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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Gente de fiesta JORDI PUNTÍ

En la próxima revisión del diccionario normativo catalán, los miembros del Institut d'Estudis Catalans deberán introducir un nuevo vocablo: merceloní. Su definición sería más o menos ésta: "Dícese del ciudadano de Barcelona que asiste voluntariamente a un acto de las fiestas de la Mercè". El autor del ingenioso neologismo no es otro que el fotógrafo Agustí Carbonell, y lo ha utilizado para titular su exposición de instantáneas tomadas durante la fiesta mayor de Barcelona de 1999. La exposición Mercelonins, espléndida, puede verse hasta el 25 de septiembre en el Espai Xavier Miserachs del palacio de la Virreina, y se inscribe en la exposición general de los seleccionados y premiados en el certamen anual Fotomercè. Es éste un concurso de fotografía abierto a todo el mundo, y a juzgar por las fotos expuestas, el nivel entre los participantes es excelente.El Ayuntamiento de Barcelona elige todos los años a un fotógrafo para que plasme del derecho y del revés cada momento mágico de las fiestas de la Mercè, y el año pasado le tocó a Agustí Carbonell (este año, por cierto, el escogido ha sido otro fotoperiodista de marca: Joan Guerrero). Sin embargo, lo primero que sorprende de las festivas imágenes de Carbonell es que no aparecen en ellas ni castellers, ni dragones, ni cometas, ni urbanos con plumero de gala: lo que muestran es gente corriente de la calle que, eso sí, mira atentamente el espectáculo. "Me pareció que los espectadores son los auténticos protagonistas de la fiesta", cuenta el fotógrafo, "y me situé entre ellos y el espectáculo como si fuera una pantalla, una pantalla invisible". Así es como aparece, pues, toda esa gente que pasea, gente mayor que se distrae, gente acalorada que busca la sombra, gente que habla y que discute, gente que se aburre o se besa y gente que mira. Ninguna otra cosa que gente es lo que aparece en la foto estrella de la exposición, una imagen de tres metros de largo que domina la sala -"como una gran mancha de color"- y que muestra un fragmento de la plaza de Sant Jaume abarrotada durante la actuación de los castellers. Observada de lejos es, ciertamente, una singular abstracción multicolor; vista de cerca, en cambio, uno puede jugar a encontrar a Wally y a descubrir mil detalles: el color plateado de un globo, la camiseta del Barça de un adolescente, una chica que toca la calva de su novio al mismo tiempo que, unos metros más allá, una niña toca la de su padre... Historias individuales, en fin, que producen una historia colectiva.

No es raro encontrarse a Agus-tí Carbonell por Barcelona -sobre todo en su Barceloneta- con una cámara colgando del cuello. Cuando le preguntas en qué está trabajando, la mayoría de las veces suele sonreír y dice que en nada especial, está paseando sin más, observando. Los fotógrafos que ejercen de periodistas están acostumbrados a pasar inadvertidos, a ser transparentes, y en el testimonio de estas fotos hay sin duda una voluntad periodística, algo tan sencillo pero necesario como dejar constancia de lo bien que se lo pasa la gente cuando está de fiesta. En la Virreina, expuestas una junto a la otra, las fotos se convierten en un catálogo de los mercelonins en la calle, de su comportamiento, y gracias a ese aire popular que transmiten resulta fácil escuchar en ellas las voces de sus anónimos protagonistas: "Papá, no veo nada, súbeme a hombros", o bien la madre: "Aquesta criatura se'ns hi quedarà, amb la calor que fa", o bien: "Ohhh!, que bonic!, ¿Oi que és bonic, amb aquest cel tan blau?". Como todo buen artista, Carbonell retiene una historia oculta tras cada instantánea: la gente sentada en la acera de la calle de Ferran, por ejemplo, puede ser comparada con las conservas que se exhiben detrás, tan bien ordenadas, en el escaparate de la conocida charcutería Lafuente. El juego es, pues, otro componente esencial en las fotos de Agustí Carbonell: "Soy un voyeur que retrata a otros voyeurs, miro a la gente que mira", nos dice, y acompaña sus palabras con su habitual sonrisa irónica, de quien hace muchos años que ajusta el objetivo. Esta naturaleza lúdica del autor se encuentra también en la ordenación de la exposición: están las fotos que tienen el azul del cielo como protagonista, las que muestran a la gente haciendo visera con la mano para protegerse de un sol de justicia cegador, y luego hay las fotos con niño, que siempre dan buen resultado: esos niños que lloran y bostezan de cansancio o de agobio, no se sabe; los otros que aplauden; una niña caprichosa que le mete el dedo en la nariz a su padre, y finalmente, el perfecto colofón para cerrar la exposición: esa foto preciosa del niño que recoge confeti del suelo, ensimismado en su tarea, cuando la fiesta ya terminó y no volverá hasta el año que viene.

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