Presupuestos resignados.
Los Presupuestos para 2001 han sido elaborados con espíritu de resignación. Según ellos, no podemos crecer más que Europa, no podemos hacer reformas de importancia en el gasto, y no hay forma de que España salga del déficit estructural. Sus intenciones son buenas, pues se reduce el déficit nominal y se aumentan los recursos de algunos servicios claramente infradotados. El problema está en que la dosis es insuficiente, como si un enfermo con problemas circulatorios, que debiera caminar cinco kilómetros al día, se conformara con dar una vuelta a la manzana. Son unos presupuestos desganados, sin ánimo, sin ambición de reformar.Son poco ambiciosos en el objetivo de crecimiento (3,6%), que es sólo una décima superior al previsto para Europa por el Fondo Monetario Internacional (FMI), un 3,5%. Si no crecemos más que nuestros socios, nunca alcanzaremos su nivel de renta. La falta de ambición se observa en que no se consigue equilibrar el Presupuesto del Estado. Como han alertado los sindicatos, el Estado no saldrá del déficit, aunque no se notará porque se compensará con el superávit de la Seguridad Social. Si el análisis se hace en términos estructurales, los Presupuestos son aún más desequilibrados y el cambio de ciclo podría mostrarlo con crudeza en cualquier momento. Siendo éste el problema, no se entiende bien a la oposición cuando critica al Gobierno por equilibrar el Presupuesto, porque es justamente lo que no está haciendo.
Pero donde más preocupa la falta de ambición es en la ausencia absoluta de reformas estructurales del gasto. Ninguno de los agujeros negros del déficit (los 130.000 millones de Radio Televisión Española, los 100.000 millones de subvenciones al carbón, las pérdidas de las empresas públicas, etcétera) se afrontan. Una vez vendidas las empresas públicas que ganaban, parece que no se sabe que hacer con las que pierden. Una muestra de la resignación es que los esfuerzos no se dedican a suprimir los agujeros sino a maquillarlos, siendo un ejemplo el traspaso de RTVE a la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI). La única reducción importante del déficit que no viene de regalo con el ciclo es la de los 160.000 millones que supone la subida de impuestos al uso del espectro radioeléctrico. Es triste que, cuando se plantea un problema de falta de competencia como el de la concesión de las licencias de telefonía móvil multimedia (UMTS), en vez de resolverlo introduciendo más competencia, se opte por subir impuestos.
Al faltar osadía para la supresión de gastos inútiles, no se ha dejado hueco para aumentar otros gastos públicos muy necesarios. No se podrá gastar en algo tan trascendental como formar e incentivar a los funcionarios. Los médicos públicos seguirán con sueldos de miseria, mientras se abandonan los planes de privatizar la Sanidad. La dotación a la Justicia sólo aumenta 6.000 millones por encima de lo que conseguiría con el crecimiento medio. Lo mismo sucede con los gastos en ciencia y tecnología, que seguirán siendo una gota en un océano de necesidades. El aumento de la productividad, que debería ser el objetivo prioritario de la política económica, no aparece por ningún sitio.
Seguramente hay que resignarse a aceptar este parón en la convergencia real durante algún tiempo, pues es el pago del ajuste de los desequilibrios en que se ha metido la economía española. En el corto plazo, ser más ambiciosos podría ser perjudicial. Pero hay que salir del pesimismo que acompaña siempre a los ajustes, hay que recordar que el objetivo permanente debe ser el de situarnos en la renta media europea y que se puede conseguir si se hacen reformas estructurales en el gasto público y en los mercados. Esto requiere pisar callos y molestar a los favorecidos por esos gastos públicos. Pero el principio de la legislatura es el momento más adecuado para hacer cosas desagradables. No se debe perder esta oportunidad, porque, cuando se acerquen las elecciones, sólo se podrán hacer cosas agradables, como reducir impuestos o tener algún gesto con los pensionistas. Ahora es el momento de reformar: "Do something" ("haz algo", en inglés), dice la canción de moda.
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