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Chillida

JOSE LUIS MERINOLa sabia colocación de las esculturas de Eduardo Chillida en Zabalaga es el primer enfelizado encuentro con el lugar. Según se alcen o declinen las suaves lomas del terreno, las esculturas surgen en la distancia como distantes hitos hieráticos de granito y acero. Luego, cuando el visitante contempla de cerca cada obra aislada en sí misma, a través de la luz natural -la mejor de las visiones-, observará cómo las líneas-límites que conforman las esculturas en el espacio dejan su fría presencia para dar paso a la vez cálida y al deseo táctil por hacer que los volúmenes se tornen casi familiares, aunque sin dejar de mostrar esa potente rotundidad que habita en el mundo plástico chillidiano.

Mientras recorríamos el itinerario de las cuarenta esculturas repartidas sobre el gran latido verde, cual es el césped ajardinado de 12 hectáreas, la mayoría de los ochocientos visitantes deambulaban por los marcados senderos de la finca, sin apenas aproximarse a la vida palpitante de cada escultura. Sólo de vez en cuando algún grupo posaba junto a tal o cual escultura para tomarse una foto como recuerdo conmemorativo del acto inaugural.

Por el contrario, los visitantes acudían en mayor número al interior del caserío, donde se arraciman las obras más pequeñas e intimistas. Quizá lo atractivo del visiteo haya que encontrarlo en la global variedad de lo exhibido, lo que permite saltar de una pieza a otra sin tener que enfrentarse a un análisis más pormenorizado.

Ya sean las obras al aire libre ("lo profundo es el aire") como las que se muestran bajo cobijo, todas llevan la marca del escultor donostiarra. Muchas de las formas por él creadas han ido pasando de escultura en escultura. Ha variado su colocación. Unas veces esos trazos remarcados en curvas y contracurvas, hendiduras de mayor o menor profundidad, aparecen en los extremos altos de las esculturas, y otras veces en las zonas bajas de otra clase de esculturas. Hay como una suerte de combinatoria, sumamente eficaz. Siempre con unas formas que recuerdan a otras, porque las vuelve afines un algo que contiene ecos y aromas de formas comunes...

Una vez acumulado ese bagaje espacial y formal, entra en juego el paradigmático sentido esteticista del escultor donostiarra. Me lo confidenció en una ocasión: "Trabajo mucho por intuición. Hago más caso al ojo que al metro, al ojo y a la sensibilidad". A lo dicho, se añade lo que desde sus primeros momentos como escultor ambicionó practicar, es decir, someterse de cuerpo y alma en la voluntad imperiosa de la observación permanente. Tal vez las palabras de William Stevens podían haberse escrito para Chillida, como para ningún otro. Dice Stevens: "La precisión de observación es el equivalente a la precisión del pensamiento"...

Y ya luego, a través del compendio de su carrera como artista, encontramos unas palabras del propio Chillida, llenas de sinceridad, modestia y humildad admirables. Lo expresó en la misma ocasión arriba aludida: "Creo cada vez más que mi obra está hecha con infinidad de errores que se compensan unos con otros".

Respecto a Zabalaga como museo, saltan no pocas dudas sobre qué intensidad hubiera cobrado ese espacio con la aportación de sus mejores obras repartidas por el mundo, lo mismo en museos, que en espacios públicos, que en colecciones privadas. Esas ausencias gravitan sobre este proyecto. Es como si al Chillida universal le hiciera sombra el Chillida local. Quiere decirse que el museo aún estando bien, no alcanza las altísimas cotas que posee en su conjunto la figura de Eduardo Chillida como escultor universal...

Es verdad que como réplica podía argumentarse aquello que el poeta W.B. Yeats aducía con buen tino: "Lo local es el guante que nos ponemos para alcanzar el universo".

Como se ve, entre poetas anda el juego; y la poética del espacio como regidora en torno a uno sólo de ellos.

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