Montesinos, brazo derecho del presidente, se encuentra en paradero desconocido
El destino del presidente peruano, Alberto Fujimori, iba unido de forma casi fatal al de su asesor Vladimiro Montesinos, el hombre que, primero desde la sombra y al final a la luz pública, movía los hilos en Perú. Montesinos, un ex capitán y abogado de 56 años, se convirtió en el Rasputín del régimen. Fujimori se ha hundido, arrastrado por Montesinos, que ayer se encontraba en paradero desconocido. Al final, les dio la espalda hasta el arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani, cómplice de ambos en la operación contra los terroristas que ocuparon la Embajada de Japón en Lima.
Procede Montesinos de una familia de Arequipa con inclinaciones izquierdistas. De ahí el nombre de Vladimiro, en honor a Lenin. Ingresado en el Ejército, Montesinos llegó a capitán de artillería y ocupó puestos de asesor de altos mandos militares en los últimos años de las dictaduras peruanas. Lo acusaron de vender información a la CIA y el 28 de septiembre de 1976 le dieron la baja en el Ejército. En 1977, el Consejo Supremo de Justicia Militar lo condenó por "falsedad y desobediencia". Una causa por "traición a la patria" quedó sobreseída en el año 1984.Abortada su carrera militar, Montesinos estudió Derecho y abrió bufete en Lima. De su actuación profesional llama la atención su defensa de narcotraficantes conocidos. Sobre su vinculación con Fujimori flota un halo de leyenda. Se rumoreaba que Montesinos se había ocupado de falsificar o hacer desaparecer documentos que probaban que Fujimori había nacido en Japón y no en Perú. Lo palpable era que Fujimori tuvo problemas con el fisco, por haber declarado sus propiedades por un valor inferior al real. Recurrió el entonces candidato Fujimori al abogado Montesinos, quien no quiso percibir minuta y se ofreció al futuro presidente como asesor.
Ahí se inició la irresistible ascensión de Montesinos. La revista Caretas descubrió su papel en la sombra y lo bautizó como "el Rasputín de Fujimori". El presidente, cuando le preguntaban por Montesinos, se limitaba a afirmar: "Es sólo mi abogado". Se convirtió Montesinos en un ser misterioso, que aparecía detrás de cada escándalo: moviendo los hilos del fujigolpe, en abril de 1992; desarticulando el contragolpe del general Jaime Salinas, en noviembre del mismo año; persiguiendo a los medios de comunicación opositores, implicado en las torturas a disidentes del Servicio Nacional de Inteligencia (SIN), en contactos con narcotraficantes o involucrado como perceptor de sumas millonarias en dólares, que Fujimori justificaba con sus emolumentos como abogado de éxito.
Una conversación de Montesinos con Fujimori, refugiado en la Embajada de Japón, cuando el intento de golpe del general Salinas, reveló de forma palpable el grado de vinculación entre el presidente y su asesor. Montesinos no tenía cargo oficial. Fujimori quitaba importancia a su trabajo y decía: "Montesinos sólo es un funcionario de segunda fila del SIN". Desde su puesto de hombre que movía los hilos del SIN, Montesinos consiguió colocar al frente de la cúpula castrense, en todas las regiones militares de Perú y en las unidades más operativas a sus camaradas de la promoción de 1966. Esto garantizaba la lealtad del Ejército al fujimorismo. Al mismo tiempo otorgaba a Montesinos un poder sobre el presidente.
Montesinos no se resignaba a un papel secundario en la sombra. Cuando una operación no llevaba su firma, Montesinos se la apropiaba. La captura de Abimael Guzmán, el legendario presidente Gonzalo, máximo líder del grupo terrorista Sendero Luminoso, fue un éxito de la policía antiterrorista (Dincote), de la que Montesinos ni se enteró. No obstante, se apropió del triunfo y después se libró de los que le podían hacer sombra.
La primera salida del armario de Montesinos la escenificó Fujimori, cuando aparecieron juntos en televisión como los artífices de la acción contra los terroristas del Movimiento Tupac Amaru (MRTA), que tomaron rehenes y ocuparon la Embajada de Japón en Lima. Allí Fujimori dio el espaldarazo público a Montesinos. En la operación intervino el arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani, del Opus Dei. El arzobispo se prestó a introducir utensilios para escuchar y localizar a los terroristas. Acabó en un baño de sangre. Ni uno solo de los miembros del MRTA sobrevivió.
Lazos de sangre los unían. Hasta el pasado fin de semana. Tras la difusión del vídeo que mostraba a Montesinos sobornando a un diputado de la oposición, Cipriani emitió su veredicto y exigió a Fujimori que se deshiciera de Montesinos. El prelado se preguntó: "¿Hasta cuándo vamos a estar en manos de un productor de vídeos?". En su despacho del SIN, Montesinos grababa todas sus entrevistas, sus sobornos y corruptelas. Una auténtica bomba, un material de chantaje capaz de arruinar muchas vidas y carreras políticas en Perú. Las cintas y su autor se hallan en paradero desconocido. El ministro de Agricultura, José Chimpler, declaró ayer: "Montesinos ya no es asesor de Fujimori y su caso está en la fiscalía".
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