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Reportaje:

Pocos, pero intencionados

Negligencia

Un año más, y en comparación con otras comunidades, Andalucía presenta un balance más que aceptable en lo que se refiere a incendios forestales. En todo el país, y hasta el 31 de agosto, las llamas habían arrasado más de 72.000 hectáreas en 15.000 siniestros y, a este cómputo, la región andaluza sólo ha contribuido, a pesar de su extensión y climatología, con 669 siniestros, que han afectado a algo menos de 3.400 hectáreas.Si el territorio carbonizado se compara con la superficie forestal de cada comunidad, se observa la verdadera magnitud de esta catástrofe ecológica, ya que en Canarias, Asturias o Galicia las llamas han acabado con cerca del 1% de sus bosques. En Andalucía, este porcentaje se sitúa en el 0,07%, aunque también es verdad que, con respecto a 1999, la extensión de terrenos arbolados que se han perdido no ha disminuido y se mantiene en torno a las 1.900 hectáreas. Esta cifra está muy lejos de las 44.000 hectáreas que ardieron en 1991, el peor año de esta década. En el otro extremo están las escasas 360 hectáreas arboladas que fueron pasto de las llamas en 1996, si bien la media de estos diez últimos años se sitúa en 8.500 hectáreas, y si la comparación se establece tomando esta referencia, la disminución ronda este verano el 78%.

En la Consejería de Medio Ambiente sigue llamando la atención el elevado porcentaje de incendios fruto de negligencias o clara intencionalidad, causas a las que se atribuyen casi el 68% de los siniestros. Este porcentaje no ha dejado de crecer en los últimos años, fenómeno que, en parte, se debe a una mayor eficacia en las tareas de investigación. Prueba de ello es el número de detenciones de la policía autonómica desde que se incorporó a la investigación de estos sucesos: si en 1995, cuando se estrenó en estas funciones, sumó 15 detenidos, este verano ya ha superado los 60.La creación de pastizales ha originado 44 incendios; los intereses cinegéticos, 30; las rencillas, 29, y el puro gamberrismo, otros 26. A los pirómanos, entendiendo como tales a personas desequilibradas, se atribuyen 37 siniestros y las negligencias de todo tipo dieron lugar a otros 214. En total 454 incendios en los que participó la mano del hombre.

Es posible, advierten algunos especialistas, que si del cómputo total se restaran este tipo de fuegos, la naturaleza estaría en condiciones de asumir el impacto anual del fuego, puesto que es un elemento característico de los ecosistemas mediterráneos. "Los incendios", explica Eusebio Cano, catedrático de Geobotánica de la Universidad de Jaén, "son tan viejos como la propia vegetación y el que nos preocupen hoy más que en el pasado se debe al espectacular incremento de su frecuencia, simplemente porque a las causas naturales han venido a añadirse los siniestros provocados por el hombre".

En estas circunstancias, ni las especies mejor adaptadas al fuego tienen oportunidad de regenerarse, porque, un año tras otro, son víctimas de las llamas y llega un momento en que la erosión hace inviable el rebrote de la flora. Algunas plantas resisten el paso de un incendio, bien porque están recubiertas de una corteza protectora (como el alcornoque), mantienen sus yemas, raíces y brotes de crecimiento bajo el suelo (caso de brezos y acebuches), poseen semillas que se dispersan con las altas temperaturas (piñas) o activan su germinación con el fuego (jaras).

Pero para que de nuevo puedan prosperar estas especies se necesitan varios años y, mientras tanto, señala Teresa Mendizábal, experta en desertización del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), "el suelo está desprotegido, y tanto por la acción del viento como por las lluvias comienza un grave proceso de erosión que es, finalmente, el que destruye el ecosistema".

También es frecuente que los mecanismos naturales se vean alterados por supuestas actuaciones de repoblación, que lejos de recuperar lo que se ha perdido pueden llegar a ser más perjudiciales que el propio incendio. Aun cuando ésta es una opción que despierta no pocas críticas, a veces la mejor actuación después de un incendio es la simple pasividad, aunque ésta sólo puede ser producto de un análisis en profundidad del terreno carbonizado y sus características.

Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es

Llamas de vida

El fuego es, a los ecosistemas mediterráneos, lo que la pasión a una relación amorosa. Es imprescindible y de él depende el establecimiento y la reproducción de algunas especies, pero en su justa medida, porque si se desborda se convierte en un elemento destructor.Aprovechando esta característica, algunos especialistas reclaman, incluso, el uso controlado de las llamas como herramienta capaz de mejorar algunos espacios naturales. Jesús García Latorre, ingeniero forestal y especialista en conservación de paisajes en zonas áridas, defiende esta tesis, aplicada a las extensas zonas de matorral de Almería. A su juicio, para mantener los matorrales, vitales en terrenos amenazados por una intensa erosión, es necesario "gestionarlos de forma activa y una forma de hacerlo es quemándolos, provocando pequeños incendios controlados, que si se producen en numerosos puntos originan un paisaje muy heterogéneo, que, en definitiva, lo que hacen es dificultar la propagación del fuego cuando éste se origina de forma incontrolada".

Pero además, este tipo de incendios bienintencionados pueden ayudar a mantener la biodiversidad. Con el paso de los años, este tipo de ecosistemas suelen poblarse con muy pocas especies de matorral, que se hacen dominantes, colonizan todo el espacio e impiden la presencia de otras plantas. "Quemando una determinada superficie de estos matorrales tan homogéneos", argumenta García Latorre, "se crean espacios libres que pueden ser colonizados por otras especies vegetales, de manera que se incrementa la biodiversidad".

Claro que de la teoría a la práctica hay un gran salto porque, como explica este ingeniero, "la gestión de los ecosistemas mediterráneos mediante fuegos controlados requiere de un elevadísimo nivel de conocimientos técnicos, del que carecemos por el momento".

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