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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rusia como desastre

Esta nueva catástrofe "muestra en qué estado se encuentran las infraestructuras vitales y el conjunto del país", ha declarado el presidente de Rusia, Vladímir Putin, en referencia al incendio que ha destruido en gran parte la torre de telecomunicaciones de Ostánkino en Moscú y se ha cobrado al menos cuatro vidas. Nadie puede aún identificar las causas directas de este nuevo desastre en un país cuyos ciudadanos aún no se han recuperado de la conmoción del hundimiento del submarino Kursk y del alarde de impotencia e incompetencia desplegadas durante la misma. El desconcierto, la falta de previsiones y la insuficiencia de los medios, empezando por esas mangueras que no llegaban a los pisos altos del gigantesco pirulí, se han repetido ahora.

Grupos chechenos reclaman la autoría y las fuerzas de seguridad no descartan el sabotaje. Pero tiene razón Putin: es el estado general de la economía y su reflejo en las infraestructuras, así como la desidia de la Administración y la ruina de la moral ciudadana, lo que está detrás de esta catástrofe. También de otras. Los desastres militares en Chechenia o ecológicos en todo el país muestran el nivel de deterioro de la antigua superpotencia. La caída de la esperanza de vida es el más dramático de estos indicadores.

Pero lo que Putin no dice es que un factor clave para explicar el actual estado de cosas está en la endémica falta de control democrático, de transparencia y de libre desarrollo de la sociedad civil en Rusia. La arbitrariedad, el abuso de poder y la corrupción atacan tanto a sociedad y Administración como el agua del Ártico a la flota rusa. Putin no ha sido, ni en la guerra de Chechenia ni en la crisis del submarino Kursk, un adalid de la transparencia ni promotor de los principios de una sociedad abierta. A la postre es ésta la única que puede generar los controles necesarios que garanticen derechos y fiscalicen responsabilidades. Putin debería pasar del diagnóstico a la terapia que se basa en el respeto a las leyes, el fin de la arbitrariedad, la persecución del abuso y la clara asignación de responsabilidades; en suma, en el Estado de derecho. La única noticia positiva que llega desde Rusia es que aumenta cada día el clamor que exige dicha terapia. Esperemos que sea oído.

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