Slobo no hace favores
El candidato de la oposición, Vojislav Kostunica, se asegura, ha ganado las elecciones presidenciales en Yugoslavia. No hay resultados reales. Pero habría que ser más consciente de que toda cifra es aquí pieza de una mísera pantomima electoral. Y nadie debiera llamarse a engaño sobre lo que es capaz de hacer Slobodan Milosevic para no suicidarse y desobedecer así a la tradición familiar y a la insistente petición de los manifestantes del lunes en Belgrado. Muchos se esfuerzan por darle consejos a Milosevic sobre cómo salir de este entuerto con cierta gallardía. "Acepte el veredicto de las urnas y váyase", le dicen. Para nada. Slobo ha encontrado remedio para sus cuitas inmediatas. A última hora de ayer asumió que Kostunica había sacado más votos que él, un 48% frente a un 40% pero que era necesaria una segunda vuelta en las presidenciales. Todo después de un sospechoso periodo de reflexión. Se vuelven a repartir las cartas.Tenía que hacerlo. El hombre tiene compromisos. Está su hijo con su nuera y sus necesidades. Y sus cómplices, que no amigos, que tanto saben y podrían saber en el futuro ante el Tribunal de La Haya. Está ahí, inquieto ante la posibilidad de pagar su obediencia si el régimen se lanzara de forma insensata a la autoinmolación, un aparato de funcionarios que en una década él ha convertido con paciencia y constancia en una banda de asesinos. Y está, ante todo, su mujer, que carece de las tendencias autodestructivas que siempre acompañan a este canoso Prometeo del crimen. Todos saben que Milosevic se ha vuelto a equivocar con esta convocatoria, estúpida a la postre, de elecciones. Pero siempre ha destacado por equivocarse, en Eslovenia, Croacia, Bosnia y Kosovo y finalmente en Serbia. Cierto que las víctimas de sus errores siempre fueron los demás. Pero nadie podía pensar que fuera así eternamente. Pocos en la historia se han equivocado nunca tanto y siempre y han asomado después la cabeza vivos para repartir culpas y sobrevivir.
En su residencia de Dedinje, Slobodan y su mujer Mirjana Markovic, no están pasando con seguridad los mejores días de su vida. Pero no se ilusionen aquí ni el Pentágono, ni Kostunica, ni Bruselas y ni siquiera la mayoría del pueblo serbio que parece haber votado por echar a quien apoyaron en sus mayores infamias. Es un enfermo Milosevic, pero no un hombre sin recursos. En marzo de 1991, algunos no se quieren acordar porque después tuvieron que darle la mano muchas veces, abrazarle incluso, y sonreírle mucho, Milosevic sacó los carros de combate a las calles para dejar claro quién mandaba. Ahora, para las elecciones, hizo detener a unos cientos de valientes militantes de Otpor (resistencia), mató a algún cómplice poco fiable e hizo desaparecer a Ivan Stambolic, un honesto comunista viejo y gris que siempre cargará con la culpa de haber aupado al poder al que ha supuesto la peor plaga sufrida por el pueblo serbio en siglos.
Ahora Vojislav Kostunica ha ganado, dicen, en las urnas. Pero está lejos, como todos los demócratas, de ganar la libertad para este pueblo. Puede haber guerra, represión, golpe o insurrección. En todo caso queda parte de lo peor porque Milosevic sigue organizando el calendario.
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