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Tribuna
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Mikel

Manuel Rivas

Hace ya muchos años, en mi época de aprendiz, que no ha terminado, un redactor me pasó la sección de horóscopos. Él se iba de vacaciones y se fijó en el chaval que todavía tecleaba como si le fuera la vida en cada letra. No era un embolado. Era un detalle de confianza que me llenó de orgullo. Pero también de responsabilidad. Yo no sabía ni de qué signo era. Mi preocupación aumentó cuando me dijo con un guiño: "Es la sección más leída, después de las esquelas". A continuación, me dió un consejo, una regla de oro, que me sonó a advertencia: "Nada de cosas tristes, eso déjalo para los poemas. Que todo sea amable, divertido y optimista, pero sin pasarse, que los gallegos son muy desconfiados". Descubrí que mi signo era Escorpio, y me traté de maravilla: "Aprovecha tu oportunidad y déjate llevar por el corazón. ¡La vida te sonríe!". Fue un hermoso mes de verano. Yo estaba convencido de que toda aquella gente que se iba radiante hacia la playa, que silbaba en los andamios, que comía sardinas y untaba el pan en el plato, que bailaba el merengue en las verbenas, era toda ella gente que había leído mi horóscopo. No me pasó, pues, lo que a un colega inglés. Le habían encargado el horóscopo, el tipo lo tomó de coña y escribió sobre un signo zodiacal: "Todas las penas del año son nimiedades en comparación con las que hoy caerán sobre ti". La centralita del periódico quedó bloqueada con llamadas de gente horrorizada. El augur fue despedido. El muy zoquete ni siquiera se había dado cuenta de que aquél era también su signo.Cada vez que debo escribir algo sobre el País Vasco, pienso con ingenuidad en mi experiencia del horóscopo. Y hoy quiero cumplir la regla de oro. Hay un libro titulado Nombrar, embrujar que es el más fascinante ensayo que jamás he leído sobre las raíces de una cultura. De hecho, una obra así salva una cultura. Trata del campesino euskaldún y de la vida de sus palabras. Mikel Azurmendi, el autor, es como ese libro. Una creación laboriosa de inteligencia y sensibilidad. Cuando lo conocí estaba retejando su casa. El profesor de antropología, largo tiempo exiliado durante el franquismo, la había hecho con sus propias manos. Desde el tejado me describió por su nombre cada una de las montañas guipuzcoanas.

A esa casa le han puesto un artefacto.

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