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EUSKAL HERRIA ESCONDIDA

La apariencia calma de Arcentales

Coche y tren

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Datos prácticos

La iglesia de San Miguel de Linares cuenta con esa posición estratégica que sólo obtienen aquellos edificios que se levantan en territorio virgen, donde las posibilidades con que cuentan sus constructores son infinitas. Cuando se pusieron los primeros cimientos del templo más emblemático de la localidad encartada de Arcentales, allá por los siglos XII o XIII, a su alrededor no había ninguna otra construcción que le hiciera sombra. Y, todavía hoy, el visitante que se acerca hasta uno de los municipios más atractivos del interior de Vizcaya tiene en esta iglesia una parada inevitable en su recorrido por los distintos barrios de la localidad.Como otros valles de las Encartaciones, Arcentales no tiene un núcleo central claro, lo que en otros municipios vascos se llama "la calle". Traslaviña, el barrio principal, ya que pasa por él la carretera que cruza la comarca, se presenta como la referencia del municipio, pero la historia del pueblo hay que rastrearla en todos sus núcleos de población, donde todavía hoy se conservan algunas de las casas torre que distinguieron a Arcentales dentro de la lucha de banderizos, como las del Puente, Horcasitas o Mollinedo.

Porque todo el valle merece un recorrido detallado: sus suaves colinas, perforadas durante siglos para la obtención de hierro, se han reconvertido en praderas donde pastan las vacas lecheras, principal fuente de ingresos de Arcentales en la actualidad. Además, no hay que olvidar que el Kolitza, uno de los más importantes montes bocineros de Vizcaya, desde donde se avisaba a los vecinos para las reuniones de las Juntas Generales, domina el valle. De este modo, los atractivos paisajísticos y montañeros están asegurados, como bien muestra la existencia de dos áreas de recreo en el territorio municipal: la de Tuetxe-San Antolín y la de Santa Cruz.

Como todas las Encartaciones, una zona prácticamente desconocida para el resto de los habitantes del País Vasco, en Arcentales se pueden encontrar algunas referencias excepcionales, como la citada de San Miguel de Linares. Esta iglesia es una amalgama de distintos estilos arquitectónicos que se han ido imponiendo unos sobre otros: de su primera construcción, que se relaciona con un antiguo convento románico, quedan la portada y algunos lienzos cortados del muro. La parte principal del edificio es renacentista, mientras que el retablo y otras reformas encargadas por la poderosa familia Horcasitas al cántabro Pedro del Pontón hay que situarlas en los siglos XVII y XVIII.

La importancia del templo, vinculado a un camino secundario a la ruta a Santiago de Compostela, hay que vincularla con un antiguo rebollo bajo cuya sombra se mantenían las reuniones del concejo. A falta de este viejo roble, que se cortó no hace mucho, el visitante se puede acercar hasta uno de los considerados árboles singulares del País Vasco, que se encuentra en las cercanías de un barrio conocido como el Rebollar, a la salida de San Miguel de Linares. Se trata de un hermoso ejemplar, que mide más de 36 metros de altura y tiene casi cuatro metros de diámetro, con una sombra de unos 500 metros cuadrados. En estas fechas, comienzos del otoño, la visita es más que obligada para distinguir entre sus hojas caducas un fascinante laberinto de ramas y ramillas que quedarán al descubierto en breve.

Este roble es una muestra de los bosques que salpicaron Arcentales y que nutrieron las ferrerías de la localidad: aunque hoy la apariencia que ofrece el extremo occidental de las Encartaciones pueda llevar a suponer un eterno pasado bucólico, Arcentales -como el resto de los municipios de la zona- tuvo una intensa vida ferrera y molinera, y ya en el siglo pasado y principios de éste, una pujante actividad minera, que se desarrolló sobre todo en el barrio de Santa Cruz.

Este núcleo está asentado en las soleadas laderas del Somo, que esconde la cumbre del monte Alen, uno de los referentes míticos de las Encartaciones: en sus laderas se descubren numerosos vestigios prehistóricos, trincheras de la Guerra Civil y, sobre todo, la profunda huella dejada por las citadas labores mineras. Se pueden ver excavaciones, bocaminas, escombreras, edificaciones e, incluso, ruinas de alguna antigua aldea minera, como Mina Federico.

El monte Alen es el testigo de esa incipiente actividad semindustrial en la que vivió Arcentales durante años. Por el término llegaron a pasar hasta tres líneas de ferrocarril, de las que ya sólo queda el resto de una, la que unía Zalla con la localidad cántabra de Solares, hoy aprovechada para el itinerario que une Bilbao y Santander por ferrocarril, uno de los paseos por tren más atractivos de todo el Cantábrico. Si se quiere recorrer todo el municipio de Arcentales será inevitable el uso del automóvil, pero si cabe la posibilidad también se pueden conjugar ambos medios de transporte.Se puede llegar hasta la estación de Traslaviña en el tren de vía estrecha que a partir de Aranguren se adentra por uno de los paisajes más sorprendentes de la provincia de Vizcaya. Y aquí tomar un coche que recorra todo el valle y que vaya parando en las citas señaladas y en otras también imprescindibles, como San Antolín, un conjunto festivo-religioso típico de las Encartaciones que combina la ermita con la plaza de toros y que data del siglo XVII. El templo, sin ningún interés artístico (aunque cuenta con la curiosidad histórica de que fue reconstruido en 1964 por la OJE falangista), tiene un coso de piedra frente a él. En esta rústica plaza de toros se lidiaban vacas monchinas, raza autóctona que vive en estado semisalvaje en las montañas de los alrededores.

Pero sobre todos estos encantos artísticos y paisajísticos, Arcentales se queda grabado en la retina del visitante por esa sorprendente y hasta increíble calma que se respira en todo el valle, como si se hubiera detenido el tiempo antes de la industrialización, sólo sorprendida por el pitido del tren y el paso de algún que otro coche.

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