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La confianza en el voto FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

Las elecciones del domingo pasado en Yugoslavia, que esperemos que sean el primer paso para la definitiva derrota de Milosevic, así como las de julio pasado en México, ayudan a generar confianza en el sistema democrático y en su acto más simbólico y decisivo: la elección de los gobernantes por el pueblo. Si remontamos la vista a unos años atrás, la transición política en España se resolvió de forma definitiva en las elecciones del 15 de junio de 1977: sus resultados dejaron claro que la mayoría de los españoles querían una Constitución homologable a las de Europa occidental. Nadie puso en cuestión sus resultados porque se partía de la previa aceptación por parte de todos del resultado electoral.Llegar al acuerdo de respetar el resultado del libre voto de los ciudadanos es colocar la primera piedra de ese gran y complejo edificio que es la democracia. Después hay que cimentarlo bien, mediante un buen texto constitucional, y convertir lo que es derecho escrito en derecho vivo, en práctica social. Ahí juegan las estrategias políticas, los conflictos de intereses, la lucha ideológica y tantos otros factores. Pero asentar una buena base mediante la libre aceptación previa de unas reglas de juego definidas es fundamental. Y la primera regla de juego consiste en que se acepte de antemano el resultado electoral obtenido mediante un acto libre y secreto muy simple: el voto de cada unos de los ciudadanos.

Este preámbulo viene a cuento de la situación en Euskadi. Hay una cierta sensación, muy comprensible, de que la violencia en el País Vasco no tiene solución y durará todavía muchos años. El pesimismo está hoy más extendido que nunca. Y sin embargo, creo que hay al menos dos argumentos para tener un sentimiento opuesto. Primero, por el creciente número de ciudadanos del País Vasco que comienzan a hacer frente, sin complejos, a la actuación de los violentos, y segundo, porque nuestro sistema democrático constitucional ofrece vías de salida a la actual situación.

La gran manifestación del sábado pasado en San Sebastián es una inflexión decisiva en la solución de la violencia en Euskadi. Los ciudadanos han comenzado a perder el miedo, a tener voz y a pedir la palabra. Al fin han comprendido, debido muy especialmente al valor cívico de la plataforma ¡Basta ya!, cuyo embrión se encuentra en el Foro de Ermua, que la solución a sus problemas dependía de la actitud pública con la que se enfrentaran a los mismos. Han comprendido que era un error el aislamiento en el cual se había dejado a la clase política. ¡Basta ya! no es un movimiento de desconfianza hacia los políticos, sino un gesto para hacerles saber que no están solos frente a los asesinos y sus cómplices sino que tienen el soporte activo de muchos ciudadanos. Una parte hasta ahora silenciosa de la sociedad vasca ha pasado a la ofensiva, comienza a recuperar la moral y a demostrar que no tiene miedo a salir a la calle para decir lo que piensa. Los problemas se pudren cuando no hay diálogo y comienzan a solucionarse cuando se debaten. Es lo que ahora comienza a suceder.

El segundo argumento para el optimismo consiste en desear que de este debate público y abierto surjan ideas sensatas y positivas que alcancen un consenso mayoritario. Y la primera idea debe consistir en generar una corriente de confianza en el acto democrático por excelencia: el voto de los ciudadanos. Es más que probable que el pusilánime presidente Ibarretxe disuelva pronto el Parlamento por elementales razones de aritmética parlamentaria y por haber perdido legitimidad moral al no ser capaz de asegurar la vida y la libertad de las personas. Tras esta disolución se convocarán nuevas elecciones. Realizadas éstas, sea cual sea su resultado, habría que averiguar cuál es la opinión de los ciudadanos vascos sobre el principal objetivo abertzale: la independencia de Euskadi. Para estos casos, nuestra legalidad constitucional tiene previsto el mecanismo del referéndum consultivo, es decir, no vinculante y, por tanto, no coincidente con el "ámbito vasco de decisión" ni con el derecho de autodeterminación. Conocer la opinión de los ciudadanos vascos sobre este problemático asunto constituiría, a mi modo de ver, un avance decisivo para racionalizar las posibles salidas a la actual situación vasca.

ETA sólo desaparecerá cuando la rechacen explícitamente los sectores que la apoyan: la inmensa mayoría de Euskal Herritarrok y ciertos sectores situados en el entorno del PNV. Para ir hacia un reférendum sería necesario abrir un debate sobre el sentido de la idea de soberanía en la Europa del siglo XXI y sobre las posibilidades de desarrollar la ideología nacionalista en el marco del vigente orden constitucional y estatutario. En definitiva, para acabar con ETA debería hacerse lo contrario de lo que propuso el Pacto de Lizarra: si éste proponía la unidad de los nacionalistas, fueran éstos democratas o no, la nueva estrategia debería consistir en lograr la unidad de los demócratas, fueran éstos nacionalistas o no.

En este aspecto, los partidos catalanes, con su reacción de condena, contundente, inmediata y unánime, al asesinato de José Luis Ruiz Casado en San Adrià de Besòs la semana pasada, han señalado un camino: el de sostener muy claramente que sólo los canales legales y democráticos son legítimos para resolver cualquiera de los muchos problemas que tiene planteada nuestra sociedad. Que los ciudadanos voten de acuerdo con las leyes: ésta es la primera y esencial regla democrática.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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