerra fría y de un final que aprovecharon Milosevic y otras gentes para hacerse con el poder a base de destapar todos los peores demonios de los nacionalismos reprimidos.
De la ventana de oportunidad que abría el propio Milosevic con las elecciones y con el movimiento espontáneo que se generó en torno a Kostunica se percataron la Unión Europea y EE UU, que han aprovechado la situación en un ejercicio de presión sincronizado desde bastante antes de cerrar las urnas para ganarle la partida a uno de los mejores jugadores de poder. Pero lo decisivo va a ser el pulso en curso entre la calle y el poder policial. Aunque reducida, Milosevic tiene aún capacidad de maniobra, y conlleva el peligro de un animal acorralado y de que caiga a medias, es decir que se quede en otro sitio en Serbia. La cuestión es: ¿va a ser posible terminar con esta dictadura con el dictador presente? Se han dado casos, como el de Pinochet. Milosevic tiene otras presiones encima, como la acusación por genocidio del Tribunal Penal Internacional. No estará a salvo en ningún lugar; ni siquiera en Rusia, y desde luego no en Serbia pese a que Kostunica haya prometido no extraditarle. Hay que empujarle. Sabe que si cae, no tiene salida. Si no consigue quedarse, buscará una salida antes de caer.
aortega@elpais.es
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