El poder y la razón
JOSÉ LUIS MERINOAlguien tenía que preguntarle al alcalde de San Sebastián y a los concejales de su Ayuntamiento cuáles son los oscuros subterfugios que les han conducido a pretender cambiar de golpe la calificación patrimonial del viejo teatro Bellas Artes. ¿Hay cabeza alguna, medianamente lúcida, que pueda entender cómo un edificio inscrito dentro del nivel uno de protección urbanística, se decida acabar con él, derribándolo por las buenas, bajo la peregrina idea de construir un hotel de estilo romántico?
En estos días se está debatiendo en los medios de comunicación donostiarras lo que en El País se acertó en llamar "La batalla del Bellas Artes". Como defensores de la conservación del edificio figura la Agrupación Cívica para la Conservación del Bellas Artes. En ella aparecen los artistas Jorge Oteiza y Andrés Nágel, los profesores Gurutz Jáuregui, Martínez Gorriarán, Alonso Pimentel y José María Unsain, los arquitectos Ramón Ayerza y Miguel Arsuaga, entre otros personas, incluidos algunos descendientes del arquitecto Ramón Cortázar, autor del diseño en litigio.
¿No sería conveniente que los adictos al derribo conocieran, siquiera de manera somera, quién es Ramón Cortázar y cuál su contribución como arquitecto al esplendor de San Sebastián? A lo mejor descubren que existen unos cuantos edificios singulares con su firma. Por ejemplo, el ahora llamado Koldo Mitxelena, firmado por él y su primo Luis Elizalde en 1896; el Colegio San José (1901), el Convento de las Repadoras (1904), además de viviendas repartidas por la ciudad, fechadas en 1903, 1904, 1906, 1915 y 1926, a lo que se suman un palacete en el Paseo de Francia en 1926, y la Villa María José, de la calle San Bartolomé, que data de 1909. Al construir el edificio del Bellas Artes (1914), Ramón Cortázar lo toma como punto de lanza para trazar las líneas que conformarán la parte del ensanche donostiarra que lleva su nombre...
No obstante, la terca obstinación de los depredadores se atreverá a aducir que el edificio, tal cual está en la actualidad, no parece demasiado esplendente como para que no pueda ser derribado. Eso es una falacia, porque desde hace mucho tiempo el edificio ha sido tratado con la mayor de las dejaciones. Fuerzas ocultas, desaprensivas, han tratado de arruinarlo física y estilísticamente. Para constatar esto que decimos, no hace falta sino acudir al propio Ayuntamiento y reparar en los planos que sirvieron a D. Vicente Mendizábal, a la hora de solicitar para sí un proyecto de salón cinematográfico en ese edificio. Rotundamente claro es que una buena parte del edificio en su estado actual dista mucho del originario.
Junto al interés de especulación económica, padre y madre de esta batalla, encontramos la figura de los políticos instalados en el poder. Creen que porque tienen el poder tienen el conocimiento y la razón de las cosas. No saben, o no quieren saber, que el conocimiento y la razón es independiente de que se tenga o no se tenga el poder. Por eso, en términos culturales veremos que al sólo poseer el poder, su manera de actuar se cifra en apuntarse a lo nuevo, en la creencia de que así ocultan sus carencias. Por no entender aquello que se gestó en el pasado, corren como vírgenes desvestidas hacia la emboscada de lo nuevo, sin saber cuál es el verdadero valor de lo nuevo.
Respecto a lo de la construcción de un hotel de estilo romántico, como paradigma de lo nuevo, eso tiene todos los visos de ser una patochada digna de horteras con pretensiones. Lo romántico en esas indoctas cabezas necesariamente tiene que devenir en pura ñoñez. Por todo lo dicho, resulta peligroso dejar en manos de determinadas personas la solución final de este emblemático edificio.
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