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El peatón y su naufragio

ALEJANDRO V. GARCÍAÉste es el testimonio de un proyecto luminoso que ocultaba una naufragio. El Día Sin Coche me confinó, a la hora del almuerzo, en una de las más hambrientas aceras de Granada. Yo había pensado que iba a ser uno de las jornadas más acordes de mi vida pues, a pesar de haber trabajado de administrativo en una autoescuela, no sé conducir. Jamás, me dije, encontraría un día más apto para celebrar mis ineptitudes. Pero el Día Sin Coche no fue literalmente eso, una jornada exenta de automóviles, pues por el centro de Granada circulaban a tal velocidad los taxis que pronto quedó claro que era el Día del Taxi y que los peatones, si realmente habíamos creído el aviso del Ayuntamiento, estábamos sometidos a un riesgo suplementario de atropello.

Pero la cautela es una de las pocas virtudes con que estamos revestidos los peatones auténticos y pude cruzar las calles sin sufrir ningún percance. Aunque ese día sí circularon coches, entre todos los automóviles posibles no pudo circular el de la amiga que amablemente me recoge a diario y, en consecuencia, como apunté al principio, quedé abandonado en un famélico tramo de acera aguardando un imposible. Quizá no haya un verso urbano más triste que el que describa la soledad de un peatón desamparado en la esquina ciega de una ciudad.

Descubrí otros viandantes igualmente aturdidos que pensaban que si residieran en el centro y dispusieran del visado para circular que expide el Ayuntamiento no hubieran tenido ningún problema. Pero como vivían en el área metropolitana no se podían mover del centro, lo cual bien visto no deja de ser un contrasentido. Mientras esperaba en la acera miraba con envidia cómo los del centro iban en coche a sus casas del centro recorriendo un trayecto inservible para cualquier peatón del extrarradio.

En realidad, lo del Día Sin Coche me pareció bastante absurdo pues ¿cómo se puede decretar una jornada sin automóvil en ciudades concebidas en exclusiva para los coches? ¿Se imaginan un Día Sin Piso en las grandes aglomeraciones urbanas o un Día Sin Cama en las ciudades dormitorio? Supongo que el Día Sin Coche fue ideado para lavar la conciencia de los responsables del caos cotidiano que causan los automóviles y dulcificar una vez al año nuestra estancia en la ciudad, pero consiguió justamente lo contrario: fue menos ruidoso pero metafísicamente más estrepitoso. Si las avenidas, a excepción de los chirridos de los taxis y los lóbregos frenazos de los autobuses, estaban un poco más silenciosas en el interior de mi cerebro sonaban veinte crepitaciones de abandono y una dolorosa canción desesperada.

Ayer, el concejal delegado de Tráfico del Ayuntamiento de Granada, José Antonio Orta, anunció que a la vista del éxito del Día Sin Coche está dispuesto a repetirlo una vez al mes, aunque para suavizar el aislamiento de los náufragos que nos resistimos a aprender a conducir contratarán a brigadas de malabaristas y de payasos calzados con zancos para que recorran los bordes vacíos de la ciudad y nos rediman: "Es la hora de partir ¡oh abandonados!"

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