Las virtudes del 'no'
En el corto y seguramente medio plazo, el no danés al euro es una mala noticia para la construcción europea. La relación de retrocesos que entraña la votación en el referéndum de Copenhague es, sin duda, impresionante.En lo inmediato, va a reforzar la desconfianza en la moneda única y hacer más difícil una eventual recuperación respecto al dólar; en el futuro, la opinión pública sueca, que también ha de ser consultada sobre la integración monetaria, sufrirá la influencia del resultado danés, obligando a Estocolmo a retrasar al 2003 o el 2004 su consulta; otro tanto, y peor aún, ocurre con el referéndum que algún día el primer ministro británico, Tony Blair, deberá convocar con idéntica finalidad; y, finalmente, la Europa de dos velocidades, que tanto miedo da sólo de mentarla, queda ya instalada en los hechos, puesto que desde el jueves hay un miembro de la UE que ha rechazado el inmediato paso de la integración continental. Gracias a Dinamarca ya hay dos clases de Estados europeos.
Pero no todo es negativo en la consulta de Copenhague.
El país escandinavo representa sólo algo más del 2% del PIB de la UE, su economía está ya de hecho muy integrada en la de la comunidad y, aunque nadie deba regocijarse por ello, si alguien sale perdiendo con el no será Copenhague, porque va a seguir teniendo que contar con el euro sin tener ni voz ni voto en su existencia.
El choque de Europa con la realidad es, sin embargo, una consecuencia mucho más importante y aún saludable.
En la segunda mitad del XIX, la opinión británica se dividía en Great Englanders y Little Englanders; los primeros propugnaban el mayor imperio posible, con el mantenimiento por la eternidad de la hegemonía de Londres sobre el planeta; y los segundos reclamaban una mayor concentración en los intereses de la metrópoli, así como el aparcamiento imperial dentro de los límites de lo manejable. Algo similar puede estar pasando hoy en Europa.
El voto danés nos habla de Pequeños Europeos y Gran Europeos, sin que por ello ni la arruga sea más bella, ni nadie lave más blanco. A partir de esa realidad debe plantearse hoy la construcción de Europa, admitiendo que no todos quieren jugar a lo mismo, tanto como que los que quieran y puedan jugar en todas las mesas a un tiempo conformarán una clase de Europa distinta, establecida en forma de un círculo interior, de una significación mucho mayor que la de los pertenecientes al círculo exterior.
Es razonable el punto de vista de que es muy poco conveniente o aún factible la construcción última de Europa sin los países escandinavos -Noruega sigue sin querer entrar ni en la más pausada de las velocidades- y peor aún si llega el caso, sin el Reino Unido. Pero es mucho más inconveniente o aún imposible construirla con los que no quieren ir a la misma velocidad que los del grupo de cabeza. Si a una cierta idea de Europa no la destruye el referéndum danés, y parece claro que eso no va a ocurrir, sólo queda ir adelante basándose en los hechos. La inmovilidad no es una alternativa, sino un imposible.
La variopinta coalición del no, hecha de radicalismos a falta de un hervor, micronacionalismos e irritación universal contra cualquier Gobierno -de derecha o de izquierda- que haya llamado a la consulta, se hallan unidos, sin embargo, por un poderoso elemento federador. Los que se oponen al euro son los partidarios de que Dinamarca siga siendo un país de sólo cinco millones de habitantes -los Pequeño Europeos- a lo que sin duda tienen todo el derecho del mundo, en contraposición a los que aspiran -los Gran Europeos- a algo más, no ignorando por ello que hay que hacer ciertas concesiones a cambio.
No hay que idolatrar la construcción de una Europa totalmente paneuropea. El proceso confederal del continente, si es que alguna vez se distingue suficientemente por ese objetivo, equivale a procurar que estén todos los que son tanto como que sean todos los que están. Dinamarca, si no cambia de opinión cuando sea viable otro referéndum, ha empujado ese proceso clarificador. Eso es Europa; si fuera otra cosa no se hablaría de integración.
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