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Obsesión de Sevilla y de Clinton

Firmé el papel originario de la candidatura de José Luis Rodríguez Zapatero al ver que en su redacción habían intervenido Jordi Sevilla y Germà Bel. La lectura de la redacción concreta me permitió constatar que mi confianza estaba justificada. Jordi Sevilla había sido alumno en la Facultad de Económicas de Valencia y como resultado de su tesis de licenciatura publicamos un trabajo conjunto que apareció en el homenaje al famoso Ramón Carande. El tema del trabajo era dar una explicación teórica a la paradoja de que las empresas industriales son mayores, en cuanto a su tamaño, en zonas menos avanzadas que en las que lo están más. Una explicación que también comprendía la paradoja de que, a veces, cuando se crece, el tamaño de las empresas se va reduciendo. Este artículo de 1978 pasó un largo estiaje: nadie lo citaba. Afortunadamente, y no se porqué, en los últimos años ha empezado a tener la repercusión que presumíamos o al menos deseábamos.Perdí prácticamente de vista al alumno y solamente hemos coincidido en algún aislado contacto. Ahora tampoco le he visto pero he advertido con satisfacción que apoyaba el único programa puesto al día en el último congreso socialista. A los pocos días Rodrigo Rato y Figaredo, descendiente por parte de madre de quienes traspasaron unas famosas minas de carbón al sector público cuando dejaron de dar beneficios, le llamó "irresponsable". Esta afirmación la pronunció el 28 de julio pasado pero desde entonces han pasado tantas cosas que parecen que hayan transcurrido más meses que semanas. Afirmaba Rato que no había motivos que justificasen un cambio del objetivo de inflación y, según dijo, eso le correspondía al Banco Central Europeo. Ahora la inflación derivada del petróleo que se suma a nuestro excesivo anterior diferencial hace que todo ello se vea ya en términos muy relativos.

La razón concreta del enfrentamiento es que Sevilla Guzmán había afirmado no comprender la obsesión de Aznar López por el llamado déficit cero del presupuesto. Me callé en la polémica aunque de haberlo hecho hubiera optado por la existencia de un superávit. Me parecía que en aquellas circunstancias retirando poder de compra del mercado era el único sistema por el cual se podía combatir la inflación. No podemos ya devaluar la peseta para compensar la pérdida de competitividad por un exceso de inflación ni tampoco aumentar el tipo de interés que es algo que sí pertenece a la competencia exclusiva del Banco Central Europeo y casi no tenemos otra arma que la presupuestaria. Otra arma a utilizar hubiera sido no disminuir el impuesto sobre la renta porque ello no provoca, desgraciadamente, aumentos en el ahorro sino un consumo que conduce a la inflación. En un punto sí que estaba de acuerdo con Sevilla y es que no hay que tener obsesión por nada sino adaptarse al terreno respetando más los fines que los medios.

Hace estas pocas semanas, Rato era muy proclive a las declaraciones mientras que ahora ha ido cayendo en un silencio bastante persistente. Personalmente continúo pensando que un superávit es una buena arma contra la inflación pero discrepo de la política del gasto. Una de las pocas cosas en España que han ido empeorando y que irán adquiriendo importancia es el indicador del capital tecnológico expresado por las inversiones en investigación básica y en aplicada. España que está en un 80% del nivel de vida europeo solamente alcanza el 34% en este indicador de capital tecnológico y el 25% si nos referimos a la media estadounidense o japonesa. Salir de esta situación es asegurarse el futuro y muestra de ello es que en la Unión Europea estamos, desgraciadamente, en el lugar decimotercero solamente por delante de Portugal y de Grecia. Para mejorar son imprescindibles cantidades masivas que provengan de las empresas pero también del sector público. No hay otro camino de futuro.

¿Qué demonios ha hecho Clinton para que la economía de los Estados Unidos mejore tanto? Pienso que aplicó una política industrial basada en las nuevas tecnologías. Así, si bien redujo el déficit presupuestario aumentó en innovación tecnológica y formación académica el gasto en casi 15 billones de pesetas anuales. Por otro lado introdujo las franquicias tributarias para el comercio electrónico, conectó a los colegios y a las bibliotecas con la red y facilitó los permisos de trabajo para extranjeros especializados en esta materia. En tercer lugar, ayudó con gasto público a que la proporción de estudiantes en el nivel universitario pasara en 8 años del 57 al 67%. Todo ello ha tenido un efecto tan positivo que es el que Al Gore intenta, con causa, capitalizar. Esta obsesión por el gasto en tecnologías, enseñanza superior e investigación aplicada es también básica.

Ernest Lluch es catedrático de Historia del Pensamiento Económico.

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