Taller oficial: ¡socorro!
Llevo mi coche a arreglar al concesionario oficial situado en la avenida de los Toreros de Madrid, ya que es de la misma marca y me da cierta seguridad. Tras concertar una cita previa, y no obstante esperar más de una hora en la "recepción" el día señalado, me recibe un maniquí encorbatado en un despacho lleno de ordenadores. Le digo que no me funciona el aire acondicionado y me cita para dos días después.El coche desaparece de mi vista sin que yo haya oteado un "mono" o una gota de grasa.
La ceremonia descrita, más propia de una clínica de maternidad que de un taller de reparaciones, se repite en tres ocasiones y a lo largo de tres meses, junio, julio y agosto, sin que consigan arreglarme la avería.
No obstante, ya me han pasado tres facturas que, en total, suman 130.000 pesetas. Al final me dicen que no merece la pena arreglar la avería porque me va a salir muy caro (sic) y, además, el otoño está al caer.
Para culminar el escarnio, mi coche se avería al día siguiente (curiosamente, en el circuito del agua), nada más salir del taller-clínica. Ellos, lógicamente, no quieren saber nada. No son adivinos, me dicen.
Reflexión: echo de menos el taller de mi antiguo barrio, donde un mecánico parecía un mecánico y se llamaba Paco, y no señor Merino.
Estos "concesionarios" me parecen una metáfora del "nuevo orden" instalado en el país: pura apariencia.-
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