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Sublime y delicada puerta

Madrid atesora un raro vestigio tal vez del más grande escultor de todos los tiempos, Michelangelo Buonarroti. Se trata de un murciélago bigotudo, estrábico, orejudo y feo, que saca la lengua y ríe con una mueca siniestra o socarrona, según nos mire. Fue diseñado por las manos del artista italiano para decorar algunas columnas del Capitolio de Roma. Aquel proyecto no halló la luz. Pero el dibujo del quiróptero vino a Madrid dos centurias después con un arquitecto italiano, coronel del ejército del rey Carlos III, Francisco Sabatini, admirador de Miguel Ángel.Los murciélagos bizcos, con mostacho y orejotas, ya nacionalizados en Madrid, son más de veinte. Se encuentran encaramados en lo alto de la Puerta de Alcalá y trazan un contrapunto al soberbio porte, a la tectónica entereza, de la insignia en piedra y caliza de la ciudad de Madrid.

Una puerta precedente a la actual fue erigida, en 1598, un poco más abajo del lugar que hoy ocupa, a la altura de las calles de Pedro Muñoz Seca y Alfonso XI, para festejar la llegada a la ciudad de Margarita de Austria para casarse con Felipe III. Era una cancela estrecha con dos torres rematadas por chapiteles de tejadillo de pizarra, de ornamentación severa, consagrada a Nuestra Señora de la Merced y a San Pedro Nolasco, consagrado a la redención de cautivos. A ella se asomaban los madrileños para ver llegar los toros de las dehesas del Jarama, temibles por su fortaleza, cornamenta y bravura. Así se mantuvo la cancela hasta que en 1764 quedó medio desvencijada tras una estremecedora tormenta. Carlos III decidió entonces convocar un concurso para reemplazarla por otra, bella y acorde con la entidad de la capital del reino. Compitieron Ventura Rodríguez, José de Hermosilla y Francisco Sabatini, siciliano nacido en Palermo en 1721, estudiante de matemáticas, humanidades y arquitectura en Roma, cortesano y vecino de Madrid desde 1760. Ganó el concurso el palermitano.

La puerta de Alcalá se encuentra en plena Cañada Real: 75,23 metros de anchura miden aún hoy dos mojones de la plaza de la Independencia. Tiene 19 metros y medio de altura, con cinco oquedades, tres arcos y dos aberturas de dinteles lisos, timbrados con máscaras humanas y melenudos leones obra de Francisco Gutiérrez. Fue edificada en granito del Guadarrama y ornamentada con caliza de Colmenar de Oreja, para sarcasmo de sus murciélagos, que decoran los capiteles calizos de sus columnas jónicas, lisas las de poniente, tubulares al oriente, soportes de un frontón techado y recubierto con planchas grises de plomo de tres milímetros de espesor. Todo queda coronado por un escudo real, una Fama manca y un Genio, angelotes, corazas romanas con lanzas, pillum, hachas más cornucopias, objetos todos que escoltan sendos lemas que dan fe del reinado de Carlos III. En el año de gracia de 1778, su construcción fue culminada.

La puerta de Alcalá es el primer arco triunfal romano de la era moderna. Cuando fue ideada por Sabatini, acababan de popularizarse los descubrimientos de Pompeya y Herculano, hallazgos que romanizaron la arquitectura, apuntillando de paso el declinante arte barroco. Sobre la puerta de Alcalá quedó la impronta clasicista, que antecede en el tiempo a la de Brandenburgo en Berlín, a los arcos parisienses de Triunfo y del Carrousel, a los de Petrogrado y Múnich.

Hoy esta insignia granítica y caliza, tan madrileña, se encuentra enferma. Y ello tras haber sido restaurada en el año de 1992, en un proyecto ideado por el arquitecto, hoy dirigente del PP en Madrid, Pío García-Escudero, tarea para la cual se destinaron 48 millones.

Ocho años después de aquella cura, la puerta de Alcalá ha recaído en su afección, el mal de la piedra, ese cajón de sastre de todas las patologías pétreas, admite Francisco Mingarro, catedrático de la Facultad de Geológicas de la Universidad Complutense. Junto a Concepción López Azcona, él realizó los estudios petrológicos que guiaron aquella actuación, en la que ya fue detectada la dolencia ahora reavivada.

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Los sillares del basamento de la puerta se encuentran en una fase de desmenuzamiento que algunos técnicos llaman sacarización, por convertir la superficie del granito en una especie de polvo de azúcar. También el frontis se encuentra dañado. La contaminación atmosférica, con la lluvia y la humedad, areniza los componentes del granito, que pierden textura y se desintegran.

El mal de la piedra protagoniza hoy un siniestro ritornello, mientras los murciélagos orejudos de Miguel Ángel ríen con su más despiadada sorna.

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