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La obra de Aznar

No acudió Aznar al estreno barcelonés de Arte y no hizo falta justificar su ausencia. Salió Flotats a escena, vestido de negro y descalzo, como la muerte en El séptimo sello. "Pese al duelo, nuestro deber como artistas y ciudadanos es hacer el trabajo de cada día", dijo, para, a continuación dedicar un recuerdo al edil asesinado en Sant Adrià del Besòs.No estuvo pues Aznar, pero sí su mundo. Arte es una pieza que parece hecha a su medida y no es casual que el presidente tuviera previsto verla por segunda vez, tras su triunfal paso por la cartelera madrileña. Contrariamente a lo que el título parece sugerir, la comedia de Yasmina Reza no trata de cuestiones de arte, sino de la amistad y de lo que ésta genera por el lado contrario: suspicacias, traiciones, terrores, mentiras, distanciamientos insalvables. De hecho el arte es un mero pretexto, una excusa como otra: un cuadro en blanco de un supuesto artista muy cotizado que uno de los tres protagonistas de la pieza, dermatólogo para más señas, compra por cinco millones de pesetas para escándalo de sus dos compinches, un ingeniero aeronáutico y un pobre infeliz que trabaja en el negocio de papelería de su futuro suegro. La verdad es que a estas alturas del debate agarrarse al tópico del lienzo en blanco cuando ya Fontana lo rasgó hace varios decenios no parece un prodigio de inventiva, pero hay que reconocer que resulta funcional al desarrollo dramático: desde un buen comienzo se nos advierte de que estamos ante una comedia muy light. La blancura general del decorado y del vestuario contribuye a realzar esa levedad sin mácula ideológica. Nada que ver pues con Woody Allen, aunque el argumento de tres pijos ricos discutiendo sobre nimiedades de la vida bien podría salir de su factoría: en su caso, sin embargo, la argamasa resultante hubiera sido considerablemente más espesa.

La obra preferida de Aznar, a juzgar por la insistencia con la que acude a verla, trata pues de la amistad y de los conflictos que genera. Se comprende. Los principales problemas que ha tenido a lo largo de su mandato le han llegado por ese flanco. No hace falta recordar el lío de Asturias, donde dos amigos de infancia, Álvarez Cascos y Sergio Marqués, se enfrascaron en una pelea de patio de colegio por no dar el segundo el trato adecuado a la nueva esposa del primero. O el caso Villalonga, sobre cuya caída planeó la poca simpatía que Ana Botella sentía por la nueva mujer del empresario. Unos líos, todos ellos, dignos de figurar en la obra de Reza.

¿Sabía Flotats que Arte iba a cautivar al presidente? Es difícil precisarlo, pero de su finísimo instinto cabe esperarlo todo. Cuando trabajaba en la corte autonómica escogió para la inauguración del TNC L'auca del senyor Esteve, una sátira sobre la sociedad catalana que acaba en drama. En cambio, para triunfar en Madrid y arrimarse al PP ha optado por esa comedia light, libre de ideología y dada a la carcajada fácil que es Arte, en definitiva no tan alejada de La jaula de las locas como podría creerse. Pero el viejo zorro ha sabido darle la vuelta, la ha revestido de dignidad cultural y ha vuelto a ganar la partida: el poder ha estado de nuevo a su servicio. Se necesitan muchas horas de corte para conseguir algo semejante.

La crítica barcelonesa juzgará la obra a su debido tiempo, pero la madrileña lo hizo ya y le concedió muchos parabienes, sin duda justificados: las actuaciones de Josep Maria Pou -el ingeniero- y de Hipólito Lázaro -el dermatólogo- son sencillamente excepcionales. En cuanto a la de Flotats, la cantidad de registros que se saca de la manga y la velocidad a la que recita son tales que a este cronista le costó una enormidad seguirle y comprender el personaje que encarnaba. Cosas contagiadas del poder, probablemente: los políticos son maestros consumados a la hora de ocultarse tras las palabras. A fuerza de lidiar con ellos, de seducirlos para luego salir por piernas e irse con otros, Flotats se está convirtiendo, como su evanescente pijo sensible de Arte, en un auténtico enigma.

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