La Mostra rinde homenaje a las canas de los últimos clásicos vivientes de Hollywood
Comienzan a exhibirse las producciones de la sección oficial con pronunciados altibajos
ENVIADO ESPECIALLa 57ª Mostra de Venecia ha dedicado tres días de prólogo a cuatro viejos rostros del cine de Hollywood. Donald Sutherland, Tommy Lee Jones y James Garner, los tres cowboys del espacio que acompañan a Clint Eastwood en su hermosa y profunda aventura, peinan el pelo blanco de los últimos rostros encendidos del Hollywood clásico y están a la altura de su leyenda. Mientras tanto, en el festival arrancó el día a día con un solo filme importante, el del marsellés Robert Guédiguian La ciudad está tranquila.
Mirada escéptica
La presencia -es aquí juicio unánime que excesiva, pues la Mostra les ha dedicado monográficamente, en exclusiva, tres jornadas informativas, por lo que han acabado saturando a periódicos, radios y televisiones- de estos cuatro grandes actores, que son de los pocos que quedan vinculados por el clasicismo de Hollywood, ha puesto en bandeja a los programadores del festival apoyar en la pantalla su proclamación verbal de veneración por el viejo cine norteamericano, lo que es una manera indirecta de situarlo como referencia artística por encima del nuevo, del que hoy copa las redes de distribución, hace moda en el mundo entero y levanta la polvareda de enormes recaudaciones.Cowboys del espacio responde a bote pronto a ese viciada y perturbadora inclinación de la balanza, y el hecho de traer esta notable e incatalogable película como punto de arranque del festival permite a éste definirse con cine vivo, y no con palabras, ante una de las opciones más básicas y radicales que se plantea la producción de películas en el nuevo siglo que ya comienza a entreabrir sus puertas: por un lado, el cine hecho por artistas y, por otro, el cine hecho por ingenieros. La respuesta de los cuatro canosos cowboys del espacio está llena de sarcasmo, es nítida y rotunda: lo suyo es puro cine de rostros, puro cine de artistas que usan la ingeniería del efecto especial como una herramienta subordinada a su arte.
Clint Eastwood usa a destajo en Cowboys del espacio sofisticadísimos efectos especiales, pero ni uno solo tiene en su admirable, y más compleja de lo que parece, película otro valor que el simplemente instrumental, pues la médula del relato es otra, se escapa de la encerrona tecnológica. Los verdaderos efectos especiales son aquí las arrugas y los olvidos, las canas y las soledades de cuatro hombres que representan con emocionante, y al final desgarradora, verdad un severo drama atravesado por aires libres de comedia sobre el paso del tiempo, sobre el envejecimiento y la amistad, que es una de las pocas cosas que sobreviven a la devastación de esta época. Hay vivísimas resonancias del lenguaje inmortal del western en esta loca y absurda aventura de ficción científica a cargo de cuatro rostros que, por sí solos, son fuente de sabiduría fílmica y elocuencia interpretativa arrolladoras, de cine antiguo, pero sorprendentemente mucho más vigentes que las rimbombantes novedades de juego de marcianitos del cine hoy considerado más puntero y más abrecaminos.
Eastwood ha hecho una película de viejo zorro, sabio escéptico, escarmentado y tremendamente lúcido. Es la obra de un tipo que, por consiguiente, sabe distinguir perfectamente el grano de la paja. Es impagable ver cómo en Cowboys del espacio saca de la madeja, uno tras otro, casi todos los hilos de donde tira el cine convencional de ahora en Hollywood, desde el numerito visual sofisticado al juego aparatoso o a la catástrofe, para tirarlos inmediatamente a la papelera, mientras va sosteniendo y robusteciendo poco a poco un único hilo estructural de signo opuesto, que es la mirada escéptica sobre los alrededores vacíos de cuatro vidas que encarnan las pocas y estrictas verdades imperecederas, no sujetas a erosión, que alimentan al cine no efímero: la amistad, el absurdo cotidiano, el amor súbito, la conquista de una muerte no degradante, una muerte digna. Y sobre esta dignidad crea uno de los más trágicos y desconcertantes happy end de la historia del cine reciente.
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