Tres veces falsa
Desde un punto de vista estrictamente parlamentario, el presidente del Gobierno vasco sólo tenía el pasado viernes una alternativa: o tratar de formar un Gobierno de coalición que le devolviera el apoyo mayoritario de la Cámara o disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones. Todo lo que había dicho antes, sus anuncios de comenzar una nueva etapa y sus llamadas a caminar todos juntos no pasaba de ser vana palabrería que, en boca de un experto en salirse de los problemas políticos por la tangente de los buenos sentimientos, no podía sonar más que a música celestial.La única alternativa posible la anunció con toda claridad el presidente de la patronal Confebask hace dos semanas: Gobierno de concentración o convocatoria de elecciones. La respuesta de Arzalluz, que es capitán donde no mandan marineros, fue contundende: ese tipo, vino a decir, mejor haría metiéndose en sus cosas, porque, lo que es de política, no sabe nada; no tiene ni idea. Naturalmente, quien sabe de política es él; pero como los acontecimientos han demostrado, de lo que sabe de verdad es del género más miserable de política, la de quienes van con la cesta para recoger del suelo las nueces que los otros sacuden del árbol. Son sus palabras, y, después de su última lección magistral sobre la íntima relación entre el carácter vasco y las pistolas, no hay razón alguna para enmendarle la plana.
Cerrada la vía que podría conducir a un Gobierno de coalición, no quedaba más que la convocatoria de elecciones. Cualquier otra propuesta, y aun las tres juntas, el acuerdo ético, el compromiso democrático y el foro multipartidista, que el lehendakari ha concebido como una iluminación en una noche particularmente mística, no pueden entenderse más que como torpe maniobra dilatoria para ocultar lo evidente: que la permanencia un solo día de este Gobierno significa una quiebra de la democracia, deslegitima más si cabe a su presidente y paraliza al Parlamento en un momento en que ETA asesina a los representantes de los ciudadanos en la célula primordial que sostiene todo el edificio de la democracia, los ayuntamientos.
Es tan burda la maniobra, tan cínica, que deja al descubierto su verdadero objetivo: echar sobre las espaldas de las víctimas la carga del enfrentamiento civil al que ha conducido irremediablemente la fracasada política de frente nacional. Si quieren parar a los manifestantes de EH y silenciar sus gritos de viva la muerte, se van a enterar, parece haberse dicho el consejero del Interior, Balza, cuando fue capaz de dar la orden más repugnante que un policía deba cumplir: levantar del suelo a los hijos de las víctimas de ETA para que quienes gritan "¡ETA, mátalos!" tuvieran el paso franco. Como ya se encargó de aclarar el portavoz del Gobierno, Imaz, por si no nos habíamos enterado, el PNV coincide otra vez con EH en el común propósito de mantener encerrados en casa a los ciudadanos que han decidido levantar la voz en la calle en defensa de su libertad, que es hoy también la libertad de todos nosotros.
Así se explica la tres veces falsa fórmula de concordia ideada por el lehendakari, a sabiendas de que al PP y al PSE no les quedaba más remedio que rechazar, presentando sendas mociones de censura. Al lehendakari sólo le importa mostrar a su gente que ese Parlamento, por la actitud de la oposición, es el gran culpable del bloqueo de la política vasca. Hay que recordar pues, una vez más, que Ibarretxe es presidente gracias a los votos de EH y que, abandonada la Cámara por sus socios y contando sólo con 27 escaños, constituye una perversión de la democracia, un escarnio al Parlamento y un aliento a EH y a ETA mantener un Gobierno privado de legitimidad. Renunciando a cumplir el objetivo de perseguir el vandalismo callejero y de derrotar a ETA -como Txema Montero, tantos años después, ha proclamado con tanta fuerza-, el Gobierno presidido por Ibarretxe no tiene más salida que dimitir y convocar elecciones. Cuanto antes, mejor.
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