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Reportaje:Cultura y espectáculos

CON LOS ÚLTIMOS ZAPARAS

Las noches en la selva amazónica son mágicas, impresionantes; la naturaleza te envuelve por completo". Susanna Segovia ha pasado muchas noches en medio de la Amazonia, acurrucada en su mosquitera y con los sentidos bien despiertos; absorta ante unas tonalidades del cielo muy distintas a las que está acostumbrada a ver en Badalona, donde nació hace 27 años.Susanna se marchó al Ecuador en agosto de 1998 con una beca para estudiar en la universidad y no encuentra el momento de regresar. La beca hace más de un año que acabó; la universidad, meses que no la pisa. Pero quiere saborear todavía un poco más esta "experiencia única" de estar en contacto directo con las comunidades indígenas ecuatorianas, especialmente la Zapara.

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ASOCIACIÓN DE LA NACIÓN ZAPARA

Antes de cruzar el océano nunca había oído hablar de los Zaparas. En Europa apenas se les conoce. "En el siglo XIX eran 200.000, hoy es un grupo a punto de extinguirse: son unas 200 personas", explica. Las comunidades Zaparas -existen cuatro poblados- son quizás las que más ha visitado en el último año, pero ha conocido a muchos otros grupos indígenas de Pastaza, región del oeste de Ecuador. Susanna es activista de la Asociación de la Nación Zapara de la Provincia de Pastaza (ANAZPPA), que agrupa a los pocos Zaparas que quedan para aunar esfuerzos y trata de convencer a los indígenas para que no colaboren con las empresas petroleras.

En el subsuelo de Pastaza, en plena selva amazónica, se ha descubierto petróleo. Y si hay petróleo, lo más seguro es que pronto haya petroleras en lugar de comunidades indígenas. A Susanna le parece "indignante" que los objetivos económicos de unos pocos pisoteen los derechos de la mayoría y se ha implicado a fondo en el movimiento que trata de impedirlo.

En julio de 1998, Susanna era una joven agobiada por jornadas de trabajo inacabables, a veces de 14 horas, repartidas precariamente en más de una empresa a la vez. Licenciada en Ciencias de la Comunicación, máster en Cooperación y Desarrollo, estudiante de Antropología: es una exponente de esta generación que pese a su preparación tiene difícil acomodo en el mercado de trabajo.

Un día se dio cuenta de que apenas le quedaba tiempo para vivir y se decidió a romper con todas las actividades que desarrollaba, incluso con las expectativas de un empleo indefinido. Se marchó lejos, hasta Quito, para seguir los estudios de Antropología con una pequeña beca.

El aterrizaje en la Universidad San Francisco, en Quito, fue "un fiasco". "En América Latina la distribución de la riqueza es extremadamente desigual y a mí me tocó un centro de gente bien, muy elitista; no encajé", explica. Se escabulló a la primera ocasión que tuvo y cambió las clases presenciales por trabajos de investigación. Hizo diana: para hacer los trabajos entró en contacto con los indígenas de la Amazonia.

La ANAZPPA tiene su base en Puyo, que con 12.000 habitantes es la capital de Pastaza. Una vez al mes, los miembros de la organización se adentran en la selva para visitar las comunidades. Entre las tareas que tiene asignadas, Susanna imparte "talleres de capacitación" con el objetivo de que las petroleras no den gato por liebre a los indígenas.

"A veces llegan empresarios a las comunidades y les dicen: 'Aquí construiremos un camino'. Les regalan alambres para construir gallineros y todos contentos", explica ofendida. "En los talleres tratamos de informarles de sus derechos". Algunos entienden castellano, pero Susanna siempre va acompañada de indígenas que hablan quechua, una lengua de la selva.

Cada visita suele durar un mínimo de cuatro días. La llegada no es fácil. Para acceder a los poblados Zapara sólo hay dos opciones: viajar en avioneta o recorrer durante una semana caminos tortuosos en la selva. Susanna y la organización con la que colabora suelen utilizar la avioneta. Mientras dura la estancia en el poblado, se integra completamente en la comunidad. Tampoco tiene otra opción: no hay luz eléctrica, ni agua potable, ni lavabo, ni escuelas, ni centros de salud. O comes lo que ofrecen o te quedas sin comer. Y lo que ofrecen es, por ejemplo, carne de mono y gusanos a la brasa. "Los gusanos no me gustan demasiado, pero tienen mucha proteína", explica. Eso sí, en todas las visitas sufre diarrea.

Antes de llegar a Pastaza, Susanna vivió en Quito, donde tuvo la oportunidad de asistir en primera línea a la gran marcha de indígenas sobre la capital, en enero de este año. 30.000 indígenas tomaron la ciudad en un levantamiento que tuvo como momentos culminantes la invasión pacífica del Parlamento y la renuncia del presidente, Jamil Mahuad.

Susanna se implicó en los acontecimientos desde el primer día. Los indígenas se instalaron inicialmente en el parque de El Arbolito y ella se incorporó al dispositivo de avituallamiento: iba al mercado, compraba comida, la repartía... Más que ayudarles, se integró en el colectivo. Fue con ellos al Parlamento, les acompañó en su ocupación pacífica de la Cámara y vivió hasta la extenuación las horas en que parecía que los indígenas tomaban efectivamente el poder. Era una revolución y la sintió como tal, como su particular mayo del 68. Lo rememora con nostalgia: "Fue muy bonito, muy intenso, casi increíble. Parecía imposible que la sala del Parlamento, que aloja a los grandes potentados, estuviera de pronto ocupada por centenares de humildes indígenas".

Al final, Gustavo Noboa, integrante de la clase política tradicional, se hizo con el poder y ha continuado las políticas de su predecesor. Pese a ello, considera que el movimiento indígena salió muy reforzado. "Lo que he vivido estos meses es imposible vivirlo en Europa; he aprendido a no preocuparme por tonterías".

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