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Hello, hello, ¿Londres?

Soledad Gallego-Díaz

Lo más interesante del resultado del referéndum danés, en contra (momentáneamente) de la integración de la corona en el euro, puede ser la reacción de los británicos, o mejor todavía, de los políticos británicos. La presencia de la moneda danesa en el euro es desde un punto de vista económico bastante irrelevante. La economía danesa no supone ni el 3% del PIB de la actual zona euro. Desde el punto de vista de los mercados, importa mucho más saber hasta dónde están dispuestos a intervenir el Banco Central Europeo y la Reserva Federal estadounidense para sostener el valor de la divisa europea frente al dólar. (Según publica The New York Times, la Fed intervendrá cuantas veces sea necesario para impedir que los problemas del euro afecten seriamente a las ganancias de las empresas de EE UU en Europa: "Las ventas en euros empezaban a convertirse en demasiados pocos dólares").Además, es muy probable que los daneses no hayan tomado una decisión irrevocable, sino que se hayan limitado a esperar. Así lo dejaba entender ayer mismo uno de los líderes del June Movement (antieuro), Jens Peter Bonde: "Siempre estaremos a tiempo de cambiar de opinión". Es un argumento que se oyó mucho durante la campaña y que es muy efectivo: si decimos no, podremos arrepentirnos, pero si decimos , no habrá forma de retractarse. Algunos piensan que lo harán en cuanto comiencen a circular, de verdad, los billetes y monedas de euro.

En cualquier caso, el referéndum danés puede tener una interesante repercusión política, no tanto en Suecia (donde la consulta popular quizás se retrase hasta el año 2004 o 2005), sino en el Reino Unido.

La semana que viene comienza el congreso anual de los tories. En teoría, William Hague, que se hizo cargo del partido en 1997, tras los peores resultados electorales desde principios de siglo, debía llegar a la reunión tan debilitado, desdibujado y desanimado como había estado hasta ahora. Milagrosamente, el efecto combinado de varios errores de Tony Blair ha hecho que hasta The Economist empiece a preguntarse si no se habrá minusvalorado a un hombre al que los comentaristas consideran inteligente y ambicioso, pero al que atormentaron hasta ayer "por su precocidad (fue orador en un congreso conservador cuando sólo tenía 15 años), por su calvicie, por sus gorras de béisbol y por sus locas baladronadas de ser capaz de trasegar 14 pintas".

Interesa comprobar hasta qué punto Hague está dispuesto a utilizar el argumento danés para relanzar la imagen de su partido, pese a la opinión atemorizada de la gran industria y de la City financiera. Una cosa será que aproveche la brecha abierta esta semana y otra que la convierta en una auténtica bandera. En ese caso, lo mejor que puede pasar es que nos olvidemos del referéndum británico por los siglos de los siglos y empecemos a pensar -y a creer- en una Unión Europea en la que definitiva e inexorablemente habrá no sólo varias velocidades, sino también varias metas muy diferenciadas.

Hasta ahora, Blair ha rechazado la pelea y ha intentado enfriar la polémica (el tema ocupó 9 líneas de los 22 folios que leyó en la reciente Conferencia Laborista). Veremos si puede seguir haciéndolo sin que al mismo tiempo esa indefinición termine fortaleciendo y dando alas a los movimientos británicos antieuropeístas -y proconservado-res- en general. Será interesante escuchar lo que Tony Blair tenga que decir sobre Europa y la ampliación en la esperada conferencia que va a pronunciar este mes de octubre en Varsovia. Algunos medios británicos dicen que el historiador Timothy Garton Ash le ha enviado unas notas.

solg@elpais.es

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