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Crítica:CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

EL VIOLONCHELO PROFUNDO DE MISCHA MAISKI

El violonchelista letón interpretó un concierto de Haydn en el Festival de Torroella de Montgrí, acompañado por la Orquesta de Cámara de Moscú.

Un concierto de gira a menudo se identifica por la cara que ponen los músicos. Cara de descubrir el lugar en que se encuentran por una simple deducción de su apretado calendario de exhibiciones. Dicho más claro, cara de estar pensando: "Si hoy es jueves, esto debe ser Torroella de Montgrí". Ni siquiera un festival consolidado y que se esfuerza por ofrecer producciones exclusivas como el de Torroella (Girona) puede evitar, alguna vez, el concierto de gira.¿Quiere decirse con ello que un concierto de gira no tiene interés? De ningún modo. El del jueves pasado en Torroella sobre el papel lo tenía, pues en él iba a participar uno de los más grandes violonchelistas de la generación pos Rostropóvich: Mischa Maiski (Riga, 1948). Se da la circunstancia de que Maiski ya había actuado en Torroella de Montgrí hace 15 años, en aquella ocasión junto al violinista Dimitri Sitkovetski, que por cierto estará en ese mismo escenario la semana que viene. En detalles como éstos se distingue un festival con trayectoria propia de los que quedan al albur de los viajes organizados de los intérpretes.

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Maiski acudió a Torroella con un objetivo único: interpretar junto a la Orquesta de Cámara de Moscú, dirigida por Constantine Orbelian, el Concierto en do mayor, de Haydn. Francamente, contar con un maestro de su talla para una prestación tan efímera te deja un tanto vacío, pero así suelen comportarse algunos grandes solistas cuando están de gira. ¿Y cómo fue ese concierto? Pues fue un concierto de gira, que era lo que se quería demostrar: un primer movimiento de toma de contacto entre solista y orquesta, un segundo de gran vuelo y un tercero de fuegos artificiales, sorprendente y entretenido, pero por el que Haydn no se dejó ver. En pura ley romántica, donde se encuentra el virtuoso no cabe el compositor.

Al final de esa primera parte los ánimos se hallaban caldeados, y los aplausos reclamaban a Maiski que no nos dejara. Fue entonces cuando el maestro, que por algo lo es, nos dejó a todos boquiabiertos no con ninguna otra pieza de bravura que confirmara sus poderes extrasensoriales, como todos esperábamos a esas alturas, sino con un simple movimiento lento de una de las suites de Bach. Nada de piruetas: puro rigor, ejecución limpia y profunda, sonido redondo y precioso. Las giras a menudo presentan este tipo de contradicciones.

Del resto del programa hay que decir que tuvo cierto carácter de muestrario de viajante sin hilo conductor. Antes del concierto de Haydn, los rusos tocaron la Suite Holberg, de Edward Grieg, como si se sirvieran de ella para calentar. Lo mejor llegó al inicio de la segunda parte con las Visiones fugitivas, de Prokófiev, cinco miniaturas traducidas con gracia y chispa. Rossini y Vivaldi -del primero la Sonata nº 1 para orquesta; del segundo, el Concierto para orquesta en la mayor- pasaron sin pena ni gloria, y sólo en las propinas el conjunto recuperó el tono con una canción popular rusa y una vibrante pieza de Astor Piazzolla. Entre ellas se produjo una curiosidad que no se supo muy bien a qué obedecía: apareció de repente un solista que no había intervenido hasta ese momento y, cuando ya todos dábamos por hecho que se trataba del clásico bajo ruso que iba a deleitarnos con alguna bella tonada de su país, el hombre se sacó de la americana un flautín con el que interpretó un endemoniado aire popular. ¡Qué cosas tienen las giras!

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