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Plaza de la Real Maestranza

Un toro de Murube excesivamente afeitado para rejones y seis de Parladé, altos de agujas, anovillados, flojos, quinto y sexto inválidos, menguados de pitones. Álvaro Domecq: rejón contrario y descabello (vuelta al ruedo). Joselito: estocada atravesada y dos descabellos (ovación y saludos); dos pinchazos y media trasera y caída (silencio). Rivera Ordóñez: pinchazo y estocada baja (ovación y saludos); pinchazo hondo chalequero y cinco pinchazos (silencio). Morante de la Puebla: pinchazo infame, pinchazo, media baja tendida y ladeada -aviso-, tres descabellos (silencio); estocada honda atravesada (silencio). Plaza de la Real Maestranza, 9 de septiembre.

Parladé/ Domecq, Joselito, Rivera, Morante

Ópera popular de caballos y cantes, de Salvador Távora, en el marco de una corrida andaluza a la usanza del siglo XIX.Matador: Javier Conde. Rejoneador: Álvaro Montes. Caballero: D. Ángel Peralta Sevilla, plaza de Toros de la Maestranza, 8 de septiembre.

CORRIDA GOYESCA DE RONDA Sopor goyesco

La goyesca es la piedra angular sobre la que se edificaron las fiestas de Pedro Romero en Ronda. Peregrinación a la meca del ordoñismo, pasó más tarde a señalar el norte del toreo; la ciudad se viste de gala y propicia de buen grado ser santo y seña de esencias taurinas.Ahora es al revés. La ciudad acoge una fiesta taurina menor, que ha unido a la sempiterna crisis de toros una no menos importante crisis de toreros. Se impone un cambio de rumbo cuya receta elemental se cocina con toros de verdad y toreros dispuestos. De lo contrario, Ronda lamentará haber perdido el ser reina por un día.

Por un día volvió a hacer el paseo Álvaro Domecq Romero, eso sí, ataviado a la rondeña, con aires de bandolero, conducido por dos severos corchetes y precediendo a la tropa de a pie, mientras cerraban el cortejo los picadores, que tratan de recuperar la importancia de antaño y hacerse autores materiales de la defunción de los toros.

Álvaro Domecq estuvo entregado, luciéndose en banderillas, invadiendo los terrenos del toro y clavando al estribo, para salir después toreando. Exhibió corazón y ganas que vencieron una difícil corpulencia y sacó a relucir un cierto sentido del rejoneo moderno.

Joselito se abrió de capa con paso atrás e interpretó chicuelinas que, sin querer, también fueron al paso. El toro era como un carretón pero sin ruedas, y hubiera de ir arrastrado las patas de madera por la arena; daba dos o tres pasos cansinos y ahí terminaba todo. El cuarto fue recibido con verónicas lánguidas, casi melancólicas; con la muleta el torero procuraba apartarlo de sí, tan lejos que luego lo había de reclamar como si fuera una maleta perdida.

Rivera Ordóñez vio cómo picaban al segundo tapándole la salida; en la muleta, el toro aguantó un par de series con la condición de no ser obligado, de ir a su aire mientras tuviera franco el camino. Por la izquierda se cansó pronto y siguió pasando en plan buey de carreta. El quinto, a pesar de la mansedumbre y de la invalidez, aguantó un par de series antes de rajarse en medio de un trasteo por alto a favor de querencia.

Morante debe hacer cuentas: se coloca fuera de cacho, aparta a correr entre pase y pausa y llega a estar tan inseguro que se queda a merced del toro. No son formas.

El que un hombre y un toro se pongan frente a frente han llegado a hacerlo tan intrascendente que en medio de cualquier faena, se podía oír el runrun del público que hablaba de sus cosas. De esta forma, el ir a la goyesca se convertirá en un acontecimiento con la pesada carga de una corrida de toros en medio. Un bocadillo demasiado caro y duro.

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