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Hablar o trabajar por África

Recientemente, un artículo de Manuel Castells, Hablando de África (EL PAÍS, 31 de julio de 2000), plantea las oportunidades que las nuevas tecnologías ofrecen al continente africano. Pero las oportunidades que intuye M. Castells no se acompañan, lamentablemente, de políticas que las hagan realidad. Y los datos, tozudos, lo confirman. Por ejemplo, durante la presidencia portuguesa de la Unión Europea, que finalizó el pasado 30 de junio, Portugal promovió la cumbre de El Cairo, en la que participaron por primera vez los países de la Organización para la Unidad Africana (OUA) y los quince de la UE. El resultado fue un auténtico diálogo de sordos. Muchas palabras sin compromisos concretos. Los africanos exigieron la condonación de la deuda y de sus intereses, y más ayudas financieras; y los europeos hablaron genéricamente de derechos humanos, escamoteando el debate de la gobernabilidad, la corrupción y la democracia. La voluntad de preservar ciertas influencias del pasado por parte de varios países de la UE, y la persistencia de disputas coloniales con forma de rutinas interesadas impidieron avanzar en una concepción europea integrada de nuestras relaciones con África.Perdimos una oportunidad para hacer frente, juntos, al principal problema al que nos enfrentamos en el siglo XXI: la erradicación de la pobreza. Y a pesar de que después de El Cairo se renegoció la Convención de Lomé entre la UE y los países integrantes del ACP (África, Caribe y Pacífico), Europa no ha conseguido que su condición de ser el mayor contribuyente mundial al desarrollo económico haya producido un progreso sostenible en los países que reciben su ayuda. Y el caso de África es espectacular y dramático.

Las estadísticas son demoledoras. Los ingresos totales de los 48 países africanos superan por muy poco... ¡a los de Bélgica! África tiene menos kilómetros de carreteras que Polonia y aporta el 1% del PIB mundial, mientras representa el 10% de la población del planeta, o más de 37 países africanos están en una situación límite alimentaria, según el último informe de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Pero no acaba aquí. Dos recientísimos informes internacionales han evidenciado que la brecha se agranda. El primero, del Banco Mundial que, junto al Fondo Monetario Internacional, es el principal acreedor de la deuda externa y que, después de reconocer que la deuda es "insoportable" e "impagable" para aquellos países en los que el pago de sus intereses supone el 25% de sus exportaciones y que destinan cuatro veces más recursos para pagar los intereses de la deuda que a educación y sanidad, ha confirmado, además, que las guerras africanas son guerras comerciales. Así de bestia.

El grupo de investigación del Banco Mundial ha realizado un estudio, que se ha presentado el mes de junio, sobre las causas de las guerras civiles durante el periodo de 1965-1999. En 47 de los 73 conflictos que existieron en esos 35 años, las variables desencadenantes de las guerras civiles fueron siempre y, fundamentalmente, de condición material y, sobre todo, de naturaleza económica y demográfica. Y el estudio confirma que actualmente el control de los yacimientos minerales es la causa de las guerras civiles en Sierra Leona, Angola y República Democrática del Congo. Paradójicamente, las riquezas de África -tierra fértil, agua y minerales preciosos- se han convertido en la principal materia prima de la guerra que amenaza las mejoras económicas y sociales del continente.

Una herencia colonial traumática e inacabada dio paso a la guerra fría, que en África fue especialmente caliente. Ausentes los himnos y las banderas internacionalistas, las guerras africanas de hoy han tansformado los guerrilleros en contrabandistas y mercenarios. Como ejemplo, Jonas Savimbi, líder de la guerrilla angoleña UNITA, que ha acumulado una fortuna personal de 800.000 millones de pesetas gracias a una red de intereses en Togo y Burquina Faso. Se calcula que 100.000 hombres a las órdenes de Savimbi se dedican a la extracción de diamantes, y su poder económico le permite burlar el embargo de armas impuesto por la ONU en 1993 y el de diamantes de 1999. Situación que confirma que enrolarse en las guerrillas mercenarias del tráfico ilegal es la mejor salida profesional para niños y jóvenes.

Sorprende que sea el propio Banco Mundial quien ofrezca una visión economicista de los conflictos, mientras los principales representantes del negocio diamantífero, reunidos en su congreso bianual en Amberes el pasado 20 de julio, pulen su imagen al anunciar medidas drásticas contra la producción, tráfico y comercialización ilegal de diamantes, pero nuestros Gobiernos siguen vendiendo armas en un comercio inmoral y clandestino dada la ausencia de transparencia del mismo.

El segundo informe de la agencia de las Naciones Unidas para luchar contra el sida (Onusida), y que fue presentado el pasado mes de julio en la Conferencia Internacional sobre el Sida de Durban, en África del Sur, es aterrador. La pandemia del sida se ha cobrado 19 millones de vidas y ha producido 13 millones de huérfanos. Treinta y cuatro millones y medio de personas viven con el VIH que causa el sida, y de éstos, cinco millones lo han contraído en 1999; prácticamente todos tienen la muerte asegurada. Hoy el sida se concentra en los países más pobres: 25 millones de personas lo padecen en África, lo que representa el 70% mundial de la población infectada, destacando la preocupante situación de las mujeres jóvenes, que están mucho más infectadas -en una proporción cinco a uno- que los hombres.

Peter Piot, director ejecutivo de Onusida, afirmaba que la pobreza seguirá "propagando" la epidemia, provocando un "efecto de aceleración", y que "sin aliviar la deuda externa" las consecuencias económicas del sida a medio y largo plazo son enormes. El mundo no es impotente frente a la epidemia... pero sí puede ser lento y miope mientras sea África la víctima. Y Europa debe trabajar para liderar un plan de acción urgente que contemple la prevención, el tratamiento y más investigación y desarrollo para obtener métodos médicos que controlen la enfermedad.

Además, los avances científicos nos permiten esperar una vacuna en la próxima década si invertimos lo necesario. Sólo son 900.000 millones de pesetas anuales... igual que la fortuna de Jonás Savimbi. Con un coste tan modesto es difícil imaginar, sin caer en la desesperación o la rabia, que el mundo rico que representa el G-8 -reunido en Japón a finales de julio- no haya anunciado medidas reales más allá de los 80.000 millones de pesetas que destinará este año

el mismo Banco Mundial, y sí, en cambio, se haya preocupado por el desarrollo de Internet en África, como nos recordaba Manuel Castells.

Pero mientras África agoniza, a la espera del correo electrónico, en una reiterada imagen de resistencia ante la muerte, Europa debe escoger, y ya no hay más tiempo para las dudas ni los aplazamientos, si opta por apoyar de verdad económica y políticamente a África. Sólo falta la voluntad y la determinación política. Y necesitamos un empuje crítico y muy político, cargado de energía transformadora y positiva, que emplace a nuestros Gobiernos y a la Unión Europea a tomar partido por los africanos. Si no lo hacemos, la solidaridad internacional de nuestras ONG, el sacrificio de nuestros cooperantes o la generosidad de los ciudadanos y ciudadanas sensibles será dramáticamente insuficiente. Y África se convertirá en el basurero nuclear e industrial de una economía antinatural, y en el mayor hospital del mundo por hambre, miserias y sida. Pero somos muchos ya los que sabemos que estas ecuaciones no funcionan. Y que ya no es posible un reparto de las miserias sin el reparto de las riquezas. Y que la mundialización nos asocia en el presente y en el destino. Y que hay futuro para todos o no lo habrá para ninguno.

José María Mendiluce es eurodiputado y vicepresidente de la comisión paritaria UR-ACP.

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