En peligro de extinción
Para la mayor parte de los valencianos, la barraca pervive en el territorio de lo nostálgico, si acaso ilustrado por las imágenes de la ficción costumbrista de Vicente Blasco Ibáñez. Su silueta típica -paredes blancas, tejado de paja de fuerte caída flanqueado por dos cruces- apenas salpica ya los antiguos vergeles, transformados por un mal entendido progreso en un paisaje heterogéneo de parches de huertas, carreteras, casas abandonadas, vertederos e industrias vacías.Desde su barraca de la huerta de La Punta (Valencia), Daniel Rodrigo, de 71 años, tiene una perspectiva diferente. Rodrigo vive con su familia "por vocación" en un barraca, una de las 20 sobre las que pesa la amenaza de la Zona de Actividades Logísticas, la ZAL, un proyecto de la Autoridad Portuaria, la Generalitat y el Ayuntamiento donde se ubicarán las industrias anejas al Puerto. Además de desplazar a 90 familias, la ZAL eliminará de un plumazo una parte importante del patrimonio histórico valenciano ubicado en 70 hectáreas de huerta -calificadas de especial protección en el Plan General de Ordenación Urbana de Valencia y recalificadas posteriormente a industrial-, un pulmón verde para la ciudad. Contra el proyecto se han levantado numerosos colectivos ciudadanos.
Un inventario realizado en 1993 situaba más de las cuarta parte de los edificios de interés arquitectónico de la Huerta de Valencia -15 de un total de 55- en las huertas de Perú-La Punta y Clero-Natzaret, que tras cinco años de expansión urbana han acabado convertiéndose en el conjunto más importante. "Me contaba mi madre que mi abuela le contaba que cuando cumplió un año construyeron la barraca; mi madre murió a los 80 años, hace ya 35, haga cuentas", recuerda Rodrigo. La dels Tirris-a las barracas se las conoce por el mote, en este caso se debe a las dificultades en pronunciar la r del abuelo de Rodrigo- se mantiene en pie "a base de dinero y esfuerzo", pues al ser las paredes de adobe (una mezcla de paja y barro) "precisa un mantenimiento constante". Durante la transición, Rodrigo decidió prescindir del tradicional tejado de borró (paja): "nos daba miedo, la barraca era como un polvorín". En el pasado, las pocas condiciones de higiene que ofrecía la barraca y el riesgo constante de incendios e inundaciones, llevaron incluso a prohibir su construcción. Rodrigo recuerda que cuando su madre se casó "estaba contentísima, porque marchaba a vivir a una alquería, pero le duró poco la alegría. Mi tío, el propietario, murió, y tuvo que ocupar la barraca y trabajar sus tierras". Por lo demás, la dels Tirris mantiene la estructura tradicional.
Los vecinos calculan que en la zona hay una veintena de barracas: las de Coca, de Dorín, de Garrido, de Plaça, de Velero, de Bosquilla, de Pere, de Sura, de Monravals, de Blanca, de Panblanco, dels Tirris, de la Tía Moixeta, del Cego, de Serres, dels Capellans, de Roca, del Rossegó y de Cresta; y aseguran que la mayoría de ellas están habitadas y en buen estado, pese a la prohibición municipal de rehabilitarlas al ubicarse en una zona de protección especial. Ahora todo ha cambiado. Tras la recalificación del suelo, la ZAL sólo tiene previsto respetar la Senda Llora y un par de barracas cercanas, que transformarán en museo.
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