DOMINGO CUMPLE 25 AÑOS DE SU DEBÚ EN SALZBURGO
Un grupo sólido
La primera actuación de Plácido Domingo en Salzburgo se remonta al 11 de agosto de 1975. Dirigido por Herbert von Karajan, cantó entonces Don Carlo, de Verdi, integrado en un reparto en el que figuraban Mirella Freni, Nicolai Ghiaurov, Piero Cappucilli, Christa Ludwig e incluso, en papeles menores, José van Dam y Ana Tomowa-Sintow. Vamos, lo que se conoce por un reparto de disco. El mismo año, Plácido Domingo participó en un Réquiem de Verdi, también con Herbert von Karajan.Los papeles escénicos que Domingo ha desarrollado en Salzburgo no han sido excesivos para la actividad e importancia del tenor. Tal vez el más destacado sea el de Hoffmann, que da título a la ópera de Offenbach, bajo la batuta de James Levine. Además de alguna incursión en los festivales que se celebran en Pascua, Domingo ha acudido poco durante la última década a la ciudad natal de Mozart en los festivales veraniegos por su insuficiente entendimiento con Gérard Mortier.
Larissa Dadkova
Lo que el director artístico del festival -que tiene mucho más aprecio del que se suele decir en los corrillos por el tenor español- le ofrecía era rechazado por Domingo y lo que éste le proponía al belga pertenecía a óperas que no estaban en los proyectos de Gérard Mortier.
Volvió, pues, Domingo al, por entendernos, lugar del crimen y lo hizo con el mismo rol con el que celebró sus 30 años en el Metropolitan de Nueva York, es decir, el diabólico Hermann de La dama de picas. Es de agradecer que este reencuentro tal vez melancólico se hiciese en el contexto de una ópera completa y no seleccionando un acto de ésta y otro de aquélla, como se ha puesto de moda en los últimos tiempos en algunos teatros del mundo. Y es de agradecer que la participación fuera con un grupo tan sólido y equilibrado como el formado por la orquesta, solistas y coros del Teatro Mariinski, de San Petersburgo, con su director titular, el fogoso Valeri Gergiev, al frente.La dama de picas, de Chaikovski, se ofreció en versión de concierto, una denominación cada día más reemplazada por la de semiescenificada. De hecho, media docena de helechos gigantes y dos lámparas de techo se habían puesto en el escenario con el objetivo de dar ambiente. Este tipo de acercamiento a las óperas tiene sus más y sus menos. Los menos, en lo que se refiere a antiteatralidad aparecieron en la primera parte; los más, en la segunda.
En la primera, los 12 solistas estuvieron alineados frente al público, de principio a fin, sin posibilidad de desplazamientos. Digo los 12, y no es exacto, porque Domingo, desde el primer minuto, tras los saludos iniciales, desapareció de la escena y únicamente salía cuando tenía que cantar, mientras sus compañeros estaban disciplinadamente en sus sillas. Cuando el tenor se hartó de tanto entrar y salir y decidió sentarse con los otros cantantes, lo hizo colocando su silla en el escalón superior, con lo que su figura prevalecía sobre las demás. No pretendo enjuiciar, simplemente cuento. En la segunda parte todo esto se enderezó, pues solamente estaban en escena los que cantaban, con lo que la fuerza teatral adquirió otra presencia y las tensiones dramáticas se hicieron más vivas.
Actitudes de divo aparte, Plácido Domingo cantó muy bien el pasado miércoles por la noche en Salzburgo, aunque sin alcanzar ese más allá que está desplegando este verano en el Festival deBayreuth donde interpreta el papel de Sigmund de La walkiria. Su sobreactuación apasionada a la italiana contrastaba con la sobriedad mostrada por los cantantes rusos.El momento vocal-teatral-orquestal más emotivo y mágico de la noche correspondió a Larissa Dadkova en la escena del segundo cuadro del segundo acto en el personaje de la Condesa. Cantó con un sentimiento arrebatador y fue acompañada por Gergiev con una delicadeza insuperable. Se mostró, en cambio, un poco apagada Galina Gorchakova que interpretó el personaje fundamental de Lisa.
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