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La terapia de la risa

Un grupo de 46 niños corretea estos días por las instalaciones del albergue juvenil de Ador (La Safor) sin casi dar tregua a los nueve monitores que cuidan de ellos. Allí olvidan por unos días los hospitales en los que son tratados de sus afecciones oncológicas. La mayoría procede de la Comunidad Valenciana, aunque este año se han unido Carolina y Alejandra, residentes en Salamanca. Tienen entre 6 y 16 años, una diferencia generacional que se palpa en los grupos que se van formando por todo el recinto.La idea de organizar el campamento surgió hace seis años de la mano de dos voluntarios, Javier Casero e Icíar, que consiguieron convencer a la Asociación contra el Cáncer en la Comunidad Valenciana sobre la conveniencia de iniciar el proyecto dirigido a niños afectados por alguna dolencia oncológica. "La idea era", recuerda Vicente, "sacar a los menores del ámbito hospitalario", que por unos días olvidaran los tratamientos y las visitas regulares al medico, y ofrecerles como alternativa "la terapia de la risa".

En la zona de las cabañas, cuatro chicas, de unos 15 años, cuchichean sus confesiones de camino a las duchas. Mientras, en el campo de fútbol contiguo, Vicente Balaguer, uno de los dos médicos que atiende el albergue, aguanta con resignación la paliza que está recibiendo del equipo contrario. La experiencia, que empezó reuniendo a una decena de niños, la mayoría tratados en los hospitales de La Fe y el Clínico de Valencia, ha resultado un éxito.

Jesús, uno de los reincidentes del campamento, no pierde tiempo en buscar a Vicente para anunciarle el resultado del partido. "Os hemos dado una paliza chaval, 13 a 1", le vacila. Vicente admite con resignación la derrota. En el campamento los menores realizan todo tipo de actividades al aire libre, desde talleres de barro, pintura, dibujo, hasta juegos, deportes y excursiones. Nadia Villanova, una de las voluntarias más veteranas en el campamento y responsable de la coordinación de las actividades, señala: "Nosotros organizamos juegos pero lo que más les ayuda es poder relacionarse con niños de su edad, que acaban convirtiéndose en amigos inseparables". Andreu, de 7 años, interrumpe a Nadia para mostrarle orgulloso el diente de leche que se le acaba de caer, y celebra con Vicente que esa noche el ratón Pérez le traerá algo a su cabaña.

Pero no todos los campistas padecen alguna afección oncológica. Juan (nombre ficticio) llegó al campamento hace unos años de la mano de su hermano que no pudo superar la enfermedad. Este año decidió regresar al albergue y convive con el resto de campistas. Y Mariano, que consiguió hacerle frente a una leucemia de alto riesgo después de un trasplante de médula a los 11 años, ahora totalmente recuperado, vuelve todos los años al campamento para reencontrarse con sus amigos.

Empieza a oscurecer y Álvaro Sala, el segundo de los médicos, llega con la furgoneta de hacer una serie de encargos. Los niños se agolpan de inmediato a su alrededor. El más ansioso es Andrés, el fotógrafo del campamento, que el primer día agotó un carrete de 36 fotos, y espera un nuevo suministro para la cámara. Pero los monitores le advierten que esta vez tendrá que racionar la película. Resignado se compromete a hacerlo. Una hora después confiesa que ya lleva gastadas 7 fotos.

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