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RELIGIÓN

La Iglesia Ortodoxa rusa se dispone a canonizar al último zar y a su familia

La jerarquía eclesiástica busca paralelos históricos que justifiquen la polémica decisión

Dos años después de la polémica sepultura de los restos de la familia imperial en San Petersburgo, organizada por el poder civil ruso, el poder eclesiástico toma una decisión no menos polémica: canoniza al último zar ruso, Nicolás II; a su esposa Alexandra; a su hijo, el príncipe heredero Alexéi, y a las jóvenes grandes duquesas -Olga, Tatiana, María y Anastasia-, que fueron fusilados en un sótano de Yekaterimburgo por los bolcheviques. La canonización la debe anunciar oficialmente el Concilio Episcopal de la Iglesia Ortodoxa rusa, que comienza hoy.

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La polémica en torno a la canonización del último zar ruso y su familia está provocada, ante todo, por la misma personalidad de Nicolás. Para muchos, la vida del último zar, al igual que la de su esposa, está lejísimos de poder ser considerada santa y ejemplar. ¿Cómo puede ser un santo el que permitió al oscuro e ignorante monje Rasputin, famoso por las orgías que organizaba, gozar de una influencia sin límites en el imperio? ¿O el culpable del domingo sangriento del 9 de enero de 1905, cuando las tropas abrieron fuego contra la marcha pacífica de unos 140.000 trabajadores que le llevaban una petición? Por cierto, esa matanza marcó el comienzo de la revolución de 1905-1907 en Rusia. ¿O el responsable de que los desastres en dos guerras: contra Japón, en 1904, y en la primera guerra mundial? ¿O quien fue ciego ante las miserias de su pueblo, al tiempo que estaba convencido que éste le adoraba?Estas son algunas de las preguntas que se hacen los que critican la idea de canonizar al zar. Tampoco hay que olvidar que más de un tercio de la población rusa vota a los comunistas, para quienes Nicolás no es más que un sangriento asesino.

Pero hay quienes piensan que el último zar se redimió con su muerte y la de su familia. El 17 de julio de 1918, Nicolás II, que a la sazón tenía 50 años, su esposa, la zarina Alejandra (46), su hijas, las grandes duquesas Olga (22), Tatiana (21), María (19) y Anastasia (17), y el zarévich Alexéi (14), junto con su médico, el cocinero, un ayuda de cámara y una doncella fueron conducidos al sótano de la casa del comerciante Nikolái Ipátiev, en Yekaterimburgo. Allí, el bolchevique Yákov Yuroviski les leyó la sentencia de muerte, y acto seguido el pelotón abrió fuego con sus revólveres. La muerte del zar, la zarina y el zarévich fue instantánea, pero las grandes duquesas tuvieron peor suerte: las joyas que habían escondido bajo el corsé las protegieron un poco y fueron rematadas a bayonetazos.

La Iglesia Ortodoxa, consciente de lo delicado del tema, ha tenido que tomar en consideración la negativa opinión que muchas personas tienen sobre Nicolás y ha subrayado que el último zar ruso es canonizado "no por su vida, sino por haber asumido con resignación su muerte dolorosa". Contrariamente a lo que muchos creen, no se incluye entre los mártires, sino entre "la familia de los que reciben los sufrimientos con sumisión". Esta diferenciación, según la Iglesia Ortodoxa, es importante: los mártires mueren por no haber renegado de su fe, pero a los ateos bolcheviques en ningún momento les interesaba la religión de la familia real y no se les ofreció dejarlos con vida a cambio de que abjuraran de Dios.

La comisión del Santo Sínodo encabezada por el metropolita Juvenalio fue la que recomendó la canonización de la familia imperial, y nunca se ha dado el caso de que el Concilio Episcopal no apruebe las recomendaciones del Sínodo.

Los jerarcas eclesiásticos comprenden que una muerte dolorosa es un argumento débil a la hora de canonizar a una persona y por ello tratan de encontrar paralelos históricos que justifiquen la polémica decisión. Así, recuerdan que Vladimiro, el príncipe ruso que adoptó el cristianismo a fines del siglo X, era famoso por su crueldad y libertinaje. Pero Vladimiro, una vez convertido al cristiamismo, llevó una vida santa, cosa que no se puede decir de Nicolás. Y el papel histórico cumplido por ellos es diametralmente opuesto: con Vladímir comenzó el florecimiento de la antigua Rusia y del cristianismo en sus tierra, mientras que con Nicolás terminó el imperio y a la Iglesia Ortodoxa se le asestó un durísimo golpe, que casi la hizo desaparecer.Sea como fuere, la canonización de la familia imperial está decidida. Para la Iglesia Ortodoxa el zar es un "obispo de los asuntos laicos", y su canonización, que se hará junto con la de muchos otros creyentes rusos asesinados en el siglo XX, tiene un carácter simbólico: "Debe mostrar que los nuevos mártires son inseparables del zar y el zar es inseparable de los nuevos mártires".

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